viernes, febrero 08, 2008

A comer, tocan



Digamos que desde siempre he sido un tragón. Bueno, siempre no, si hemos de hacer caso a lo que contaba mi madre. Aparte de decirme eso de que me había parido casi con diez meses de gestación como a los burros ¿ sería una velada alusión ?, el caso es que la teta no me debía de hacer excesiva gracia en los primeros meses, por eso se encerraba conmigo en una habitación a oscuras y me embutía el pezón en la boca y yo lloraba como un energúmeno, unico mecanismo que se tiene a esa edad para mandar todo al carajo. Pues eso, que yo berreaba negándome a comer y mi madre lloraba de dolor porque le estallaban los pechos llenos de leche que yo me negaba a vaciar. En esto que hizo su entrada mi hermano mayor y al ver que mi madre lloraba conmigo en brazos, me arreó el primer bofetón de la saga fraterna.
Claro que no se daban cuenta de que, en lugar deun buche de leche, tal vez hubiese preferido un par de buenos huevos fritos con pan. Pero se ve que tomé buena nota de eso pues nunca me he vuelto a negar a comer.
Y siempre en cantidad, a ser posible.
Por eso cuando mi madre guisaba un pollo para comer y ya en la mesa me preguntaba " ¿ que parte quieres ", yo respondía muy seguro " la que tenga más ". Y cuando se terminaba la comida en mi plato, miraba al techo cielo mientras repiqueteaba con el tenedor contra la mesa. " Mimos, dale algo más al niño, que tiene hambre ". " Pero si no para de comer, le va a dar de sí el estómago y un día va a estoupar como el Carajillo " .....por cierto, nunca llegué a saber quien era ese hombre, pero vagas referencias maternas aludían a un hombre del pueblo que había estallado después de comerse una tortilla con dos docenas de huevos.
Cuando se acercaban las navidades siempre le regalaban a mi padre un par o dos de capones de Vilalba. Me imagino que lo sabreis, los capones son pollos castrados que se encierran en jaulas para que no puedan moverse y que se ceban con unos bolos de maiz y castañas, que se les introducen con los dedos a través de la boca, para que se críen gordos y lustrosos. Al sacrificarlos se presentan con una capa de manteca, de su manteca, colocada como si fuese un abrigo sujeto con palillos sobre sus pechugas. Pues eso, quen en navidades comíamos capón en casa. La nochebuena de marras me engullí un zanco acompañado, imagino, de todas las demás presas que se pusieran a mi alcance. Al final de la cena no pudiendo con más,me fuí aal retrete y vomité toda la cena. Volví a la mesa, llorando con la cara llena de mocos y lágrimas y al oir el motivo de mis lamentos mi padre le dijo, " Anda, Mimos, ponle el otro zanco, que se ha quedado el niño sin comer ". Las crónicas familiares dicen que la comí toda y, esta vez, no salió fuera por la cuenta que me traía.
En otra ocasión nos invitaron a las fiestas en un pueblo de la provincia de Lugo llamado Noche de donde era uno de los asitentes de mi padre. Recuerdo la imagen de ir a lo largo de las corredoiras desde la carretera hasta la casa de la fiesta, iluminados por hachones de paja. La mesa era muy larga y a mi me pusieron al lado de la dueña de la casa. Cuando me preguntó que quería comer dije que " yo prefiero la pechuga "....la señora le preguntó al marido que era eso y como no se aclaraba mucho de lo que pedía el señorito de la capital puso en mi plato un cuello de pollo raquítico y frío, que daba lástima verlo tan solo en el plato. Mis hermanos que se dieron cuenta de la jugada, no pararon de reirse de mi a lo largo de la noche.
O las bodas en los pueblos, presididas siempre por los curas. En una fiesta, cuantos más curas sentaban a su mesa, más categoría tenía la casa donde se celebraba la comilona. En aquellas casas que todo el año se comía a base de caldo de berzas con unto, pan de borona y castañas cocidas, en esos días señalados, se echaba la casa por la ventana.
Tras las fuentes de embutidos con magras de jamón como palmas de mano de leñador, chorizos de matanza y rodajas de lomo, venía el caldo de cocido, con un dedo de grasa por encima y bien espeso con fideos gordos. Seguía la fuente con garbanzos y berza haciendo la comparsa a todas las delicias de la matanza con el lacón como rey. Después aparecían las empanadas de anguilas o de zorza o de bonito. Seguían los pollos asados y como rey de la fiesta el cabrito asado. Todo eso bien regado con vino de casa. Café, copas, los flanes, los pasteles, las tartas....., aparecía la caja de Farias de La Coruña y así hasta ultima hora de la tarde.
Se hacía la rueda de jugadores de carta, donde los curas eran los que más trampas hacían con el tute o el subastado. Voces, risas, chistes subidos de tono que no nos dejaban oir a los niños, todo eso coronado por la nube de humo de las farias.
Y por la noche aparecía la dueña de la casa diciendo que había que cenar las sobras...y así, hasta la madrugada, comiendo sin parar. Pero ahí no acababa la cosa porque el domingo siguiente tenía lugar la tornaboda en casa del novio donde se intentaba superar a la comilona en casa de la novia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buenooooo jajaja... me ha encantado de nuevo el relato... así que no eres niño de teta eh!! jejeje... pues bien guapo que has salido jodio!