martes, febrero 12, 2008

En la ciudad de Bolonia...


En la ciudad de Bolonia a mediados del siglo XVIII nació Giuseppe Francesco della Mazzacorati, aunque no se sabe muy bien el que año porque las ratas se emcargaron de roer las esquinas del manuscrito en la que debería figurar la fecha de su bautismo en la iglesia de San Giacomo Maggiore. Tampoco se sabría mucho de su vida, en realidad, ni se sabría que hubiese existido alguna vez de no ser por los denodados esfuerzos que llevó a cabo nuestro docto compañiero, il cavalliero Luigi Poggi, catedrático emérito de Arte Etrusco en nuestra famosa Universidad, para sacar del olvido a tan eminente músico.

En la tristemente célebre matanza de la estación de ferrocarril de Bolonia en agosto de 1980 que llevaron a cabo los neofascistas, aparte del gran número de víctimas mortales, se produjeron muchos y muy serios destrozos en los alrededores de la zona. Entre ellos los que afectaron a toda un ala del cercano convento de Santa Maria della Summa Desolattione, ocupado por seis monjas desolattas y cuatro novicias de Benarés, cuya estructura quedó prácticamente en ruinas. El desplome de uno de los muros permitió encontrar el acceso a un sotano cegado hasta entonces, en cuya cripta entre ataudes con viejas momias de monjas, apareció un archivo de polvorientas partituras de un autor hasta entonces ignorado y que firmaba como Giuseppe Francesco della Mazzacorati.
Suore Petronilla, maestra de novicias del convento tenía cierta amistad especial con il dottore Poggi, al que con alguna asiduidad recibía en su celda y fué la que, entre los lamentos por la suerte sufrida por el convento y los supiros por el modo en que el sabio sabía tocar sus mejores registros, puso en conocimiento del gran legajo que había aparecido entre los escombros. Il dottore, excitado por la curiosidad aplicó un " andante con brío " a la monja para rematar el recital lo antes posible y cuando la tenía exhausta y feliz, pidió conocer esas partituras. Trás un interludio de dengues momjiles y arpegios profesorales, la monja accedió a enseñárselas y al poco rato reapareció sigilosamente con un rimero de papeles polvorientos en sus manos, entre un coro de floridos atchises.
A medida que iba pasando las páginas, el asombro de Poggi se iba haciendo cada vez mayor. Aunque no era un experto en música, sus conocimientos le permitían sospechar que estaba ante un maravilla y él era quien la había descubierto. Al lado de estas partituras, la obra de los músicos italianso del XVIII le parecía de un nivel infinitamente menor y aquí las cantatas, las sonatas, misas y demás obras de un tal Mazzacoratti aparecían ante sus ojos como un portento en cuanto a calidad y casi tan numerosa como la obra que dejó Bach trás de sí.
Pidió permiso a suore Petronilla para llevarse consigo los legajos y prometiendo volver lo antes posible para interpretar un nuevo concierto a cuatro manos, salió en busca de su mejor amigo, Pierino Gattamelata que pasaba sus días entre el órgano de Santo Stefano y la afamada casa de putas de la Malcontenta. Como quedaba de camino la iglesia, entró en ella pero al ver parpadear encendida al fondo solo la luz del Santísimo, mientras el órgano permanecía mudo, siguió apresuradamente hasta el chalecito rosa que estaba a la ribera del Sávena, donde habitaban las socorristas del amor carnal.
Después de alternar el halago con la porfía consiguió que la encargada accediera a despertar a Pierino que se había quedado de dormida con una jovencita búlgara recién aterrizada en la casa. Al rato oyó como su amigo bajaba las escaleras a trompicones, mientras entraba en la sala protestando por la falta de respeto de Luiggi.
Este, sin hacer caso de sus protestas, le dijo que se metiera los faldones de la camisa por dentro de los pantalones y le ayudó a ponerse la chaqueta, mientras lo arrastaba hacia el exterior de la casa.
Sentados en el velador de un café vecino, con dos tazones de expresso humeante ante ellos, Poggi puso en antecedentes a su amigo del hallazgo. Colocó el cartapacio en sus manos y se quedó en silencio mientras Gattamelata iba cambiando la expresión de su rostro pasando de la somnolencia al asombro, mientras escuchaba sus exclamaciones de admiración.
Pero ninguno de los dos conocía nada de la existencia de tal artista. Por eso pensaron que era indispensable conocer algo de su vida para mejor comprender su obra. Y se pusieron manos a ello, rebuscando en los viejos registros de parroquias y conventos, abriendo polvorientos legajos durante horas y más horas en los archivos de la ciudad y de la universidad, hablando con viejos profesores de música y, de este modo, poco a poco pudieron ir rehaciendo su vida, a modo de un puzzle en la que se encajasen las no muy abunantes piezas.
Giuseppe Francesco della Mazzacorati nació en los primeros años del siglo XVIII en la ciudad de Bolonia, hijo de un músico que tocaba la viola da gamba en la corte ducal y de madre desconocida. De sus primeros años no pudieron encontrar dato alguno. La primera vez que se tiene conocimiento de su existencia, aparte del incompleto registro bautismal, es cuando se le cita para la provisión del puesto de organista en la iglesia de San Agatángelo con un sueldo anual de cien escudos, dos mudas de ropa blanca, una levita y el derecho a ocupar una casita aneja a la iglesia.
En 1734 se casó con una tal Bianca Modini que murió de fiebres puerperales al año siguiente, sin dejarle descendencia. Dos años después se casó de nuevo, esta vez con Gina Pestucci, hija de un acomodado tratante de ganado, lo que trajo el sosiego y el dinero a su vida, permitiéndole dedicar todo su tiempo a la composición de su extensa obra. De esta época de tranquilidad es la mayoría de su producción, o al menos de la que llegó de modo fortuito a nuestros días.
Habitaban un palazzo en la plaza donde se ubicaba el real Colegio de España, sin punto de comparación con la casucha que antes ocupaban a las espaldas de la iglesia. Pero tanta tranquilidad no duró muchos años. Una plaga diezmó el ganado de su suegro y con elló se fué hacienda y sosiego. Las deudas acabaron con la prosperidad de la familia y se sabe que pasó más de un año en las cárceles ducales hasta que la mano misteriosa de una protectora pagó su deuda y pudo volver, maltrecho y sin un chavo, a buscarse la vida como músico.
Harto de ocupar puestos miserables en las iglesias de las aldeas cercanas a la capital, aporreando órganos desfondados mientras soportaba a curas grasientos reunió sus cuatro enseres y en un carro, con la mujer y los dos únicos hijos que habían logrado sobrevivir, se trasladaron a la vecina ciudad de Verona donde, de nuevo, poco a poco y dadas sus grandes dotes musicales pareció que la fortuna los sonreía de nuevo.
Fué preceptor musical de varias damas nobles y consiguió estrenar dos óperas que gozaron de gran favor entre el público verones, " La huida de Dafne al Parnaso " y " Amores del dios Pan y una pastorcilla de la Arcadia " que, como se desprende de los títulos, aunaban los motivos bucólicos co otros mitológicos, tan del gusto de la época.
Pero, siempre hay un pero, una de las damas se encaprichó de modo desmedido de su preceptor y los dos fueron encontrados en actitud sospechosa por el marido de la dama, las ropas desperdigadas por los taburetes mientras el arpa yacía caida en un rincón de la sala.
Salió a uña de jumento de Verona dejando atrás bienes y familia hasta llegar a una posada a mitad del camino de Bolonia, donde esperó pacientemente escondido a que llegase su mujer plena de arrugas y de reproches. Vueltos a Bolonia hubo un paréntesis de unos 10 años en los que apenas se conocen datos sobre él pero, al parecer sobrevivió gracias a la caridad de unas monjitas en cuyo convento de Santa Maria Desolatta había profesado su hija Gelsomina.
Pero el demonio de la carne apretó de nuevo sus garfios sobre él y abandonó familia y dignidad por una recia lavandera del barrio, con lo cual recibió el desprecio de su familia y su hija, llena de despecho, se apropió de todas las partituras de su indigno padre y juró que nadie sabría nunca de su obra y de su vida, en la medida que ella pudiera, sepultando las partituras en lo más oscuro de su celda, con su útimo deseo de ser enterrada con los manuscritos para que se pudrieran con ella. Mazacorati murió pobre como una rata en agosto de 1753 y fué sepultado en una fosa común, a expensa de la cofradia del Santo Sufrimiento. Y con él, el olvido.
Pero el destino decidió otra cosa y dos siglos después afloró toda la obra a la luz.
....aunque por poco tiempo. Inexplicablemente un incendio en la biblioteca del cavalliero Poggi atribuido a una colilla mal apagada, acabó con las esperanzas de dar a conocer un genio de la música a todo el mundo.

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