jueves, agosto 28, 2008

Que fácil es dejar de fumar....o eso dicen


Llegó un momento en que me sentido agobiado por el tabaco, pero no porque tuviese catarros o esa tos de fumador que tanto jode al levantarse, no. A mí lo que me tenía de los nervios era el dominio de la pipa sobre mi, el tener que encenderla siempre en momentos determinados como si se tratase de un ritual, con el café de las mañanas o al ponerme a planchar o tras las comidas, o al pasear con los perros, o..... El hecho de dejar a posta la pipa en casa y terminar la consulta a trompicones para subir a buscarla en el rato del desayuno y bajar de nuevo a la consulta, fumando como un desesperado alternando las bocanadas con los mordiscos que le daba a una fruta y que iba a ser mi desayuno de ese día. O la peregrinación por todos los estancos de la ciudad para ver si había llegado la saqueta de reparto y tenían " Clam " porque, encima, solo me gustaba fumar de esa determinada marca y cuando se acababa me ponía de los nervios. O calentaba hojas de te envueltas en papel de aluminio para intentar fumarlas cuando no tenía tabaco a mano.
Por eso me dije que había que abandonar con este vicio como fuese.
Y mi amiga Ana, que también estaba en esos menesteres, me habló de un fraile milagrero que curaba la adicción en Logroño por la simple imposición de manos. Así que el primer domingo que nos fué posible a los cuatro emprendimos la excursión a Logroño, donde estaba el fraile que nos iba a salvar de la tiranía del tabaco.
Como todo lo que hacemos ha de llevar su correspondiente ración de triperío, organizamos el viaje programando una parada técnica en Haro de cuya menestra del " Terete " habíamos oido verdaderas maravillas. Y en verdad que no nos defraudó. En una mesa corrida nos sentamos los cuatro adultos con los dos críos y nos pusieron delante una fuente de menestra grande como un carro de la cual no sé bien los platos que pude llenar porque, cuando llegó el cordero, que no estaba todo lo bueno que sería desear, apenas pude probarlo. Después de sestear en un café de la plaza seguimos viaje hasta Logroño en cuyo colegio de los Maristas estaba el hermano que nos iba a curar.En el patio del colegio había muchos coches y varios autobuses de Valladolid, de Navarra y de otras ciudades cercanas.
El fraile de la porteria, sin preguntarnos a que íbamos nos señaló la sala de espera de la planta baja y entramos prácticamente a ciegas porque una densa nube de humo apenas dejaba entreveer nada. Una vez dentro y con la vista ya acomodada a la humareda vimos muchas personas de todas las edades fumando con ansia el que pensaban iba a ser su último cigarrillo. Pedimos turno porque se entraba en grupos de cinco en cinco. No sé bien cuantas veces pude encender la pipa durante la espera, pero Ana quemó cuatro o cinco cigarrillos hasta que nos tocó entrar a nosotros.
La sala estaba en penumbra, apenas si entraba la luz del atardecer por una ventana situada trás el fraile. Este, sobre una pequeña tarima, nos hizo señas de que nos acercásemos y que nos colocásemos ante él. Era una persona muy pequeña, con gafas de aros dorados y cuatro pelos muy repeinados, con aspecto de sacristán de pueblo. Con una voz muy suave, muy baja, nos preguntó si estábamos seguros de querer abandonar el tabaco. Todos a una dijimos que sí.
Fué de uno en uno poniendo las manos extendidas sobre la cabeza, mientras murmuraba unas palabras que ninguno pudo entender. Un cachete en la mejilla como final y nos dijo que ya estábamos curados. Al salir tanto Ana como yo juramos y perjuramos que en el momento de la imposicion de manos un aroma a rosas nos había envuelto. Pero nuestras compañeros no paraban de reirse de nosotros. Incrédulos. Ya estábamos curados. Al salir recuerdo haber dejado el paquete de tabaco en una papelera del jardín y nos parecía andar flotando.
Creo que resistí cinco o seis días sin fumar, a fuerza de comer todos los caramelos y golosinas del mundo. Pero aguantaba firme. Ana y yo decidimos llamarnos cada noche, para darnos fuerza uno al otro. Más me quedé solo en casa unos días porque Alfonso tuvo que ir a unos cursos sindicales y ahí me dí todo el batacazo. Sim nadie que me controlase, ni ante el que hacerme el duro comencé a fumar como un descosido. Y cada noche, cuando hablaba con Ana juraba y perjuraba que seguía sin fumar, que era fuerte como un roble. Gracias a que los teléfonos no tenían pantalla, porque echaba humo como una chimenea mientras conversaba con ella, la cual después me confesó que hacía otro tanto.
Al cabo de un mes nos volvimos a encontrar con ella y reconocimos mutuamente que habíamos vuelto a pecar. Yo, con mi maldita pipa. Ella, con la disculpa de bajar al supermercado, fumaba como una desesperada en las escaleras. Ahora bajo a por sal. Vaya, me olvidé de la leche. Enseguida vuelvo. Que cabeza la mía, pues mira que no quedan galletas para los nenes.....Y cada bajada, un pitillo y una pastilla de chicle para disimular el olor.
De nuevo bajo la tiranía de un puñado de hojas secas. Pero por aquellas fechas llegó mi cuarenta cumpleaños. Me dije que era una fecha redonda y el domingo siguiente a mi cumpleaños fumé mi última pipa. Y hasta hoy....pero no me importaría nada pecar un poquito cada día si pudiese controlarlo....

2 comentarios:

redondeado dijo...

Ay, esas drogas legales... Lo mío es con la cafeína. Cuando se me pasa el efecto, me da un bajón que me quedo hecho polvo, pero aun así de vez en cuando "peco" con algún café o similar brebaje porque el "subidón" que me da al principio es adictivo.

No puedo decir que "controle", ya que a veces me digo "si no fumo, ni bebo, ni..." (bueno, ya he hablado bastante de ello en mi blog), pero cada vez tomo menos porque me acuerdo de los últimos bajones y no me quiero sentir tan mal.

Enhorabuena, las personas que conozco que han dejado el tabaco lo han hecho de golpe y a base de fuerza de voluntad. Yo creo que el "mono" siempre se nos queda porque la química del cerebro lo recuerda.

cal_2 dijo...

sabes que me da " mono "a mi ?.....aparte de la comida, claro, soy un tragón redomado...pos eso, que el agua de Vichy me pone cantidad. Y ánimo