jueves, agosto 17, 2006

SEVILLA


Sin saber como, cada vez que nombramos una ciudad ya conocida nos viene a la memoria un recuerdo, un fogonazo sobre un instante vivido en ella y que pudo ser muy breve pero que se grabó muy a fondo para siempre y que no tiene por que tener ninguna relacion con los tópicos que la acompañan. Eso mismo me sucede con Sevilla.
La primera vez que fuimos a Sevilla fué en los últimos días del 92, una vez terminanada la época que nosotros considerábamos de autobombo gubernamental, aunque de este modo nos castigamos sin ver la Expo de la que todo el mundo contaba mil y una cosas..... Siempre que pienso en Sevilla hay dos cosas que me vienen a la cabeza.
Una es algo tan simple como el sabor amargo de sus naranjas. En invierno toda la ciudad esta llena de naranjos rebosantes de fruta y para mi desgracia saben muy amargas pues le claveéel diente a más de una. Y me pareció tamaño despilfarro ver las calles regadas de fruta y no poder comerlas...
La otra es el recuerdo de una noche de diciembre callejeando por el barrio de Santa Cruz. Lloviznaba debilmente y el suelo estaba brillante por la luz reflejada en el suelo mojado. Dimos vueltas y más vueltas por las callejas del barrio curioseando todos los rincones, mirando a través de las rejas que dejabann entrever patios y gentes cenando. Subimos por una suave cuesta y, de pronto, oimos una música dulce. Un chico joven que estba tocando su flauta delante del Hospital de los Venerables Sacerdotes, un bello edificio del barroco sevillano. Estaba solo en la calle, vestido con aspecto de hipppie y se cubría la cabeza con un gorro de paja regalando su música a las contadas personas que pasábamos por alli. Bueno, no estaba tan solo, lo acompañaba un perrillo echado a sus piés sobre una manta vieja, los dos al resguardo de la arcada del Hospital para protegerse de la llovizna. Y esa imagen del edificio con una pared bermellón al fondo, el suelo brillante y mojado, la música dulce y la sonrisa del chico al depositar las monedas en su platillo serán siempre para mí la imagen de Sevilla.
A la tarde siguiente volvimos a recoger esa misma zona y allí seguían perro, chico y música y aproveche para hacerle una fotografia. Pero lo mejor de todo es cuando, al cabo de unos meses pasando cerca de la catedral de Burgos oigo que sale la misma melodia del Arco de Santa María...y allí están de nuevo perro, chico y musica, con la misma sonrisa feliz al dejarle unas monedas en el platillo.
....Gracias Boni.

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