sábado, junio 16, 2012

" La Virgen de la Mayor dice...."

Juan Candelas, el " Siete Capas " era un hombre torvo y escurridizo al que nunca consiguió echarle el guante la autoridad y que debía su nombre a que parecía esconderse de los modos más insospechados bajo la capa de la tierra. Aunque a veces trabajó formando cuadrilla con los hermanos Vidriales o con el " Sacamantecas " de Gumiel de Izán, prefería ir por libre porque se sentía más seguro ya que siempre repetía que hasta la propia sombra puede delatarnos y se evitaban peleas y malquerencias por los repartos. Nunca nadie supo dar señas de donde procedía o como era, incluso aquellos que habían estado codo con codo durante sus rapiñas. Capillas, parroquias o ermitas en descampado de toda la Ribera recibieron su visita y de todas ellas salió con las alforjas llenas. Vírgenes sin corona, cepillos de las Animas o de San Antón dervisgados como moza en el trigal, velas sin candelabros que las sostuviesen, cajoneras de la sacristía mostrando su fondo vacío eran el rastro que iba dejando a su paso.





Un día de invierno recaló por Gumiel de Mercado y se dedicó a husmear por las callejuelas del pueblo, desde el barrió de San Antón donde las vecinas criaban al cerdo que correteaba entre las casas para ser pasaportado en la fiesta del santo hasta " La Cerca " a partir de donde se extendían los campos de trigo y cereales, mecidos por el viento de la tarde como si fuesen olas de la mar que decían estaba muy para arriba, siempre recto hacia el norte. La iglesia de san Pedro, con su aire almenado estaba tan bien protegida por su cerradura que lo hizo batirse en retirada después de dos o tres intentos. En el otro extremo del pueblo se alzaba la mole de la parroquia de Santa María que tenía la puerta cuarteada por lo que, con ayuda de una palanca, le fue fácil entrar en ella esa misma noche.
Para otro que no tuviese el tempe del " Siete Capas " le sería difícil no salir huyendo de la iglesia a esas horas. La oscuridad lo envolvía todo y los bultos de los santos que dormitaban en lo alto de los altares creaban formas amenazadoras. El olor a humanidad competía con el rancio de los cirios pero a él todo esto lo dejaba tranquilo. Salió por donde había entrado para perderse por entre las sombras de los viñedos. Volvió en un par de ocasiones durante los oficios para comprobar como podía ser el campo de operaciones, valorando con ojo de buen conocedor las joyas que adornaban las vírgenes, distinguiendo el peltre el oro o de la plata, las piedras buenas de las imitaciones de culo de vaso.



Dejó pasar un par de semanas antes de volver al pueblo con la intención de aligerar los bienes del templo, por si alguien se haía fijado en él, cosa harto imposible dada su habilidad para pasar desapercibido. Una noche sin luna puso en marcha su plan. Dejo un par de mulas que habían sido bien herradas poco tiempo ha, amarradas a una estaca en la trasera de la iglesia para que no se escapasen y bien embozado en la capa, aunque como la noche era más negra que la pez, no había alma humana que fuese capaz deiese divisarlo. Ocultos bajo la capa llevaba su material de trabajo: un grueso de ganzúas de todos los tamaños, un escoplo, un saco resistente de cuero de vaca y una linterna sorda con las que rematar la faena.
Una vez dentro de la iglesia, con ayuda de la rendija de luz que dejaba brotar de la linterna, se fue acercando a los puntos que había previsto visitar. Los cepillos poco tenían dentro, se ve que el " rapavelas " del sacristán se le había adelantado pero aún así recogió más de un ochavo. Tras seguir por un lado de la nave, fue vaciando lo que había previsto de los altarcitos laterales. Legó al prebisterio y pasó al otro costado de la iglesia continuando la rapiña.


El bronco tañido de las campanas que daban las horas le provocó un sobresalto. Cerró la rendija de la linterna y se hizo sombra contra un contrafuerte. Oía el martilleo de su corazón tan fuerte que tenía miedo despertase a los vecinos de la plaza. Pronto se serenó al ver que no había el menor peligro y subió las gradas del altar mayor donde estaba la imagen de la Virgen de la Mayor, con el pecho cuajado de las joyas que año tras año habían prendido en él los lugareños.
Trepó sobre el altar hasta tener la imagen frente a él. Depositó la linterna a sus pies procurando que el rayo de luz le sirviese de ayuda procedió a quitar la corona a la Virgen. Pero por un motivo que Juan Candelas no sabría explicarse jamás, no hubo modo de conseguirlo, como si joyas o corona estuviesen soldadas a la imagen. Sonaron las cinco campanadas y " Siete Capas " pensó en que habría que darse prisa porque los primeros rayos del sol entraban por la cristalera de levante.




Sudoroso y cansado, decidió echarse al lomo la imagen de la Virgen y cargar con ella para intentar saquearla en sitio seguro. A duras penas consiguió sacarla del templo y ajustarla sobre las mulas que triscaban las hierbas pacientemente. Arreó a las mulas en voz baja para no armar estrépito y la comitiva enfilo el camino de La Aguilera, con la imagen de la virgen bamboleándose sobre los lomos provocado por el andar cansino de los jumentos.
Ya la luz del día iba subiendo poco a poco compitiendo con desventaja con el manto de niebla que cubría de algodón campos y senderos. A las voces de " guesque " o " boyau " los animales seguián el camino a derecha o izquierda. Les llegó el olor del riachuelo cercano y las mulas se pusieron al trotechillo en busca del agua donde saciar la sed, temiendo Candelas que dejasen caer al camino la imagen de la Virgen.



Pero al llegar al borde del agua las mulas se quedaron quietas como si fuesen piedras de la sillería del puente y por más palabrotas que profirió, por más vergazos que les arreó en los lomos, los males no se movieron ni un palmo. Entonces el " Siete capas " intentó de nuevo despojar la imagen y al quererle quitar la corona de oro y piedras preciosas, Nuestra Señora giró la cabeza a un lado. Viendo que no era posible pensó en arrebatarle el soberbio anillo de pedrería que lucía en el índice de la mano derecha, pero la imagen cerró el dedo con todas sus fuerzas.
Un sudor de miedo le iba y otro le venía a Juan Candelas hasta que el restallido de los cascos de unos caballos que se acercaban al galope por la parte de Quintana del Pidio y las voces de sus jinetes, puso en fuga al " Siete Capas " que se perdió entre las trochas protegido por la niebla, sin que los intentos de los civiles pudieran hallar su rastro.
Mientras, sin necesidad de ser arreadas, la pareja de mulas deshizo el camino con la virgen a cuestas, trotando ligeradas hasta la entrada del pueblo, donde los vecinos alertados por el rebato de las campanas, habían salido de sus casas pensando en que se habría incendiado un pajar, hasta que vieron salir de entre la niebla a las mulas con la imagen de la Virgen sobre sus lomos.



Y por eso cuando algún visitante llega al templo y, sorprendido al ver la postura de la virgen con la cabeza ladeado y el dedo en garra, pregunta el motivo siempre hay alguien que le explique el misterio. Y todos los vecinos, desde bien pequeños, aprenden una copla

" La Virgen de la Mayor  le dijo a la del Pilar:
si tu eres aragonesa,
yo ribereña y con sal "

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