martes, octubre 21, 2008

La más bella declaración de amor


Hace unos días hicimos lo que podría llamarse un viaje hacia la añoranza. Desde que murió mi madre no había querido volver a la tierra, pero llegó un momento en que era preciso acabar con esa barrera. En el Levante donde estamos viviendo en la actualidad, todos los recuerdos son recientes y se circunscriben a sucesos que apenas han podido dejar poso en la memoria. Pero el pasado jueves cruzamos la península con destino a Galicia para combatir las meigas propias. A mitad del camino hicimos una parada en Valladolid para estar con una parte importante de las personas que queremos. Fueron unas horas muy intensas, como siempre que vamos, con la intención de estar con todos, sin dejar a nadie en el olvido y disfrutar de su compañía. La primera parada fué en la tienda de Luisina que nos recibió con la habitual lluvia de quejas sobre las ventas que están paradas y sobre esa zorrona que le está robando a su hijo, que se ha aporedado de la voluntad y de la mitad inferior del cuerpo del chico. De allí a comer todos juntos en un restaurante al costado del antiguo hospital militar. Al ver la carta ni dudamos un momento. Un contundente cocido castellano para comer acompañado de un maravilloso pan de pueblo y buen vino de Toro. Risas con los hermanos y los mejores amigos. Muchas risas. Paseo por la calle Santiago, cámara en ristre para hacer fotografias de las estatuas de Rodin allí expuestas y otro rato de risas en una terraza de la Acera Recoletos con Bego y el Niño. Que suerte tenemos con las personas que nos rodean y nos quieren.
Hacia el final de la tarde, siempre con pena y contra reloj salimos de Valladolid pues queríamos detenernos en Tordesillas para hacer una visita a la tía Justa, que sobrevive en una residencia de ancianos, perdida desde hace años en las nieblas del Alzheimer. La recordaba de mis años de estudiante cuando éramos vecinos de casa, allá por el caño Argales. Una mujer siempre limpia, con carita redonda oculta en gran parte por unas enormes gafas de pasta clara con unos cristales gruesos como un culo de vado, una corona de pelo rizado y una voz muy peculiar, siempre alegre aunque la vida no le daba muchas oportunidades de serlo.
En las afueras de Tordesillas, en una calle que muere en el campo, está la residencia. El cielo pintado de colores azules intensos contrastando con el cobre de los artadeceres castellanos del otoño y el aire limpio tras la lluvia mansa que había caido poco antes. Al entrar en el edificio te asalta el típico olor acre a orina que parece reinar siempre en estos lugares. En el vestíbulo hay dos o tres sillas de rueda ocupadas por cuerpos que parecen restos de un naufragio.
" El dos de bastos, el tres de copas, la sota de oros...", la voz falsamente alegre de una animadora brota de la sala que hay a la izquierda del vestíbulo. Nos asomamos. Un salón enorme con una fila de sillas de ruedas distribuidas a lo largo de una pared donde sus ocupantes parece que solo miran hacia sus zapatillas o para las bolsas de orina que llevan todos a rastras. En el centro otro grupo más amplio de personas, la mayoría acopladas en sus sillas de ruedas, que prestan un poco de atención al juego, marcando torpemente las cartas que va nombrando la animadora. Preguntamos a una joven rubia que está metiendo sillas en el ascensor en donde podemos encontrar a Justa. Nos manda esperar un momento. Vuelve rápida y su presencia tan arrogante parece un insulto en medio de la decrepitud imperante.
Nos guía hasta llevarnos a un rincón donde la tía, termina la cena que le da su hija con sumo cuidado, con aspecto de autómata. Que felicidad estar de nuevo con Amparito y que contraste entre su rotunda madurez y el cuerpecillo que está sentado, casi echado, en un sillón de mimbre. La tía Justa tiene la misma mirada inquisitiva de sus viejos ojos de miope, pero parece que le hubiesen quitado el cuerpo a hachazos. Unos ojos de gavilán se fijan en nosotros, pasando de uno al otro con rapidez.
Se sienta Alfonso a su lado y le agarra la mano mientras clava su mirada en él con una fijeza que solo explica su inconsciencia, luchando por encontrar entre las nieblas de la memoria quién es el hombre que le sujeta la mano. Diez, quince minutos sin dejar de mirarle ni un segundo, dando sensación de hacer un verdadero esfuerzo físico para recordar. Después hace lo mismo conmigo, sus ojos se clavan firmes en mí y, al decirle mi nombre dice recordarme, pero su mirada la contradice. Mientras seguimos hablando los tres de lo divino y lo humano, ella no deja de escrutarnos. Amparo la mima continuamente y ella no parece darse cuenta de nada, pero no deja de mirarnos alternativamente.
Se nos hace tarde, hay que seguir un par de horas con el coche todavía y nos despedimos. En el vestíbulo se ve mucho ajetreo pues hay que llevar a las personas a sus habitaciones. El olor a orina siempre presente.
Al salir al jardín ya es noche cerrada. Parece que traguemos el aire con ansia. Le digo a Alfonso que si un dia me ve así, ya sabe lo que tiene que hacer conmigo, facilitarme el viaje como sea. Entonces me responde con la más bella declaración de amor que le recuerdo.
" Si te vas, nos vamos los dos juntos, porque ¿ que sentido tiene la vida para mi si tú no estas ? ". Ahora mientras escribo esto, lo tengo ante mí, cada uno ante su ordenador e ignora lo que estoy haciendo. Nos mandamos un beso a través de la mesa y le doy las gracias con el pensamiento y la mirada.

6 comentarios:

libre albedrío dijo...

Querido amigo:

Tu descripción de la residencia de Tordesillas es simplemente impecable, al leerte mis sentimientos más profundos han salido a flor de piel consiguiendo emocionarme - eres un capullo -.

Sigue así, un abrazo....

Anónimo dijo...

como dice libre albedrio la descripcion de la residencia a sido tan buena que parece que estoy viendo a la tia justa yo que por cobardia me niego sistematicamente a ir a verla.pero de todos los modos gracias por estos ratos que me haces pasar.
cabronazo

cal_2 dijo...

os voy a nombrar mis fans de platino......con vosotros todo es facil. Un abrazo fuerte

Muchacho dijo...

El joven no conoce de primera mano tales declaraciones de amor. Siempre ha arrancado de raíz la mera posibilidad de que tales ocurran.
El joven se pregunta si tales cosas realmente existen.

Anónimo dijo...

"Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender + tarde
-Como todos los jóvenes, yo vine a llevarne la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejercer, morir, eran tan sólo las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer,morir,
son el único argumento de la obra."

Este pequeño gran poema del no menos grande Gil de Biedma me ha venido a la mente al leer tu precisa y preciosa visita al asilo. Y sólo una amor como el que también nombras al final del relato, nos parece capaz de paralizar, en instantes fugaces de felicidad, el ineludible paso del tiempo...

Salud

cal_2 dijo...

muchacho es malo arrancar de raiz la vida....Hector, ya recuerdo haber leido ese bello poema de Gil de Biedma, que tanto me gusta.
Gracias a los dos