viernes, marzo 22, 2013

VENEZUELA SEPTIEMBRE DEL 83 .ALGUNA VEZ TE CONTE...VI

Este escrito lo publiqué originariamente en enero del 2006 en el que relataba los recuerdos de un viaje de vacaciones a Venezuela en el otoño de 1.983.


Venezuela. No sé por qué. De pronto, tal vez para salir del aburrimiento del pedaleo sin sentido montado en la bicicleta estática, me acordé de Venezuela, del viaje que hicimos embaucados por una agencia de esas que se llaman alterativas de " turismo y aventura ". Estoy tentado de poner su nombre para que otros no caigan en su redes pero, de pronto, decidí recordar solo lo mucho bueno de aquella experiencia y dejar en el olvido lo mucho malo. Y empezaron a aflorar los recuerdos.


















Verdaderamente, el inicio no prometía nada bueno. Salimos con mucho retraso y el vuelo se hizo eterno. Llegamos tarde, muy tarde y el hotel en las afueras de Caracas era el paraíso del skay. Decorado por un interiorista con pesadillas de LSD, cutre y ajado. Butacas de plástico verde fosforito o rojo pasión. Camas desvencijadas, sillas desfondadas. Y lo peor......unos enormes maceteros con las plantas de plástico más horribles que he visto en mi vida. Pero descansamos, que es de lo que se trataba después de tantas horas incómodas de vuelo.
A la mañana siguiente nos trasladaron a otro aeropuerto y nos subieron a un avioncito que no volaba muy lejos del suelo  y en una hora llegamos a nuestro destino, Puerto  Ayacucho, una pequeña población situada a las orillas del Orinoco. La aventura nos esperaba.
Y tanto que aventura. Peleándonos a diario con el supuesto responsable de la organización pues los días volaban sin sentido y por una causa o por otra, no había modo de empezar la navegación por el Orinoco, tal como estaba programado. Esperamos diez días encerrados en el hotel más inmundo que recuerdo en mi vida, peor que cualquiera de los hostales de nuestra época más pobre de viajeros pobres a Madrid. Vamos el " Hostal Marlasca " de la calle de la Cruz era el Palace comparado con ese antro. Las habitaciones eran oscuras y tenebroas.  Humedad en las paredes, el agua cayendo por los muros de cemento grisáceo sin enlucido, un acondicionador de aire prehistórico que funcionaba a pedales, la taza del retrete que no había probado la lejía desde que Colón tenía pelo. Una mañana me dí cuenta de que una bolsa de cacahuetes cerrada herméticamente negreaba de hormigas, que no sé como pudieron meterse dentro.
Porque ya nos habían advertido antes de partir que deberíamos llevar comida para el viaje porque, dado el lugar donde nos íbamos a mover podía ser difícil conseguir alimentos. Otra mentira más, pero gracias a lo que llevamos todos más de un día pudimos comer decentemente.
Allí descubrí las arepas......que maravillosas son las arepas rellenas de cualquier cosa, jugosas, calientes y recién hechas. Y los revueltos de huevos con tomate. Todas las mañanas invariablemente a la hora del desayuno nuestra amiga Amparo intentaba razonar con el camarero para que le sirviese el croassant a la plancha o una tostada con mermelada con el café, como en los desayunos de funcionaria urbanita y el camarero imperturbable siempre decía: " solo tenemos arepas...".  Y el pollo frito, o los frijoles con arroz y la cerveza Polar muy, muy fría.

El placer de salir a las calles al amanecer, con el fresco de la mañana en el ambiente, las flores reventando de color y de rocío y la sonrisa de las gentes. Sobre todo eso, la sonrisa y la cordialidad de las personas con las que nos cruzábamos al pasar por la iglesia de los salesianos, camino del mercado.

La espera se alargaba y nos vimos en la necesidad de cambiar dólares por bolívares. La cosa no era tan sencilla. Al contrario que en cualquiera de los países que habíamos visitado, en ningún banco aceptaban billetes de dólares grandes con lo cual la mayoría de nosotros nos encontramos sin dinero local rápidamente. Gracias a un chico venezolano del grupo que hijo de un general, pudimos intentar el cambio. Tras una cola interminable y con el visto bueno del director del banco, nos vimos ante una oficinista que llenaba con parsimonia un formulario, mientras que se pintaba las uñas y tecleaba con toda la calma, buscando  letras en el teclado. De pronto se levanta, llama a una amiga y nos dice que se iba a desayunar, que esperásemos con calma su vuelta. Al filo del mediodía, por fin, nos vimos con el tan deseado fajo de bolívares.


Tras un primer intento fallido, al fin conseguimos empezar el viaje por el Orinoco. Embarcamos en un bongo, una embarcación hecha en el tronco hueco de un árbol, con un banco a lo largo de cada costado y cubierta con una lona para protegernos del sol y de la lluvia. En la popa se amontonaban los sacos de viaje y las provisiones junto al motor y los bidones de combustibles. Y allí señoreaba el patrón del bongo, mientras todos los demás nos distribuíamos por los bancos.
El primer día fue de continuo asombro ante la inmensidad del paisaje, pues allí todo era a lo grande: los árboles, el río, el horizonte. Al atardecer llegamos a un poblado donde estaba prevista terminar la primera etapa. Y continuaban las sorpresas. En la orilla del río había una cabaña que nos dejaba la comunidad indígena para dormir y ante ella estaba el caquice del poblado con una jarra de café recién hecho para darnos la bienvenida. Tendimos las hamacas con harta dificultad y preparamos la cena en el hogar de la cabaña. Y a lo largo del viaje, siempre fue así. Se llegaba a un poblado y se nos preparaba una cabaña para dormir, sus habitantes desaparecían y nos dejaban su casa a cambio de nada.

Esa primera noche en el Orinoco es de los momentos más hermosos que he vivido jamás. Sentados en un banco desvencijado, con el rumor del río al fondo, bajo un cielo inmensamente cuajado de estrellas, tantas como nunca jamás he visto, hablando de todo y de nada y bebiendo ron " Pampero " sin parar. Habíamos comprado una caja con doce botellas para todo el viaje, pero apenas sobrevivieron un par de ellas a la noche .Y así hasta el amanecer que nos fuimos cada uno a nuestra hamaca.....menos nuestra amiga y el guía que se habían perdido un rato por la espesura y que aparecieron a la mañanita.
Pero al día siguiente nos hicieron retornar a Puerto Ayacucho pues había conflictos con los indios Yanomamis y el ejército no quería a curiosos por la zona. O al menos esa fue la versión que nos vendieron. Nos pasamos muchos días en el hotel como decía antes y cada día que pasaba sin hacer nada, era uno que perdíamos para hacer el viaje. Y el vuelto de vuelta estaba cerrado. Finalmente montamos una bronca al responsable español del viaje y milagrosamente desaparecieron las dificultades  para embarcar.
Y comenzamos la verdadera travesía, aunque nos obligaron a cambiar la ruta, por otra más segura según los militares.
Al patrón de nuestro bongo le gustaba mucho la música y el ron. Una mañana que iba especialmente alegre, abordó a otro bongo más pequeño que, rápidamente, comenzó a hundirse. Todos empezamos a chillar, reaccionando del mismo modo que haríamos ante un accidente en España. Pero ellos son diferentes. El patrón del bongo se hundía estoicamente, aferrado al motor de su embarcación, sin decir absolutamente nada, levantando los brazos para que no se mojase el motor y así lo subimos a nuestro barco. Su imagen me recordó a Buster Keaton en una vieja película muda, " El héroe del río ". Ni una palabra de reproche, ni un grito. Nada. Se reunieron los dos patronos en la popa de nuestro bongo, se intercambiaron bolívares y ron y allí no pasó nada.


Durante el viaje tuve una experiencia única que sé me será imposible de explicar como quisiera. Llegamos a uno de los poblados del río y, nada más saltar a tierra, apareció un enjambre de niños felices ante la novedad de ver extraños. Estaban jugando con pelotas hechas con trapos y arrastrando unos botes de leche condensada a los que había rellenado de arena y atravesado con un cordel. Nos empezaron a preguntar quienes éramos, de donde veníamos y mil cosas más. Pero lo que más les sorprendía de todo eran mi barba y el vello de los brazos. Uno de los niños comenzó a deslizar muy suave su mano sobre mi antebrazo, sentí como mi vello se erizaba y una sensación que jamás sabré plasmar y que tampoco nunca olvidaré. Sentí electricidad y vida que recorrían toda mi piel, algo dulce y sensual al tiempo.....aunque nada ver con una sensación erótica ....No sé explicarla. pero nunca podré olvidar lo que sentí entonces.
Y en otro poblado que nos dejaron la casa  comunal para colgar nuestras hamacas, al despertarnos vimos como todos los niños iban en fila cantando con su vaso de plástico y el cepillo de dientes en las manos para lavarse la boca a la orilla del río, mientras el monitor les explicaba las ventajas de la higiene.
A continuación y para agradecer como nos habían acogido pasamos consulta a la gente del poblado en la iglesia. Largos bancos de madera apoyados a las paredes y en la parte del altar entre Josechu, otra compañera y yo atendimos las dolencias dando una aspirina a uno, un poco de pomada a otro o los auscultábamos poniendo la oreja sobre la espalda. Nunca me he sentido más agradecido por mi trabajo. Y nunca lo hice con menos medios.


Uno de los alicientes del viaje, al menos por el que se nos vendió la idea, era para pasar aventuras en la selva amazónica. Por eso una noche se nos propuso internarnos en la espesura de la selva. Para eso, habíamos de equiparnos como audaces exploradores vestidos por " Coronel Tapioca ". Pantalón y camisa de manga larga, sombrero, pañuelo al cuello, linterna, repelentes de insectos, silbato por si nos perdíamos, cantimplora con agua y frutos secos en el macuto y un cuchillo con su vaina sujeto a la pierna por si nos atacaban las fieras....De esta guisa nos introdujimos unos 50 metros en el interior del bosque y nos mandaron sentar en el suelo....para oír los ruidos de la selva, como si estuviésemos en un fuego de campamento de boy scoutt. Menos mal que nos acompañaba un indígena, descalzo, vestido solo con un meyba y con un machete en la mano......porque si aparece una alimaña entre encender la linterna, pitar el silbato y desenfundar el cuchillo, aviados andábamos.... Y tras media hora de intentar reconocer ruidos y demás simpleces nos volvimos a las hamacas con la sensación de ser Robinsón Crusoe.





También se nos había dicho antes de comenzar el viaje que veríamos muchos animales salvajes. Para ser sinceros, la única serpiente que vimos estaba despanzurrada en una carretera por los neumáticos de algún vehículo. Eso sí, comimos en varias ocasiones unas pirañas fritas que eran deliciosas. Y las hormigas de la fiebre de 24 horas, que si te picaban provocaban una temperatura muy alta durante un día. Y unas moscas asquerosas que se metían entre el pelo y no había modo de deshacerse de ellas. Pero la tarántula que íbamos a cazar para comer frita, nada de nada. Y así todo el resto de los animales que no hubo forma de ver.
Lo que sí encontramos fueron mosquitos de toda índole a los que los repelentes convencionales se la traían al pairo. Pero allí nos dijeron de un remedio natural que nos salvó el pellejo. Todas las mañanas después de bañarnos en el río, nos frotábamos la piel con una jabón casero, de esos como " Lagarto ". Después era cosa de dejarlo secar sin bañarse después, actuando como escudo contra las picaduras.
Una noche como no pudimos llegar a un poblado, nos buscaron acomodo para dormir en un colmado, un puesto donde se vendía de todo y se traficaba con todo. Cuatro postes enormes, un techado de palma y mucha gente rara pululando por allí. Tendimos las hamacas muy altas para evitar las picaduras de las niguas, unas jodidas pulgas que pican entre los dedos de los pies y que por lo que nos decía el guía, que provocaban un picor insoportable. Una pareja de nuestro grupo, no fiándose de la solidez del techado prefirieron montar una tienda de campaña y dormir aparte. Esa noche se desencadenó una tormenta impresionante, parecía casi de día por los continuos rayos que atravesaban el cielo, iluminando las cortinas de agua que caían como si estuviesemos en pleno diluvio. La tienda se fue al traste y sus ocupantes, empapados por completo  buscaron refugio a nuestro lado, mientras los demás contemplábamos el espectáculo de la naturaleza a resguardo, balanceándonos comodamente sobre la hamaca.
Las fotos más maravillosas de mi vida las hice hacia el final del viaje. Esa noche dormimos en un pueblo que estaba en un recodo de uno de los miles de afluentes del Orinoco, muy cerca de la unión con el río Negro. El poblado, a diferencia de todos los anteriores que habíamos visitado, lo formaban unos sucios barracones de cemento con techos de metal situados entre calles llenas de barro. Allí los niños estaban descuidados y todos tenían los ojos llenos de pus.
Esto contrastaba con la belleza de la zona. Lavamos la ropa en la orilla del río y la tendimos sobre la hierba para secar. De pronto solo la ropa blanca se cubrió de mariposas de colores que revoloteaban encima como enloquecidas.
Por la mañana temprano me alejé un poco del poblado y encontré un paisaje maravilloso, casi lunar. Aguas estancadas, con cañas tronchadas por todas partes, con un cielo rosado y una niebla fantasmagórica que envolvía todo. Hice muchas diapositivas y, aunque suene chusco, resulta que la cámara no estaba cargado. Por eso, las fotos más maravillosas que hice en mi vida solo están en mi memoria.


El último día del viaje recalamos en un poblado cerca de Puerto Ayacucho. La casa que nos dejaron para dormir estaba cerca del río, como en todas las ocasiones anteriores. Contrastaba la jarana permanente de la calle, en la que las radios atronaban el ambiente, con la calma que se sentía en la ribera del río. La zona estaba en plena campaña electoral y andaba por allí una candidata al Senado que llevaba una motora con un letrero que ponía " Yolanda senadora " y que andaba por los casuchas repartiendo bolívares a cambio de votos. Al cabo de unos años leí una noticia en " El País " que hablaba de una epidemia de dengue en Venezuela y que había causado la muerte de la senadora por el Amazonas, Yolanda......
Vuelta a Caracas y enésima pelea con el guía porque nos racaneaba todo y nos tocó acarrear las maletas bajo un sol de mediodía más de un kilómetro de un aeropuerto al otro. Pero acabamos el viaje. Y volvimos a España. Y el vuelo de vuelta fue peor que el de ida, pero regresaba con la cabeza rebosante de imágenes.


1 comentario:

xaby dijo...

Vaya viaje más accidentado, y además la cutrez de la agencia. Os dejaba tirados!
Lo mejor la experiencia médica con la gente, es muy reconfortante la experiencia. Me ha recordado a mi voluntariado en la India.
Habéis hecho más viajes por el "3r mundo"?