domingo, junio 19, 2016

El laberinto

Cuando penetramos en un laberinto, hemos de dejar la prisa y el miedo a la entrada. La prisa, porque hay que tomarse la experiencia con calma porque nunca se sabe en cual de las vueltas y revueltas conseguirás alcanzar la salida......si la alcanzas.  Y el miedo tampoco necesitas llevarlo contigo, porque te está esperando en cada una de las curvas por la que tuerces buscando la solución del enigma. El miedo crece de modo proporcional a como se alarga el tiempo en el que vagas buscando la salida aunque, en muchas ocasiones, te equivocas a posta de camino porque la sensación de saberte perdido genera una angustia que es enormemente placentera, placer que se aumenta  con el deseo de encontrarte con una sorpresa en cada uno de los giros que integran el camino.


Aún en medio del más luminoso de los días el interior del laberinto se llena de sombras, una luz muy difusa apenas ilumina los contornos y nuestro cuerpo avanza hasta fundirse en la sombra. Pero aquí la oscuridad no es falta de luz, sino que tiene vida propia y va introduciéndose poco a poco por cada meato de nuestro ser hasta que cuerpo y sombra se hace uno.
Y el saberse perdido hace que uno no necesite el tiempo porque es lo que más nos sobra en este mundo en el que cuerpo y sombra se han hecho uno. Se puede pasar de uno a otro mundo a medida que damos vueltas y mas vueltas sin llegar a envejecer. Noche y día, luz y oscuridad se confunden mientras giramos y giramos en busca de la salida.
Y así seguimos hasta salir del laberinto....o despertarnos del sueño.





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