domingo, junio 16, 2024

SE HA IDO FRANÇOISE...

 Acaba de morir Françoise Hardy y, como tantas veces que hay algo que me conmueve, se han agolpado montones de recuerdos. En el año 1965 yo estaba interno en un colegio de frailes en Santiago de Compostela. Durante ese curso se murió mi padre y, con él, se fueron los ingresos de la familia. Mi madre, que siempre supo sacar ocho pesetas de un " duro " me mandaba lo que podía para mis gastos que, como es fácil imaginar, no eran muchos.




Todos los domingos, junto a un par de compañeros del colegio, nos íbamos a la cafetería del Hostal de los Reyes Católicos a tomar un café, que procurábamos tomar muy lentamente para que nos durase y poder rentabilizar el gasto. No recuerdo sus nombres pero tengo su imagen grabada en la memoria. Uno de ellos era de Vigo y tenía las mejillas siempre coloradas como si tuviese frío, un pelo en cepillo que le semejaba a un puercoespín y que siempre hablaba como si estuviese enfadado. El otro, de origen suizo, era dulce de carácter , con un pelo casi blanco y unos ojos de un azul muy intenso, con la sonrisa siempre en los labios.  Después de café salíamos a la plaza del Obradoiro, entonces un inmenso parking, para ver los coches de lujo que estaban aparcados delante del Hostal. Comparábamos unos con otros y tomábamos notas para escribir a las fábricas y pedirles catálogos. Siempre respondían y recuerdo que los de la " Mercedes " junto al catálogo a todo color, enviaban un alfiler de corbata de plata con su imagen.    




De allí nos íbamos a la Rúa do Franco donde siempre ha habido más bares que portales. Nuestro destino era el " 34 " porque allí había una máquina de discos. Metías una moneda de cinco pesetas y podías ver un corto de un artista cantando su canción. No eran las típicas " jukebox ", pues nuestra máquina no solo permitía oír la canción, sino ver al artista cantando.

Las preferidas de mis compañeros eran las gemelas Kessler, dos espléndidas gemelas alemanas que eran como dos copas de champagne.  Rubias y curvilíneas , eran una pura sincronía de belleza. Ahora, al buscar datos sobre ellas en internet, acabo de leer ahora que en su testamento han pedido que sus cenizas se mezclen con la de su madre para estar siempre unidas.





Pero mi canción era siempre " Tous les garçons et les filles " de Françoise Hardy. Con un precioso vestido de campesina, la cantante iba desgranando la letra de su canción subida en el balcón trasero de un trenecillo que recorría el bosque de Bolonia. Nosotros esperábamos muy atentos a los momentos finales en los que, una ráfaga de aire venida de no se sabe donde, levantaba las faldas de la cantante y nos dejaban ver fugazmente sus piernas y su ropa interior. 





Después, entre contentos y apesadumbrados porque se había terminado la canción, nos íbamos a pasar el resto de la tarde por la Herradura, paseo arriba y abajo porque se nos había terminado el dinero del fin de semana. Y si llovía, cosa muy frecuente, nos tocaba recorrer los soportales de la Rúa Nova  hasta el momento de volver a nuestro encierro para toda las semana.









   

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