miércoles, octubre 17, 2007

Anecdotas del curro


Viene Adrián a la consulta, un crío rubio precioso de unos tres años de edad. Su madre, una mujer con mucho coraje que buscó un hombre que la preñase solo para tener un hijo y criarlo después ella sola. Tiene tos y mocos. Ya se sabe. Eso nunca se quita a esa edad. Lo desnuda su madre, lo tumba en la camilla.
Comienzo a explorarle, le levanto el brazo para auscultarle y él, muy serio, se señala la axila con la mano y dice: " No mires, todavía no tengo pelitos ".

Una mañana me dice Blanca, compañera de trabajo primero y buena amiga después, que tiene que hacer una extraccion de sangre a un niño, pero que no hay forma de sujetarlo. Me siento, lo agarro bien haciendo un cepo con mis brazos y piernas y el crío protesta y chilla, sin dejarse pinchar. Grita, forcejea como un desesperado y cuando ve que no le queda más remedio que ceder se vuelve hacia mi y con voz de cordero me dice " Por favor, señor, sea usted bueno, déjeme marchar que la profesora me va a reñir si llego tarde y me castigará ".

" Cara cortada " era una chica muy joven, con un cuerpo rotundo y bonito, pero su rostro estaba desfigurado por una navajada de un antiguo chulo. Hace la carrera por las noches en la calle de las Pescaderías o en las sombras de los soportales de la Plaza Mayor. Tiene un niño muy pequeño, siempre enfermo, hijo de no sabe que padre. Lo cuida con muchisimo cariño y con frecuencia me lo trae medio ahogado por el asma a la consulta de la Beneficiencia. Es un crío que da mucho trabajo, pero él no tiene la culpa y hay que sacarlo adelante. Una noche, después de superar una nueva crisis la madre me dice mientras se abre el abrigo : " Mire, doctor, le estoy muy agradecida pero como tengo un duro para hacerle un regalo, me gustaría ofrecerle un completo ".

Una madrugada me llaman a Urgencias porque, al parecer una chica se ha puesto de parto y no da tiempo a subirla al paritorio y tal vez haya que reanimar allí al recién nacido. Fuera, en el pasillo, un matrimonio ya mayor está muy agitado. El padre, un antiguo practicante ya jubilado, grita que a ver cuando operan a su hija del apéndice. Dentro de la sala la situación es distinta y la chica que había acudido a urgencias por un cólico de tripa, en realidad está de parto. Está soltera y al principio niega con ardor que pueda estar preñada pero, ante la insistencia del cirujano confiesa que ha habido algo " pero solo de pié contra la pared y con la puntita ". Y mi compañero le responde con guasa: " pues mira, si lo llegais a hacer acostados y te la mete hasta las bolas, seguro que te hace tres ".

Una vez más tengo que ir a ver a una niña a una calle del Barrio de S. Pedro. Siempre en la misma casa. Desde hace una temporada, cada pocos días su madre me pone un aviso con el más tonto de los motivos. Es un primer piso de una casa de barriada. Portal largo y muy frío, escaleras estrechas, la puerta es de aglomerado con una imagen del corazón de Jesús bajo la mirilla. Llamo. Se abre la puerta a un recibidor mínimo que ocupa un taquillón de color marfil y una columna de falso alabastro coronada con un florero lleno de flores artificiales, que se ilumina nada más entrar. La madre, a pesar de encontrarnos en lo más crudo del invierno burgalés, siempre me recibe con el mismo atuendo: unos exiguos shorts blancos y una camiseta roja muy ceñida. Me pasa a la habitación, me siento en la cama para explorar a la niña, la madre se sienta a mi lado, se refrota contra mi muslo y yo pongo cara de bobo y salgo corriendo como puedo, en cuanto puedo. Pasan los años, María se hace madre y viene a mi consulta con el bebé y la abuela. Cuando le recuerdo a esta como tenía el recibidor de su casa, se queda sorprendido y me dice: " Era usted...." Joder, como nos estropean los años a todos.

En la casa contigua al ambulatorio, una viviende de 8 ó 9 pisos, vivía un matrimonio con dos niños pequeños. La madre, preñada del tercero, bromeaba en la consulta que si se ponía de parto, tenía el paritorio a dos pasos de casa. Tal vez coincidiendo con el cambio de luna, como es de rigor en estos casos, se puso todo en marcha. Dejaron a los niños a cargo de una vecina, cogieron la canastilla y se metieron en el ascensor, acelerados porque el nuevo venía con prisas. Se cierra la puerta, comienza a bajar el ascensor y.....¡¡ mierda ¡¡, se queda colgado entre dos pisos. El padre comienza a aporrear el botón de emergencia, golpea la puerta y chilla, pero no aparece nadie.....bueno, sí...parece el niño que decide no esperar más y asoma la cabeza. El padre atiende el parto como puede. Por fín después de un rato que se le hace eterno, el ascensor se pone en marcha y llegan al portal donde ya está esperando la camilla. Todo salió bien. Al niño le llamábamos, en plan de guasa, Jose OTIS.
Y seguimos con los partos. Estábamos una noche en urgencias. Tendría que ser tarde porque era la hora de preparar la chocolatada en el camping gas. Suena un claxon en la puerta de Urgencias y nos avisa un celador que salgamos corriendo, que ha parido una mujer en la puerta. Venía toda la familia de un pueblo de la Sierra. En la explanada había un " 600 " del que sale un hombre desencajado.Por la otra portezuela aparece primero un niño, luego otro y un tercero, seguidos de la abuela. En el asiento de atrás gime la parturienta, el suelo del coche mojado y pringoso. La mujer tiene los pantys negros bajados hasta media pierna, y en medio el recién nacido.....estaba muerto, ahogado entre la ropa y los muslos de su madre.
Una mañana al abrir la puerta de la consulta, veo a una mujer conocida de hace muchos años. Va vestida de negro, sin arreglar, en la cara su sonrisa de siempre,dulce y melancólica que conozco de hace muchos años. Es la madre de Robertito, un niño con síndrome de Down y que padecía una cardiopatía seria, al cual había atendido cuando era pequeño, en mis comienzos como pediatra. Su madre tenía entonces una vieja pensión en el centro de Burgos que atendía los años impares, alternandose con su hermana que la gobernaba los pares. Después de más de veinte años, me trae un regalo: una especie de pergamino de cerámica con dos rosas pegadas y una frase que transcribo:
" He Aprendido.....que el el obstáculo más grande es el MIEDO.
Que los mayores maestros son los NIÑOS.
Que el mayor error es darse por VENCIDO.
Que el regalo más hermoso es el PERDON.
Que lo más maravillo del mundo es el AMOR.
Que la felicidad más grande es la PAZ.
Y que el día más bello es HOY "....
Y sobre todo, el regalo de su aprecio, de su gratitud al cabo de los años por algo que no era mas que mi deber de atender a su hijo. Me cuenta que Robertito sigue ahí, peleando con los achaques, que se ha su marido se murió de repente hace unos meses, que su otro hijo ha superado una leucemia y que ya está bien. Y que la vida es muy bonita a pesar de todo, que hay que luchar y no tirar la toalla. Y que se acuerda mucho de mí. Por eso viene a recordarmelo. Fué tanta la emoción, que no sabía como deshacer el nudo de la garganta y darle las gracias. Gracias por darme una lección de vida.

Hace unos días se abre de repente la puerta de la consulta y mete la cabeza una mujer joven, me mira y le dice a su niño, " Coño, si está aqui el Papa Noel "....

Este verano viene a la consulta una chica de casi 15 años, con unas tetas como cabezas de niño. La acompaña otro chico mayor que yo imaginé su hermano. Entran sin saludar, como es habitual. Se sienta al otro lado de la mesa, veo que no hace más que dar saltitos en el asiento mientras el chico le toquetea la espalda. Me cuenta algo de que tiene unas manchas en la mano y mientras la exploro, sigue el bailoteo. Le receto una pomada. Se levanta y, cuando va a salir, me fijo en que el chico tiene una erección que le hace saltar el bañador....... No entiendo nada...Creo que me voy haciendo viejo....

Ya me iré acordando de más cosas

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