viernes, enero 25, 2013

LA NIÑA DE NIEVE

En verdad que solo podía llamarse Blanca. La niña de nieve creció desde niña vida aislada del calor, del contacto humano para no irse de la vida como si fuese un reguero de agua cristalina. De tez tan clara que se dijera de pura escarcha, ojos traslúcidos de verde glauco que parecían atravesar el alma de los que estaban a su lado, su piel sin olor a nada y una melena de plata, le conferían una belleza distante y enigmática.
No se sabe bien de donde había venido pues sus padres siempre callaban cuando se le preguntaba por ello. Pero las lenguas que todo lo saben contaban que su madre la había encontrado, apenas nacida, una mañana de nieve que bajó a la huerta para arrancar unas berzas con las que alimentar a las gallinas. Que al ver su cuerpecito desnudo la tomó entre sus brazos y le echó el aliento para darle calor mientras corría con ella hacia la cocina de casa.





 Pero al entrar en esta, al contacto con el calor que esparcía el hogar, la niña pareció encontrarse sin aire mientras todo su cuerpo temblaba como los juncos del arroyo en una tarde de ventolera.
La buena mujer la sacó de nuevo a la huerta y la deposito sobre el suelo helado, con lo que la niña pareció renacer. Y así llegó Blanca a compartir la vida de sus padres, una pareja de viejos que ya desesperaban de quedarse solos. Una jaula de hielo trenzaron alrededor de ella, la aislaron de todo contacto y su madre se acostumbró a no tocarla apenas, se tragó las ansias de besar su cuerpo pues notaron que con el calor parecía huir la vida de ella. Su padre construyó un refugio en un extremo del patio de la casa como esos hoteles esquimales donde todo está hecho con hielo y que su fue su palacio y su cárcel desde entonces.





Y así creció Blanca, aislada de los demás, refugiada en sus pensamientos blancos como ella, hasta convertirse en una maravillosa mujer de marfil y que contempla la vida a través de los cristales que la aíslan del mundo. Más un atardecer, el cielo adquirió un color de fuego y las nubes de algodón parecían arder al contacto con los rayos anaranjados del sol que se ponía tras la colina. Blanca oyó, amortiguada por los cristales una voz límpida que cantaba la alegría de vivir y que le pareció provenir de un muchacho rojo como la luz del atardecer. Al aproximarse a su ventana, vio que tenía el pelo de fuego y la cara llena de pecas como si le hubiesen rallado una zanahoria por encima. Vestido de granate y verde, todo su ser desprendía alegría y ansias de vivir. El muchacho se acercó a la ventana en la que Blanca apoyaba su rostro y acarició el cristal como si quisiese rozar la mejilla de nieve de Blanca. Lanzó un silbido, hizo un gesto de adiós con la mano y desapreció de su vista haciendo una cabriola.




A partir de ese día, la niña de nieve, esperaba junto a la ventana en cuanto notaba que sol iniciaba su descenso con el ansia de contemplar al niño de rojo. En cuanto oía acercarse su canto, un río de hielo líquido galopaba en sus venas y una sensación de ansiedad dichosa estrujaba su corazón de nieve. Y siempre lo mismo: rozar sus mejillas a través del cristal, el gesto de adiós y la cabriola de despedida hasta que el niño de rojo se fundía en la noche.



Pero un día algo cambió. El niño de rojo repiqueteó en el cristal con una melodía de fiesta y le hizo el gesto a Blanca de que abriese su ventana. La niña de nieve se resistió pero el niño de rojo rogó tanto que venció su resistencia, accediendo a su solicitud.  Descorrió el pasador y el niño empujo con fuerza desde fuera dejando pasar el calor de la tarde. la niña se sintió desfallecer pero un cosquilleo alegre galopaba por su piel de nieve. El niño se encaramó al alfeizar de la ventana y acercó sus labios de fuego a los de hielo de la niña. Y se besaron. Se besaron con el hambre queda la inocencia y la entrega. Con la fuerza de lo desconocido.





Con cada beso la niña de nieve notaba como se derretía su cuerpo, como el hielo de sus venas dejaba paso a un fuego hasta ahora no experimentado, pero no le importaba ese desfallecimiento creciente porque sentía como el calor invadía su pecho. Y se dejó llevar por el embrujo de la tarde. Cuando se despidió el niño apenas si notó su ausencia y se dejó caer al suelo, mientras por la ventana abierta entraba el estruendo de los estorninos que se perseguían entre los árboles de la huerta.
Esa noche, al entrar su madre en la habitación, se encontró un pequeño lago de agua pura al pié de la ventana y en el aire un sugerente olor a azahar.






Pero, en esto, llega un amigo y buen lector que me manda este correo proponiendo una continuación a mi historia. Y como me parece una excelente la idea, le pedí permiso para añadirla. Esta es:   



La pobre mujer noto de inmediato como comenzaban a temblarle las piernas, entre sollozos y a la velocidad con que los años le permitían corrió a la casa para contarle al viejo lo que había sucedido.

Él, un hombre bueno si los hay, de barba blanca y tupida, voz tersa y calma acerco otra silla al calor de la última chimenea del invierno e intento consolarla diciéndole que el invierno se retiraba y que la primavera era cuestión de un par de días, Blanca partiría entonces, al menos así debes estar feliz vieja, tu querida niña de la nieve ha conocido el amor antes de partir.

Aquella huerta aún deparaba alguna sorpresa mas, al día siguiente, cuando los sonidos comenzaban a desaparecer al ritmo de la luz, el niño rojo volvió a escena. Su imagen en la ventana no fue lo único que sus ojos vieron, noto el niño un hilo de aquel sugerente olor a azahar y sobre el suelo la sorpresa del resplandor de su luz que se reflejaba en aquel hermoso lago de agua pura y cristalina, ausente en las anteriores visitas.











Una extraña sensación le embargo, nadie le observaba, ni siquiera los estorninos emitían sonido alguno, en aquel silencio la tristeza se apoderó de su alma, una lágrima de fuego rodo por su mejilla y cayo al lago, se evaporo al instante y… el aquel hilo del olor de azahar se hizo más intenso.
Comprendió en aquel instante que su amada Blanca estaba allí en ese lago y dejándose llevar por las emociones no lo dudo y se arrojo de cabeza al lago.

Amanecía ya cuando todo pareció coincidir en un momento mágico, el estruendo de su fuego al apagarse con el agua, los rayos de luz que entraban por la ventana e iluminaban la escena y los primeros calores de la primavera que sin pedir permiso hacían su entrada incluso de forma algo irrespetuosa para con aquella intimidad.

Al oír el estruendo aquellos viejos cogieron sus abrigos y tan rápido como pudieron saltar de la cama salieron a ver que era lo que estaba sucediendo allí afuera.
Al salir de la casa escucharon el alborotado canto de los estorninos y un intenso olor a azahar que rodeando el aire por doquier invadía la huerta toda.





Nada más alcanzar el sitio donde se encontraba la jaula de hielo de Blanca advirtieron que el suelo estaba seco, completamente seco y con unos pequeños círculos rojos desparramados por aquí y por allí, como si alguien hubiera rayado una zanahoria por encima.
Pensaron que el agua había sido absorbida por la tierra sin más, sin embargo aquel fuego hizo algo más que evaporarla.

Sin comprender muy lo que había sucedido pero con la firme decisión de esperar días más cálidos y primaverales para limpiar aquel sitio y preservarlo en memoria de Blanca, volvieron a la casa.

Dias más tarde los viejos acudieron al lugar y enjugando lágrimas descubrieron que nunca más estarían solos, allí en aquel sitio donde Blanca y el niño rojo perdieron la inocencia había brotado un hermoso árbol del amor.


Gracias. Me ha gustado mucho, en especial la idea de enlazar este cuento con la historia de " El árbol del amor "


5 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermosa historia de inocencia y amor.
Gracias por compartirla.

Anónimo dijo...

K buena primo,me gusta

Anónimo dijo...

Tu generosidad no conoce límite, gracias por compartirlo.

cal_2 dijo...

gracias a ti por pensar en completarlo

xaby dijo...

Q bueno el cuento. Como dicen arriba, inocencia y amor ,,,y fantasia!