domingo, febrero 11, 2018

17 días en la Grecia Peninsular. II

Día 6
Esa mañana madrugamos para recoger el coche alquilado con el que hacer el recorrido planeado por Grecia continental. Contratamos una furgoneta Nissan NV200, pues, a pesar de ser solo tres personas, su maletero es lo suficientemente grande como para llevar todo el equipaje, en especial pensando en la seguridad de las paradas intermedias. Muy cerca del metro de Acrópolis en dirección al arco de Adriano están concentradas todas las agencias de alquiler, aunque nosotros ya lo habíamos concertado por internet con " Caldera ", una subcontrata de Europcar. Un consejo: revisar bien lo que se firma, pues a nosotros nos entregaron el coche casi sin combustible a pesar de haber contratado el vehículo con el depósito lleno. No es por el posible engaño económico, pero ponerse a circular  de pronto en una ciudad tan caótica como es Atenas con el miedo a quedarte colgado sin gasolina, no veas que morbo da a la marcha.







Tomamos la autovía en dirección a Corinto y la primera parada fue a pocos kilómetros de Atenas. El monasterio de Dafni está situado en la margen izquierda de dicha autovía, aunque su acceso está mal señalizado y es un tanto complicado ( de todos modos hay autobús directo desde Atenas ). Está abierto hasta mediodía los martes y viernes.








La entrada es gratuita y el personal, muy amable. Se trata del monasterio bizantino más antiguo de Grecia y en su iglesia hay una serie maravillosa de frescos y mosaicos bien restaurados tras el destrozo ocasionado por un terremoto. Es una parada obligatoria.
Seguimos por autopista hasta llegar a Corinto e hicimos una breve parada para ver el Istmo.






Si os detenéis en el bar que hay a la margen derecha de la entrada del puente según se viene de Atenas, ni se os ocurra pedir un bocata. Ahí hemos tomado el sándwich más infumable de toda nuestra vida digno de ganar el guinness al más intragable bocata del mundo mundial . Un mazacote de masa helada con un esbozo de lechuga y jamón york que se enroscó a nuestra garganta y que ni con ayuda de toda el agua del mundo se conseguía pasar.





El punto siguiente fueron las ruinas de la ciudad de Acrocorinto, la antigua acrópolis de la ciudad de Corinto que está colgada en la montaña como si fuese un nido de águilas. La entrada es libre y la ascensión muy penosa, con el piso muy resbaladizo. Así que nada de tacones ni sandalias para subir. Un triple anillo de murallas cerca la ciudad y desde lo alto hay una maravillosa vista sobre el Golfo de Corinto.
De allí descendimos en busca de los restos de la Antigua Corinto ( abierta a diario de 8 a 15, entrada 8-4 euros ). Las ruinas de la ciudad son muy interesantes y tiene rincones muy bellos como la fuente Glauke  y las columnas del templo de Apolo  y el contenido de su pequeño museo es muy bueno ( especial atención a las ofrendas votivas representando partes del cuerpo humano que son el precedente de los exvotos de nuestras iglesias. 






Seguimos en busca del teatro de Epidauro. De los mejores teatros de la Grecia clásica está situado en un entorno muy hermoso, en medio de una gran arboleda mediterránea. Tuvimos la suerte de llegar a media tarde ( abierto de 8 a 20 horas, 12-6 euros la entrada ). Pero su museo es tal vez el peor de los que hemos visto a lo largo del viaje y no merece la pena el esfuerzo de acercarse a su puerta. 




Llegamos a Nauplia con el atardecer. La reserva para dos noches en el apartamento Myral Guesthouse, fue un acierto de diez. La dueña, Dafne, una mujer madura encantadora con la que me fue fácil conectar en italiano. Nuevo y con espacios diáfanos, con una hermosa terraza y unas camas amplias y cómodas como en ningún lugar. 130 euros para dos noches, tres personas.












Nauplia es de los lugares que recuerdo con más cariño de mi anterior viaje a Grecia. Dimos un paseo por el puerto y la ciudad antigua. Cena espectacular y pantagruélica a base de pescado a la entrada del puerto en el Aiolos Taverna, frente al aparcamiento. 70 euros para tres personas y como colofón, un postre griego maravilloso obsequio de la casa. Y el personal, una joya.


Día 7
Muy cerca de Nauplia están las ruinas de Tirinto, un conjunto arqueológico en el que destacan las impresionantes murallas ciclópeas y las casamatas abovedadas anexas. 





Abierto de 8,30 a 15 y de martes a domingo ( 4-2 euros). De allí nos acercamos a la vecina ciudad de Argos en el que se conserva un teatro que, por su estado salvaje y medio derruido, me produjo una gran impresión. Las gradas muy empinadas y erosionadas rodean el escenario y las lagartijas corren libremente al ser un lugar apenas visitado por los turistas. Abierto hasta el atardecer, la entrada es libre. Enfrente, al otro lado de la carretera, están los restos de un anfiteatro y de la antigua ciudad. El museo arqueológico de la ciudad es pequeño pero interesante. 







Muy cerca está Elliniko con una curiosa pirámide micénica.
El plato fuerte de la mañana era la visita a Micenas. Aquí, por el contrario a la vecina Argos, había un hervidero de gente. ( Abierto toda la semana de 8 a 18, cuesta 12-6 euros la entrada ). La subida hasta la famosa puerta de los Leones es penosa pero es inevitable hacerla para disfrutar de las ruinas maravillosas de la ciudad, en especial de las enormes sepulturas abovedadas, cuyo interior me recordó a los cercanos tombos de Tomelloso. 










Tal vez un micénico viajó a la Mancha en tiempos pasados o un manchego se acercó a vender melones por estas tierras griegas, pero tholos y tombos son idénticos por dentro. El museo pequeño y muy bien montado tiene piezas muy curiosas, entre ellas unas figuras que me hicieron pensar en una bailora gitana acompañada de todos los integrantes de un tablao flamenco. Muy cerca de la ciudad se encuentra la impresionante tumba a tribuida erróneamente a Agamenón.
Volvimos a Nauplia para comer en la ciudad vieja. Por la tarde subimos en coche hasta la enorme fortaleza veneciana que domina desde lo alto a toda la ciudad. 











En nuestra anterior visita a la ciudad hicimos la subida por las casi mil escaleras que unen el castillo de Palamidi con la ciudad, pero eso eran épocas ya muy lejanas desgraciadamente y ahora no se tienen fuerzas para ello, así que la ascensión fue en coche. El horario varía a lo largo de la semana y la entrada es 8-4 euros. La inmensa fortaleza veneciana impresiona por su grandeza y su perfecto estado de conservación y la vista sobre el mar y la ciudad es impresionante. En la capilla entraron dos chinas aceleradas y quisieron colarse tras las cortinas del altar, lugar prohibido para nosotros y es que las pobres estaban buscando como desesperadas un wc y se pensaban que estaba allí. Curiosas son las mazmorras, aunque para entrar en ella uno se deje las rodillas desolladas.
De vuelta a la ciudad, recorrimos por fuera los otros palacios. De las salvajadas que hace el negocio turístico hay muestras pues un inmenso bloque de viviendas abandonado impone su mazacote de cemento con las piedras antiguas. La ciudad de Nauplia es muy hermosa y se nota que hay mucho turismo de calidad, con tiendas elegantes y rincones hermosos. El cine de la ciudad es una antigua mezquita reconvertida. En el puerto, que antes estaba bordeado por pequeñas viviendas de pescadores, ahora se han instalado cafés y bares de moda que son iguales a los de todas las playas de turisteo. Pero el pequeño castillo veneciano situado en medio del mar conserva toda su belleza de antaño y el color del cielo y del mar al atardecer es inolvidable.


Día 8  
En dirección al sur llegamos hasta la ciudad de Esparta, pero no hicimos más que soslayarla pues de su antiguo esplendor solo le queda el nombre y continuamos a través de hermosas carreteras rurales hasta llegar a la antigua Mystrás, una ciudad bizantina que se acuesta sobre los lomos de la montaña. 









Hay dos accesos a la misma y la entrada ( 12-6 euros y de 8 a 15 )  puede hacerse desde la parte inferior de la ciudad o desde la superior. Nosotros optamos por esta última opción haciendo la entrada por la ciudad alta. Sobre esta se encuentra el castillo en buen estado de conservación. Después iniciamos el recorrido a través de las calles empinadas con sumo cuidado pues el empedrado de las mismas es un tanto peligroso. Pero la sorpresa de ver sus iglesias, la hermosura de los frescos que decoran sus muros, compensa todo el esfuerzo. El recorrido es fácil y sin pérdidas y de todas las iglesias no sé con cual quedarme. Al llegar a la mitad del recorrido, a la altura del Palacio de los Déspotas que no se visita por estar en fase de restauración , desandamos el camino y subimos a por el coche para acercarnos a la entrada a la ciudad baja y completar el recorrido. Primero en la catedral ( con museo anexo totalmente prescindible ) y luego en el resto de los templos, que encierran verdaderas joyas en sus paredes. Imprescindible calzado muy cómodo y seguro y la botella de agua inherente a todo turista. Hicimos un alto en el camino para reponer fuerzas en una " bakery " con un personal encantador y seguimos camino. Aquí el navegador nos la jugó pues nos condujo a una carretera cortada y nos costó mucho salir de la trampa y encontrar la dirección correcta. Y en el siguiente destino, la ciudad de Geraki, nos la volvió a liar pues nos metió a través de unas callejuelas inverosímilmente estrechas donde no nos explicamos como no nos dejamos las esquinas del coche. Y al final el acceso a las ruinas, que estaba mal señalizado, era más adelante.
Geraki es una versión en pequeño de la anterior Mystrás con castillo y unas hermosas bizantinas.
Nuestro final destino era el hotel Xifoupolis en Fixia, a pocos kilómetros de Monemvasia. La dueña es un encanto de persona, cantarina y alegre, llena de amabilidad. Nos subió bebidas frescas y un plato de dulces a las amplias habitaciones  y con una gran terraza frente al mar. 128 euros por dos noches con desayuno incluido.
Nos acercamos a Monemvasia para hacer una cena que hoy, día del Pilar, pretendíamos que fuese excelente. Y así fue en el restaurante " Akrogigli " donde, después de unos deliciosos entrantes coronamos con un enorme y fresquísimo pargo a la brasa sentados al borde del mar. Y nos acompañaron en la cena una amplia pandilla de gatos que se pusieron las botas con las sobras.


Día 9
A mitad del viaje pretendimos darnos un día de relax. Comenzamos con un amanecer espectacular desde la terraza del apartamento. El desayuno excelente con la dueña revoloteando alrededor y  repitiendo " paracaló, paracaló, paracalooooo ".







 Nos acercamos con el coche a Monemvasia cuya ciudad antigua se sitúa sobre un enorme peñasco que se desgajó de la montaña tras un terremoto. Está unido a tierra firme por un largo puente. Aparcamos el coche y entramos en el recinto amurallado de la ciudad por la única puerta de acceso. Este es un destino turístico y la ciudad está muy bien conservada pero, a diferencia de otras ciudades similares, solo hay una serie de tiendas a la entrada y nada más. Rincones muy hermosos para descansar con el mar siempre presente.  Callejuelas enrevesadas flanqueadas por casas de piedra, muchas de ellas restauradas. En lo alto del peñasco está el castillo y la iglesia bizantina con unos muy hermosos frescos en su interior. La ascensión una vez más es penosa por los repechos a salvar y por el empedrado resbaladizo, pero todo merece la pena al llegar arriba.  No quiero ni pensar en una subida similar en día de lluvia...o a mediados de agosto. Comimos la típica comida turística en una terraza sobre el mar, lo que compensa todo.
El resto del día, tirados en el apartamento leyendo y reponiendo fuerzas.






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