jueves, agosto 28, 2008

Para leer mientras se oye el requiem de brahms




I. Bienaventurados los que padecen,
pues ellos serán consolados.
(Mateo 5.4)

Rosa no necesita ir al médico para saber lo que le pasa. Ya ha parido tres veces y lo que siente ahora le dice que, como no ponga remedio, pronto tendrá al cuarto hijo berreando. El cabrón del Mateo lo ha hecho bien, primero la preña y después desaparece, así reviente como un odre podrido. No hay ya más escaleras para fregar, ni más portales que barrer, porque el día tiene 24 horas y su cuerpo no da más de sí. Bueno, ahora sí que dará cuando se vaya ensanchando todo, las caderas redondeándose, la tripa cada vez más altiva y se le pongan las tetas como ollas. Y no quiere. No quiere, ni puede con más. Ya abortó una vez y lo pasó muy mal. Todavía resuenan en sus oidos los insultos del párroco de su aldea cuando se enteró que una comadre le había subido la paletilla para ocultar una preñez que no le daría nada más que disgustos. Por eso tuvo que hacer el hatillo y salir de su pueblo. ¿ Y ahora le tocará lo mismo ?. De nuevo oye como los de siempre llaman asesinos a personas como ella, personas que ya no pueden más y no buscan consuelo. Tan solo que las dejen en paz.



II. Entonces toda la carne,
es como la hierba
y todo el esplendor del hombre
es como la flor de los prados.
La hierba está seca
y la flor está marchita.
(Primera epístola de S. Pedro 1, 24)

María se mira ante el espejo de su cuarto, la cama deshecha al fondo, el camisón todavía caliente colgando de los barrotes de la cabecera, las medias hechas un ovillo desde que las abandonó la noche anterior como un perrillo que esperase la vuelta de su amo. Ve su cuerpo ya marchito, los pechos colgando ajados sobre una cintura sin forma, levanta sus brazos y ve como cuelgan lacios los pliegues. Recoge sus manos sobre los pechos, intenta levantarlos altivos y deja que caigan de nuevo con tristeza. Bajo sus manos hacia su sexo seco, acaricia el escaso vello áspero y llora, llora muy suave, muy triste, como sin fuerzas, con toda la pena honda de saberse vacía, de no haberse atrevido nunca a hacer una cabriola en el aire, de dar un salto en el vacío sin una red protectora debajo, haciendo siempre lo que está bien, sin defraudar a su madre. La vida es renunciación, le inculcaron desde niña. Rectitud y renunciación. y ahora se da cuenta de que su cuerpo, de que su alma estan secos, de que su vida está seca como la paja que queda a la vera del camino después de la siega. Y ya no tiene fuerzas para cambiar.



III. Revélame, por tanto, Señor,
que mis días deben tener un final,
que mi vida tiene un destino
y que me debo a él.
(Salmo 38, 5-8)

La hermana Julia se seca el sudor que baja por sus sienes con el dorso de la mano. Una mano descarnada, nerviosa, donde realtan los tendones tensos como cuerdas de un contrabajo levanta el apósito que cubre el muñón donde antes estaba el pié de un adolescente, en realidad un niño de la guerrilla que acaban de traer medio desangrado después de pisar una mina en las afueras del poblado. Un torniquete en el muslo ha evitado que se muera antes de tiempo. El cirujano acaba de acostarse un rato después de un día agotador, pero la hermana sabe que lo va a despertar en breve y que César, don César saltará del catre como si tuviese un resorte para ponerse en acción. Y ni una queja.
La hermana Julia tampoco se queja munca,sabe que no sirve de nada y es un gasto estéril de energía, apenas si puede permitirse un momento de descanso ahora que está sola. La hermana Dolores lleva un mes por Asturias para despedirse de su madre y sor Paula está en pleno brote de malaria, así que se lo ha ventilar todo ella sola. Le abre con sumo cuidado la boca al niño y le pone una cápsula de analgésico en la boca, lo incorpora un poco para que la trague con un sorbo de agua y lo deja caer de nuevo con delicadeza sobre el catre.
Maldecir no puede, rezar le es penoso. Recuerda lo fácil que era todo en los inviernos de Burgos, cuando veía correr a los niños por el pasillo del hospicio, cuando las únicas preocupaciones venían de luchar con los padres que los tenían medio abandonados o por los niños que ya habían sido abandonados. Como " Carpanta " un niñito rubio que se pegaba como un perrillo buscando caricias y que en cuanto se descuidaba don Carlos, el médico, se le había metido bajo la chaqueta y pegado a él como una lapa, con el vano sueño de que se lo llevasen fuera del hospicio.
Todavía recuerda las palabras de la Superiora cuando le comunicó que habían aceptado su petición de venirse aqui, al trópico, dicendo que podía volver cuando quisiese, que su destino estaba allí, en Burgos. Que fácil era para ella, decirlo. Aquí el destino no existe. Solo existe la guerra. Y esta no tiene final.



IV. Qué dulces son tus moradas,
¡Señor de los ejércitos!.
Mi alma se desespera
y suspira
por las cortes celestiales.
(Salmo 83, 2, 3 y 5)

Carla Patricia se sienta en el borde de la cama, se roza suavemente la pierna derecha con la yema de los dedos y comprueba la suavidad de la piel, de momento no precisa depilarse de nuevo, se pone la media, cuidando de ajustarla bien. Comprueba que la otra pierna es igual de suave y repite la misma operacion. Se calza los zapatos de aguja negros que se compró ayer en el mercadillo y nota que le aprietan más de lo que había pensado. Son lindos, pero duros y sabe que ahora tendrá que estar muchas horas de pié o bailando con los clientes. Se acerca al espejo y ve que el maquillaje oculta bien la marca que le dejó su chulo cuando pensó que le ocultaba parte de las ganancias.
Que distinto es el sitio donde ha caido de como se lo pintaba su amiga Vanessa cuando le mandaba carta tras carta para que dejase Esmeraldas, la vieja cabaña cerca de la playa, donde malvivía vendiendo camarones a los turistas. Ven aqui, que ganarás mucha plata y tendrás una casa como una reina y después podrás traerte contigo tu viejita y las dos nenas, le decía. Y la creyó. Se emepeñó para conseguir el pasaje desde Quito a Madrid y ahora ha de hacer servicio tras servicio para poder mandar plata a casa con la que pagar las deudas. Una llamada al mes para anunciar el giro y oir la voz de las nenas y de la vieja le dan fuerzas para poder con todo, la alcoba donde recibe a los babosos que la hacen beber y la besuquean para que las caricias de su chulo no se conviertan en golpes.
Y suspira y se desespera por volver a su morada.



V. Ahora estáis afligidos;
Pero yo os volveré a ver,
vuestro corazón se regocijará
y nada podrá privaros
de vuestro gozo.
(San Juan 16, 22-23a)

Marta al fín reposa agotada pero inmensamente feliz en la cama de la clínica. Que placer sentir las sábanas frescas con ese olor a limpio que la envuelve. Deja que su madre peine su melena mientras pregunta con impaciencia cuando le traerán a su hijo. Nota un inmenso vacío en su vientre directamente proporcional a lo henchido que siente el pecho y piensa que tarda demasiado el momento de tenerlo en sus brazos. Que no se impaciente, dice la enfermera que entra a comprobar que todo está en orden, que ha nacido un poco frío y que lo están reanimando, pero que es cuestión de minutos. De nuevo se abre la puerta y Marta dirige sus ojos sin vida hacia donde oye el chirrido de la cuna y el vagido de su hijo. El médico dice que todo está bien y que lo ponga cuanto antes al pecho.
Marta pide que desnuden por completo al niño y lo pongan sobre su regazo. Después, con suma delicadeza, comienza a recorrer todo su cuerpo lentamente sin dejar un resquicio sin tocar, palpa, roza, acaricia cada centímetro de la piel como si brotasen mariposas de las yemas de sus dedos. Suspira llena de gozo, vuelve la cabeza hacia donde siente que está su madre y le dice: " que feliz me siento ahora, que por fin he podido ver a mi hijo. Y que tranquila estoy ".



VI. Pues no tenemos en la tierra
una morada permanente,
por ello buscamos la del porvenir.
(Epístola a los hebreos 13, 14)

La abuela Paula está cansada de vivir de acá para allá, de ser una abuela maleta que pasa un mes en la casa de cada nuera. Sí, en la casa de las nueras, porque sus hijos son unos calzonazos y no pintan nada. Ninguno de los cuatro. Que desgracia no haber parido nada más que hijos, ni una sola hija que la cobije ahora, al final de todo. Ya me lo decía la Encarna, " te pasas toda la vida criándolos, llenando la nevera de comida, llenándoles la tripa para que después se casen y la mujer los ponga a dieta.
Y es que cuando por fín consigue acostumbrarse al colchón en el que le toca dormir esta temporada aparece la nuera de turno para decir que mañana después de comer la llevarán a la otra casa. Es como esas imágenes de la Virgen que, cuando era niña, se llevaban de casa en casa. Pero esas, al menos, recibían oraciones y alguna peseta antes de pasar a la otra casa. Ella sólo malas caras, desplantes de los nietos a los que estorba para ver la tele o jugar con el cacharrito ese que los tiene medio atontados.
Pues lo que es de esta vez ya no la mueven como no sea a donde la está esperando su Emilio desde hace 20 años. La médica le dijo ayer que tuviera mucho cuidado con las úlceras de las piernas, que entre la diabetis y esas pastillas que toma para la coagulación, se podia ir en sangre si se hacía cualquier heridita. Ya le pasó otra vez cuando estaba en la casa del Alfredito y la tuvieron que llevar corriendo al Hospital. Menos mal que tenía al cuello ese cacharro de la Cruz Roja y pudo dar la alarma.
La han dejado sola porque tenían que ir al Carrefús, a comprar cosas ricas ahora que ella no va a estar y no las va a poder comer. Paula extiende con todo cuidado una toalla sobre la cama porque no es cosa de ponerlo todo perdido. Se tumba boca arriba, se remanga un poco la falda y se baja las medias. Con las uñas se rasca fuerte hasta que nota como un líquido caliente comienza a bajar por la pierna. Poco a poco nota como las piernas se alivian, ya no las siente tan pesadas como siempre y la cabeza parece que se va metiendo en una nube, como si no tuviese fuerzas. Le entra el pánico de repente al ver lo que pasa, echa la mano al pecho buscando la alarma y no lo encuentra. Mira en derredor y lo ve sobre la mesilla. Inclina el cuerpo para cogerlo, pero no llega. Estira más el brazo y nota como su cuerpo se desliza de la cama al suelo. Intenta gritar, pero el sueño se apodera poco a poco de ella. " Emilio, espérame que voy a tu lado ".


VII. Bienaventurados los muertos
que mueren en el Señor.
Sí,
el espíritu dice
que reposa de sus fatigas,
porque sus obras van tras él.
(Apocalipsis 14, 13)

Aquí tenía pensado incluir la historia de un amiga que se fué. Pero es tan fuerte su recuerdo todavía, tanto lo que nos marcó el conocerla y como hizo que cambiase nuestro modo de entender la vida y echarle huevos a la muerte que me parece una trivialidad sin nombre reducirlo a una simple anécdota. Los que me conocen bien saben de quién hablo y al resto tal vez les cuente lo que pasó si un día me siento con fuerzas para ello.

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