domingo, junio 08, 2008

Valladolid, julio del 41


Valladolid, julio del 1941. Un sol de fuego cae a plomo sobre la Fuente Dorada y las escasas personas que se atreven a circular a esas horas buscan el refugio de los soportales. Manolita, cuerpo magro, morena, vestida como al desgaire con una batita de percal y un delantal azulón anudado a la cintura, se calza las zapatillas que llevaba en chanclas. Se seca el sudor de la frente y anima a la Gaspara, las mejillas bien embadurnadas de colorete, permanenente rubia muy marcada, blusa blanca bien ceñida y con una falda más roja que sus mejillas para que se espabile que todavía les queda subir Duque de la Victoria arriba y allí poca sombra van a encontrar.
Se levantan del suelo con pena, en breve se escapa el poco fresco que les habían transmitido las lajas de pizarra del suelo y agarran entre las dos el bulto de madera que estaba apoyado sobre una de las pilastras de piedra de los soportales.
" Coño, no nos hemos dado cuenta y hemos dejado la caja apoyada sobre la imagen del hijoputa... menos mal que no nos han visto ningún guripa". Apartan rápidamente de la pared el ataud de madera basta, toscamente barnizado y aparece la esfigie en negro del Caudillo coronado con el casco de militar y el sempiterno " Viva Franco, Arriba España " que está pintado sobre todas las esquinas de Valladolid.
Avanzan lentamente, llevando entre las dos el ataud para el Crescencio, el padre de la Gaspara. Estos cabrones de " Santa Lucía " han dicho que de acuerdo a las cuotas tenían derecho a la caja, pero nada más y que si la querían tenían que ir a recogerla a los almacenes. Y aqui están las dos sudando como burras porque eran las únicas que podían hacer la faena, pues el resto de las mujeres se habían quedado en casa amortajando al Crescen. Y con los hombres no se puede contar para nada. O al destajo o en la taberna gastando las cuatro perras chicas que han sacado del jornal. O en la cama, como el primo Angelillo al que ha dejado tundido un municipal por andar de limpiabotas sin tener licencia.
La Gaspara va como siempre despotricando de su suerte: " Mierda, que jodida mala suerte me ha tocado. Lo único que he sacado de la abuela es este puto nombre y estas patas tan gordas, mientras que tú bien ligera andas ".
" Cálla, que cada una lleva lo suyo a cuestas, deja de quejarte y arrea que ya falta poco ".
Al final de la avenida giran a la derecha y se meten por una calle estrecha, aquí se nota algo de fresco y ya van más ligeras, la casa está cerca. Pero un bulto en la acera, les obstaculiza el paso. Bigotillo fino, pelo engominado, cara de chuleta, con el casco de guripa en la mano, una pierna estebdida para que no puedan pasar, está el malnacido que ha dado la paliza al Angelillo. Las mira de arriba abajo, la sonrisa esquinada mientras se urga las muelas con un mondadientes.
Pero la sonrisa le dura poco. Manola deja la caja en el suelo y va a por él, todo uñas y rabia, para marcarle la cara, arañándolo con saña mientras llueven patadas en las espinillas. El tipo se defiende como puede, hacer sonar el silbato que lleva colgado al pecho y al poco aparecen dos guardias más al trote. Entre los tres, tiran a Manolita al suelo, la muelen a patadas y se la llevan a rastras hasta el retén de los sótanos del Ayuntamiento.
Ha caido la noche y el cielo está tachonado de estrellas, una luna llena roja de sangre mira todo con desgana y apenas se ven las sombras que pasan, se abre la puerta y aparece Manolita, el pelo trasquilado, un ojo a la funerala y el vestido apestando a aceite de ricino. La madre abre los brazos, la acoge contra sí, la envuelve en la toquilla y se alejan sin derramar ni una lágrima ninguna de las dos . Esos hijoputas que espían tras los barrotes del cuartelillo no van a tener la satisfacción de verlas llorar.

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