domingo, mayo 12, 2013

Sigamos con la música

Si quería ver sonreir a mi madre no tenía más que hablarle del "Pianillo " y pedir que me contase cosas de él. Se le encendían los ojos y comenzaba a bracear como si quisiese dibujar en el aire los recuerdos. " El Pianillo " es un local situado en las afueras del pueblo, al principio del camino que lleva hasta el vecino pueblo de Sotuello, que no es más que una nave alargada de paredes de adobe sin revocar y techado por viejas tejas de barro cocido y que en la actualidad está medio derruida. Conserva una vieja puerta de roble por el que se accede al interior en donde mi padre guardaba aperos de labranza  poco menos que inservibles, pero que todavía se guardan por un por si acaso.





A mi madre le gustaba contar que todos los años, por la época de la cruz de Mayo, el abuelo Félix uncía los machos a un carro y con comida y vino para el camino, enfilaba la carretera del valle hasta la capital. Al cabo de unos días volvía trayendo en el carro una pianola que había alquilado para la temporada de verano y que, con la ayuda de la familia, instalaba en el interior del " Pianillo ". Y a partir del siguiente domingo comenzaban los bailes a lo largo de todos los fines de semana que duraban hasta después de las vendimias.
Aunque la mayoría de las veces era la abuela Elvira quien se plantaba ante la entrada, en otras ocasiones era mi madre, la la encargada de cobrar la entrada. Se sentaba muy tiesa a la puerta tras  una mesita donde tenia la caja para guardar la recaudación y dar los cambios. En el interior  estaba el abuelo Felix que era el que ponía  en marcha la pianola, colocando los rollos con la música, sobre todo pasodobles y tangos y de dar vueltas con energía a la manivela para hacer sonar los discos. Bancos de madera apoyados a lo largo de las paredes en donde se sentaban las mujeres vestidas de domingo a la espera de los mozos que las sacasen a bailar. Al fondo había un pequeño cuarto que hacía las funciones de ambigú: media docena de venatanos con rejas para que no se colase la gente sin pagar, unos percheros en las paredes para colgar las zamarras y una barra de madera con un lebrillo lleno de agua para aclarar los vasos de vidrio o las copas de cristal. Vino, oranginas, gaseosas de " La Pitusa " en botellas con un boliche de cristal en el gollete, que eran de lo más codiciados para jugar a las canicas. Y para los más rumbosos, coñac " Terry " o anis del " Mono " en las botellas situadas en un par de anaqueles a los lados de un espejo ovalado donde cagaban todas las moscas del mundo. Tras la barra controlaba todo " El perla " un italiano que había llegado al pueblo no se sabe de donde y que debía su mote a que cuando alguien le pedía una copa al fiado respondía: " ahora no. Per la matina mejor ". Y se quedó con ese remoquete. Y servicios no había que para esas modernidades para eso siempre quedaba el campo.






Unas cuantas bombillas daban luz al local , que se conectaban por un cable al poste situado en las traseras de " El Pianillo ", el único local del pueblo que, junto al cercano cuartelillo de los guardias de Asalto, tenía luz artificial. Cuando el baile se iba animando y los mozos se calentaban alguno, con la disculpa de salir a mear contra la tapia, daba una patada al poste y dejaba a las parejas que siguiesen el baila a oscuras. En esas, el abuelo siempre mandaba a mi madre de vuelta a casa, con la encomienda de que llevase con cuidado la caja de las recaudaciones.
Cuando pasaban por el pueblo las compañías de cómicos, el local se convertía en el teatro. Se ponían los bancos al centro y la abuela Elvira auxiliada por mi madre controlaban que nadie se colase sin pasar por caja. " El tenorio " y  " El alcalde de Zalamea "  siempre han sido las funciones preferidas de mi madre. Pero mi padre añadía que como con " El divino impaciente " de Pemán no había nada que hiciese llorar más y mejor. Aunque tanto como la función la gozaba con las " varietés " que los mismos miembros de la compañía mientras, generalmente la dama joven de la compañía, vendía tiras con números para la rifa de una botella de anís.
Como los tiempos adelantan que es una barbaridad, como dice don Hilarión, el abuelo se compró una gramola y unos discos de pizarra con lo que ya no fue preciso bajar a la capital para alquilar la pianola.
" El pianillo " siguió en marcha hasta mediados de los años cincuenta pero la competencia de cines y bares del pueblo cercano acabaron con él, pues los mozos preferían cosas más modernas. De todo ello solo queda la gramola ya inservible, que mi madre utilizaba para guardar las llaves de casa, una caja con discos de pizarra en el desván, " el Pianillo ya derruido en las afueras del pueblo. Y los recuerdos.


4 comentarios:

xaby dijo...

el ocio en los años 50! También en mi pueblo había una sala parecida, donde se representaba teatro, proyectaban pelis y fue donde se instaló la "tele del pueblo". Por eso al leer tu relato me recordaba lo que e contaban mis padres ... y los ligoteos, apagar las luces, manoseo, bebidas ,,, jajajaja qué diver! Cuando mi generación heredó el local fue diferente, poníamos un radiocassette a todo trapo. La bebida corría a ríos y ... el clásico de apagar las luce lo mantuvimos. Hay que ver cómo se repiten las historias!

cal_2 dijo...

Si,los deseos de divertirse permanecen a pesar de los tiempos. Cambian las formas, pero el ansia es la misma

cal_2 dijo...

Si,los deseos de divertirse permanecen a pesar de los tiempos. Cambian las formas, pero el ansia es la misma

Anónimo dijo...

Lindo.