martes, enero 31, 2006

La buhardilla de nuestros 20 años


Al poco tiempo de conocernos, Alfonso y yo nos planteamos la necesidad de tener un lugar donde poder estar libremente los dos. Encontramos un bajo muy lúgubre en una calle próxima a a la iglesia de san Andrés. El sitio era oscuro y no podíamos abrir abrir las ventanas de la calle para tener la más mínima libertad, pero nos permitía lo que más deseábamos: estar juntos. Pronto se desbarató todo, porque una pandilla de críos se coló dentro un dia y cuando llegamos a la tarde, encontramos todo destrozado. Nos sentimos muy mal, pero no por la pérdida de los cuatro cachivaches viejos que teníamos, sino por la sensación de que se había profanado nuestra intimidad y decidimos cambiarnos de sitio. Así que nos pusimos a buscar una buhardilla por esa misma zona,lo más cercano posiblea a mi colegio.
La buhardilla estaba, está todavía, en un caserón que ocupa todo un flanco de la plaza del Caño Argales, muy cerca del colegio donde yo estaba interno. En la planta baja había una droguería y una tienda de ultramarinos " La casa del bacalao " con unos cartelones grandes en la fachada como reclamo del género. Nada más entrar en el portal te venía una tufarada a bacalao mezclado con humedad y meados de gato. Se subía por unas escaleras de madera bastante oscuras hasta nuestra vivienda que estaba en el desván. En la vivienda situada a la izquierda vivia una familia muy peculiar de la que hablaré después. En el pasillo de la derecha había una serie de cuartuchos que pertenecían a los inquilinos de los pisos inferiores y nuestra buhardilla. En un recoveco del pasillo había un tugurio muy pequeño que ocupaba casi por entero un retrete de loza y que teniámos que fregar por turnos alternandonos con nuestros vecinos, lo que fué más de un motivo de pelea.
La vivienda era pequeña y la puerta de entrada daba directamente a la cocina que ocupaba casi por entero un fogón de carbón y que daba paso a una habitación abuhardillada que tenía un ventano al fondo colgado sobre el tejado. Para asomarse había que subirse a un escalón y allí crecía frondosa una maceta con una preciosa planta de " maría ". A la derecha estaba nuestro santa santorum, con un cama que había construido Alfonso con tablones, una mesa camilla y la estantería donde se acumularon nuestros primeros libros y los discos de vinilo, algunos verdaderas joyas de la clandestinidad. Nos servía todo para amueblarla y por las noches buscábamos en la calle muebles abandonados. El suelo lo enmoquetamos con retales que nos dieron del escaparate de una tienda de modas donde trabajaba una amiga.
Como estábamos tan cerca de mi colegio, todas las noches después de cenar subía a mi dormitorio, deshacía la cama y salía a escondidas para pasar la noche juntos en la buhardilla. En cuatro años no se enteró nadie porque había cultivado una buena fama entre los cuidadores y me tenían por una persona madrugadora, por eso nunca les extrañó no verme ninguna mañana en la cama.
Rápidamente la buhardilla dejó de ser un sitio íntimo. Alfonso tenía muy buenos amigos que invadieron el espacio y lo sintieron como propio. Esos amigos trajeron a más personas y estas a otros.... era como sacar las cerezas de un cesto.... Tirabas de una persona y salían varias detrás. Unos se hicieron fijos, " de plantilla " y el resto entraban y salían a su antojo.
Fué tiempo de compartir todo. Cuando uno tenía un problema, todos los demás actuábamos en bloque para intentar solucionarlo.Y lo mismo pasaba con las alegrías.
De pronto aparecía una persona que conocía auno que era amigo de otro que tenía una película de las " prohibidas ". Se corría la voz entre todos que el sábado podíamos ver una copia de "La Madre "......ni más ni menos que auténtico cine ruso mudo y ¡¡ prohibido por la censura ¡¡¡. Otro día tocaba lectura de teatro y nos sentábamos alrededor de la camilla a leer entre todos a Arrabal o algún otro autor transgresor. Y música, toda la música de los cantautores de los 70. Jara, Vi0leta Parra, los catalanes, Luis Pastor, los gallegos, Serrat.....sobre todo Serrat.
Y siempre, las meriendas. Cada uno traía lo que podía y, si no llegaba, se iba a comprar lo más barato. Las costillas de cerdo adobadas estaban de vicio y valían muy baratas. O los bocadillos de huevos fritos con patatas y pimientos verdes fritos que preparaba Luisa. El caso era tener una disculpa para reunirnos, hablar de lo divino y de lo humano y estar juntos.
Una tarde estábamos preparando la merienda y, de pronto, oimos unas voces enormes en el rellano de la escalera. Como en la cocina había un ventanuco que daba al pasillo lo abrimos para enterarnos de lo que pasaba. Una vez más era la familia vecina. La formaban una mujer de unos 40 años muy deslenguada, su marido mucho más joven y que no tenía oficio ni beneficio y que le daba al vino lo que podía, una niña pequeñita que siempre estaba berreando, otra chica mayor hija de la mujer que tambien berreaba lo suyo y el pobre Felipe.....era hermano de la arpía, él unico que curraba en la casa y todos los sábados llegaba con una peonza enorme.....esa noche, no sabemos por qué, lo dejaron en la escalera y el pobre no paraba de chillar pidiendo su jornal, que se lo había quitado el cuñado para gastarlo en las tabernas.
Y cuando las huelgas de FASA nuestra casa se convirtió en uno de los sitios de reunión y de almacenaje de panfletos que se lanzaban a ciclostil y que después se repartían en las manifestaciones o se lanzaban desde coches en marcha.....Alfonso siempre cuenta la anecdota de un día que, a las nueve de la mañana, por el barrio de Delicias, iban tirando panfletos desde un " 600 " cuando enfilaron una calle a todo gas....y no tenía salida. Menos mal que los " grises " estaban durmiendo. Pero el susto fué bueno.
Y tanta delicia como había en la buhardilla se desbarató el día que entraron en juego las pasiones amorosas.....pero esto lo contaré otro dia. De todo aquel racimo de gente con la que compartimos tanto solo nos quedaron dos buenas amigas, esas amigas que nada ni nadie podrá separar de nosotros.....Luisa, Amparo.......

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