lunes, septiembre 29, 2008

El amor mora en Roma


Violeta repite lentamente una frase que dictaba su maestra cuando era niña mientras bregaba porque aprendiesen a escribir. El amor mora en Roma. Pues morará en Roma pero lleva aquí una semana y se siente más invisible que una medusa en noche de invierno. Huyendo del calor de la atrde vuelve a entrar una vez más en la iglesia de San Luigi dei Francesi para admirar los caravaggios que la tienen enamorada. Harta de echar monedas para que se enciendan las luces y poder admirar una vez más a San Mateo se sienta plácidamente a la espera de una nueva remesa de turistas que hagan otro tanto. Por la puerta entreabierta se cuela la luz del atardecer y se siente saturada de todas las imágenes bellas que encierra la ciudad. Pero del amor que decía doña Concha, nada de nada. Levanta la vista al frente y admira una vez más la Anunciación que preside el templo mientras se deja envolver en las mil sensaciones acumuladas a lo largo del día.
Un rumor de pisadas y de voces quedas la espabila. Cuatro o cinco chicas japonesas cargadas con bolsas de tiendas de marca se han acercado al final izquierdo de la nave y han encendido las luces que dan vida a los cuadros de san Mateo. Se apresura a acercarse y desde su rincón ante la verja se empapa de todos los detalles posibles que despliega el cuadro que tiene delante. El cuerpo bruto del soldado que martiriza a san Mateo como centro del cuadro, imán que atrae todas las miradas, contrastando con la mano del angel que desde la nube baja en busca de mano del apostol abatido en tierra. Pinceladas fuertes, colores intensos, músculos de nacar que son como una borrachera de sensaciones para ella.
Se apaga la luz, sale el revuelo de japonesas mientras se apagan las luces de los últimos flases y Violeta vuelve a su rincón esperando de nuevo otro grupo de turistas le permita descubrir en los cuadros detalles hasta ahora ocultos para ella.
Nota que se amodorra y enrolla el asa de su vuelto con doble vuelta en la muñeca para evitar sustos y se deja llevar por las ensoñaciones. No sabe si ha hecho el tonto viniendo a Roma en busca de un sueño marcado por la frase de doña Concha. El amor mora en Roma. Pero que hace una mujer ya jubilada, sosa, sin gracia gastándose todos sus ahorros en un viaje aRoma en busca de un poco de felicidad.
Desde que se han muerto sus padres siempre ha vivido sola. El arroz todos los domingos en casa de su hermana. La siesta ante el televisor mientras sus sobrinos se pelan por el mando a distancia. Los paseos con su perrita todas las noches antes de retirarse las dos solas a su casa. Así siempre.
En Roma descubrió a Caravaggio y se ha enamorado se sus cuadros. Recorre día tras día desde santa Mmaria del Popolo a villa Borghese y de allí hasta San Luigi empapándose de toda la obra de este pintor que la ha enamorado. En su caminar por las calles ha visto miradas más o menos seductoras que la han desorientado, pero no ha hecho caso. No quiere ser una turista vieja que cae rendida antes los encantos de un seductor Rossano Brazzi, todavía tiene el sentido del ridículo muy dentro de sí.
Mira el reloj, apenas puede ver la hora, pero oye al sacristán arrastrando las piernas mientras hace tintinear el manojo de llaves. Comprende que es hora de salir del templo y se levanta con pereza. Al salir, la vida de Roma la emvuelve. Camina lentamente hacia la cercana plaza Navona donde el jaleo de los turistas pelea con las voces de los vendedores de recuerdos romanos made in China. Busca con la mirada si está el músico que toca el saxofón en un extremo de la plaza y al verlo una oleada de alegría la invade. Camina hacia allí y se queda cerca muy cerca de él para escuchar sus melodías y, sobre todo, para empaparse con la visión de ese cuerpo moreno, lleno de fuerza y de vida que se le asemeja al soldado del caravaggio y que parece querer hacer estallar la camiseta blanca que cubre su torso de bronce.
Se acerca y deja caer un billete de cinco euros en el sombrero que está ante él, se cruzan sus miradas y donde ella cree ver interés no hay más que indiferencia.
Piensa que es hora de cenar. Sola. Como siempre.
No sabe si el amor mora en Roma. Es posible que sí Pero a estas alturas de la vida a Violeta le da igual. Siempre tendrá a Caravaggio..

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