domingo, diciembre 09, 2007

Cuento de navidad o algo así


La higuera se siente desnuda y observa con tristeza como apenas quedan hojas adheridas a sus ramas, su pié rodeado por una falda de hojas secas de color amarillo viejo que se han ido desprendiendo poco a poco de sus brazos, sin nada que oculte su cuerpo de la mirada orgullosa de los árboles que la rodean.
La palmera se mece de modo solemne mientras agita sus palmas de un modo ceremonioso, mirando de un modo desdeñoso a la pariente pobre que tiene enfrente, la quentia, que solo sirve para que se reunan montones de estorninos escandalosos al atardecer. Y al otro lado de la higuera, solemne en medio de la rocalla, se levanta el olivo con sus ramas cubiertas de hojas verde plata, satisfecho de la cosecha de aceitunas de que acaban de aliviarlo. Las buganvillas rivalizan en colorido con los hibiscos y ríen de un modo risueño pues saben que no les faltan las flores en todo el año. Y hasta los cactus que dormitan entre la grava y las rocas se sienten contentos de las casacas de espinas que los recubren.
La higuera se entristece pues nada cubre su desnudez otoñal y la primavera todavía está muy lejana. Gime su dolor suave, muy suave para que no se rían de ella los otros árboles del jardín. De pronto nota como se desprende la última de sus hojas y la observa como va planenado suavemente hacia el manto de sus piés. Y ya no puede contener las lágrimas. Un estornino la escuche a pesar de la algarabía de todos sus compañeros y baja a posarse en su rama, muy cerca del tronco donde late el corazón de la higuera. Escucha sus quejas y la consuela, le dice que ahora puede verse todo su cuerpo, libre del engaño de las hojas y que preste atención a como se va adormeciendo su savia para brotar con toda la fuerza en la siguiente primavera. Nada más bello que un cuerpo desnudo, a pesar del paso de los años.
Pero la higuera sigue llorando mansamente y el estornino vuelve al cotarro donde están todos los demás pájaros parloteando estruendosamente, como si les faltase tiempo para contar lo sucedido a lo largo del día. Revolotea, les da picotazos a los más escandalosos hasta que consigue el milagro de hacerlos callar y les explica la pena que acongoja a la higuera. Deciden hacer algo pues si un árbol se entristece en el jardín la pena puede cubrir a todos los demás con el manto viscoso de la tristeza.
Cae la noche y aparece una la luna llena como un disco de bronce viejo y muy cerca Venus, la primera estrella de la noche, resplandeciente como una reina cubierte de pedrería, en cuyo palacio de luz vive el recuerdo de Pilar. Los estorninos hacen una cadena de alas que sube lo más cerca posible de la estrella para contarle la pena de la higuera y pedirle ayuda.
Y una cadena de estrellitas se desprenden de la cabellera de Venus para bajar formando arabescos en el cielo hasta llegar a la higuera, donde se van depositando suavemente hasta cubrir sus ramas de una coraza hermosísima de luz y calor que despierta y enciende a la savia dormida del árbol, cubriéndolo con las hojas de un verde más bello y aterciopelado del que jamás había visto árbol alguno de los alrededores.
Y esas Navidades se pudieron comer los higos más frescos y más dulces que nadíe había probado jamás. Y la higuera ya nunca más volvió a sentirse triste a pesar de que los años la fueron haciendo cada vez más vieja y retorcida.

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