viernes, diciembre 14, 2007

Cabalgata de Reyes



Con la breve llegada al poder municipal de los socialistas en la ciudad de Burgos, cuando creíamos que aquella ciudad podía ser distinta, se hizo realidad una de mis mayores ilusiones: ser Rey Mago en la Cabalgata del año 2000, una forma muy personal y bella de empezar un nuevo siglo. Y dadas mis hechuras estaba claro que me correspondía hacer de Melchor.
La tarde del día cinco de enero era una de esas días típicas del invierno burgalés, con un frío y un viento grandes y por si eso era poco, no cesaba de llover. El tiempo era tan malo que por un momento se plantearon suspender la Cabalgata, pero menos mal que no lo hicieron. Nos concentraron a todos en la Casa de Cultura del barrio de Gamonal. El traje me quedaba muy justo y más que Mago parecía un Falstatt, pero me embutieron dentro y me pusieron una barba postiza que malamente se pegaba sobre la mía natural. Y la señora que nos vestía me recalcó muchas veces que no perdiese los postizos porque costaban mucho dinero. Un toque de colorete en las mejillas y me coronaron. Por calzado, unas zapatillas Wamba pintadas de purpurina dorada.

A mi alrededor, divirtiéndose como enanos, estaban Alfonso Y Félix, este todavía con el brazo en cabestrillo todavía convaleciente de la caida, después de la operación en la que, como decía él " le quitaron toda la cabeza del radio ".
No sé bien como me ví encaramado encima de la carroza y sentado en mi trono de oropel, sujetando la corona como podía pues la muy puñetera no se estaba quieta. Y otro tanto el jodido bigote, que se despegaba continuamente a causa de la lluvia. Nos pusimos en marcha bajo un aguacero incesante, pero eso no fué obstáculo para que saliesen niños hasta debajo del asfalto. ¡ Dios ¡, como la gozaba lanzando puñado tras puñado de caramelos a lo largo de todo el trayecto, sin apenas darme cuenta de la lluvia, a pesar de tener el ropaje calado y las zapatillas encharcadas. Pero era tan bonito ver las caras llenas de ilusión de los niños, oír el griterio de todos ellos aclamandonos que todo lo demás pasaba a un segundo plano.
En un momento, harto de intentar mantener en su sitio el bigote y la barba, me las quité, los dejé en un rincón del trono y me olvidé de ellos con la alegría de la situación. Los caramelos salían a puñadas y en un momento de entusiasmo, se fué la corona detrás.....Tuve suerte de que que no calló a la calzada y me la encasquetó el paje de nuevo.
Y llegamos a la plaza del Cid. Bajé a trompicones de la carroza y allí estaban esperando para llevarnos a adorar al Niño Jesús, menos mal que era de escayola porque si no acabaría con un neumonía, el pobre. Me dijeron que me tenía que poner de rodillas, con mi ofrenda entre las manos y me sentí como un gilipollas adorando una figura de yeso y lo peor de todo es que como mi carroza era la primera me tocó esperar allí a que llegasen las otras dos en las que venían mis colegas reales, con todo el cortejo de saltimbanquis y payasos intermedios. Se me hizo eterno y ya no sabía como ponerme, pues me dolía todo el cuerpo. Por fín llegó Gaspar y al rato Baltasar, hicimos una breve ofrenda a la imagen y nos fuimos rápidamente hacia el teatro principal, en busca de resguardo. En el trayecto me abordó una periodista micrófono en ristre y me pidió unas palabras para los niños. " Que sean libres y felices ", le respondí.
Subimos por la escalinata hacía el salón donde teníamos que recibir en audiencia al montón de niños recomendados que estaban allí esperando para vernos de cerca y al resguardo de la lluvia. A mi lado estaba mi amigo Félix no hacía más que comer chocolatinas, devorando monedas de chocolate una trás otra.
Saludé a los niños, muchos de ellos pacentes míos y de pronto uno dice a su madre: " Mamá tu dirás lo que quieras, pero a ese Rey mago lo conozco yo ".
Pronto nos sacaron de allí porque teníamos que seguir el recorrido. Nos subieron a unos coches oficiales y la primera parada fué en Las Calzadas, en el colegio de educación especial. Joder, me estaba poniendo malo de tanta emoción. Allí me encontré con Robertito y su madre, de quienes ya he hablado en otro relato. Robertito es un chico con aíndrome de Down que atendí cuando empezaba a ejercer de pediatra y que ha pasado por múltiples complicaciones, pero que sigue luchando por la vida. Repartimos los regalos que tenían preparado los padres y dimos montones de besos. Vuelta al coche.
Y llegamos al Asilo de Ancianos de la Carretera de Poza para pasar el trago más amargo de la noche. Allí nos esperaba toda la comunidad de monjitas con la Superiora al frente y un coro de viejecitos, los que se podían mover por si solos, para ser bien recibidos. Primero nos tocó hacer el paripé de rezar delante de su belén y oir un par de villancicos cantados por los pobres ancianitos desamparados. Empezamos la ronda por las habitaciones donde estaban los encamados, un par de zapatillas delante de cada puerta donde íbamos depositando puñados de caramelos y chocolatinas que una de las monjas se encargaba de redistribuir según el viejecito fuese más o menos de su agrado, mientras los que nos seguían iban cogiendo los que podían. Entramos y salimos de cada habitación como una exhalación para no ver lo que había dentro, el olor a orín y a lejía siempre flotando en el ambiente.
Y recordé la frase que le había dicho Alfonso a una amiga nuestra: " Encarna, si tu hijo te dice un día cuando seaís mayores que os va a llevar a un sitio muy bonito, lleno de flores para que vivais allí, agarra el cuchillo jamonero y cortale la yugular ".
Al final del recorrido nos pasaron a una sala con una mesa enorme cubierta por un mantel bordado blanquísimo y cubierta de fuentes llenas de todo tipo de embutidos y golosinas. Una bendición pues era ya muy tarde y no habíamos probado bocado. Mientras asaltábamos las fuentes como desesperados toda la congregación de monjitas nos miraban embelesada desde el quicio de la puerta, sin atreverse a entrar. Muchas de ellas eran jovenes, con esas caras pálidas, traslúcidas de alguién que está condenado a no ver el sol. Y me dieron mucha pena, tan jóvenes y encerradas en ese mundo. O tal vez éramos nosotros los que le dábamos pena a ellas.
De allí nos fuimos a la Residencia Sanitaria, casi de madrugada. Tal vez fué el momento más bonito de todo el día. Nos estaban esperando un grupo de enfermeras en el vestíbulo, muchas de ellas antiguas conocidas y compañeras de trabajo en el servicio de Pediatria. Subimos a la planta de recién nacidos y fuimos distribuyendo regalos entre las cunas y las incubadoras donde unos conejitos estaban intentando sobrevivir entre tubos y gomas.
Allí reparecieron Alfonso y Félix, que todavía seguía trasegando monedas de chocolate. En la puerta de los paritorios estaba un amigo esperando que naciese su tercer hijo, Alberto. Bonita noche para nacer.
Subimos todos en el ascensor a la séptima planta donde está Peduitria y, ¡ oh maravilla ¡, al abrirse la puerta estaba en el vestíbulo un niño de unos cuatro años con su padre. Al ver aparecer a los Reyes con todo el cortejo el niño abrió los ojos como platos y se quedó maravillado ante tal espectáculo.Creo que solo por ese momento, mereció la pena todo el jaleo del día. Dudo que jamás pueda olvidar esa expresión mezcla de alegría, sorpresa e incredulidad del niño. Repartimos juguetes a todos los críos encamados y así acabamos la fiesta.
Vuelta de nuevo a la casa de cultura para despojarnos de los atributos de la realeza y allí estaba esperando a pié firme la encargada del atrezzo. Al ver que había perdido los postizos me montó un pollo tremendo. Pero estaba tan feliz y tan cansado que no le hice el menor caso. Nos cambiamos y volvimos a casa, porque sabíamos que los Reyes Magos de verdad nos habían dejado un regalito a los tres.

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