miércoles, agosto 27, 2014

Plaza de Platerías


La Teresiña arrebaña con la cuchara las últimas migajas del pan con leche y se relame el hocico de ratita con parsimonia para apurar el sabor al máximo. Añade otro chorrito de aguardiente de hierbas porque ya le dijo el médico que tiene la tensión baja, no sea que se maree por la calle. Es menuda y sonrosadita como una " miñoca " y se mueve de aquí para allá como una lombriz que se debatiese en el anzuelo de una caña de pescar. Chasquea los labios con alegría, se relame y todavía añade unas gotitas más de aguardiente porque no se siente fuerte del todo.
Envuelve con sumo cuidado en papel de seda las enaguas que bordó para la señora de Pimentel, que es muy buena clienta, aunque algo quisquillosa, no sea que no le guste y se retrase en el pago.
Cuantas noches de dejar agostarse los ojos sobre el bastidor, de sentir como se le entumecían las piernas y como un hormiguillo culebreaba por las yemas de sus dedos. Deja el paquete sobre su cama mientras se pone el viejo abrigo de paño, se ajusta bien el velo a la barbilla y lo sujeta con un alfiler sobre su moñito. Recoge el paquete y lo mete en la bolsa de hule. Ya solo falta calzar los guantes, agarrar el gastado misal lleno de estampas y de recordatorios y no olvidar el paraguas que aquí, en Compostela, puede hacer falta cualquier día del año.





Abre el batiente superior de la puerta de la calle en la margen derecha de la Rúa de San Roque y asoma la carita para ver como se presenta el día. Saluda a Petouto que está levantando la persiana de su cerería, abre también la batiente verde y sale a la calle, con sumo cuidado de no meter los pies en un charco de agua. Cierra la puerta, procurando que quede bien atrancada y enfila calle abajo hasta llegar a la Algalía de Arriba. Saluda a derecha e izquierda a todo aquel que se cruza en su camino, con sumo cuidado de no meter los zapatos en un charco o que la salpique el agua de un canalón.
Llega a la Plaza de Cervantes y tuerce hasta la casa de la señora de Pimentel a la que como aún no se ha levantado, le toca esperar en la cocina mientras Isidora le prepara otro café con leche. " Por favor, echale un chorrito de caña y otra cucharada de azúcar, que hoy me siento como sin folgos" , dice la Teresiña.




 


Se acurruca sobre un a la vera del fogón, que calor más rico tiene, que bien viven los ricos, piensa mientras bebe a sorbitos dulces. Oye ruido de puertas y doña Concha hace su entrada en la cocina, como si fuese un huracán de rizos y encajes. " Teresiña esta vez te has esmerado, que fogoso se va a poner mi brigada. Toma ocho duros y la semana que viene pásate por aquí que habrá más encargos ". La viejecita mete el dinero en el saquito que lleva colgado al cuello y lo siente asentarse entre los pellejos de sus tetitas. La Teresiña sale muy contenta, caliente por dentro y por fuera, mientras hace reverencias de agradeciento a la Pimentel.




Ya libre de la carga entra en la vecina iglesia de las Animas y llega justo a tiempo cuando el capellán está repartiendo la comunión que, como ya bien sabe, es bajo las especies de pan y de vino, bendito sea el Papa que tuvo tal ocurrencia, piensa. Se acerca la última a comulgar y agarra el cáliz apurando hasta la última gota. Se coloca en un rincón y trás unos minutos de recogimiento, sale como un cohete hasta llegar a Santa María Salomé. Aquí se siente como en casa, recuerda que desde niña venía a misa con su abuela y se pasaban allí las horas muertas mientras caía cuenta tras cuenta del rosario. Se pone de nuevo en la fila de comulgantes, pero hoy no hay vino....vaya por Dios, piensa.



A escape va hacia la Catedral, subiendo trabajosamente la escalinata de Platerias, apoyándose en su paraguas y entra en la nave central. Es Año Santo y el " botafumeiro " está esparciendo humo y aroma a incienso entre el gentío que se arremolina a sus piés. Es misa de peregrinos y ,codazo va, codazo viene, la lombriz se va colando entre los romeros hasta acercarse al frente de batalla, se pone en una fila de comulgantes esperando con impaciencia el momento de tener el cáliz en sus manos. Una vez apurado la Sangre, que ya no es vino pero que le sabe a gloria, se escabulle hacia otra de las filas, repitiendo la misma operación hasta que comulga el último de los peregrinos. Y así hasta que se terminan las largas colas pero



 
 
 en todas pica y en todas bebe el vino consagrado. Se retira a una esquina, se sienta en un reclinatorio y levanta la vista hasta el Apostol. No sabe si por humo del incienso o las brumas del aguardiente, pero cree ver como Santiago se sonríe y le guiña un ojo. Se acurruca, aprieta con una mano el saquito del dinero y se deja arrebatar por una modorra placentera. Suenan las campanas de la catedral, solemnes y majestuosas, aunciando una nueva misa de peregrinos y con ella, otra vez el incienso, el órgano, los sermones y la comunión. Que maravillosos son los Años Jacobeos piensa, tan llenos de misas a lo largo de todo el día....Se despereza un poquito, reclina la cabecita y se deja llevar por la dulce modorra.


Aspe . Marzo 2008

No hay comentarios: