sábado, julio 16, 2011

Carmen


Hace unos días hicimos uno de esos viajes hacia el norte de esos apretados, en los que intentamos ver a la mayoría de viejos y buenos amigos en el poco tiempo que permite un fin de semana. Esta vez llevamos con nosotros a gente de aquí que se quedó acojonada ante la forma de ser de la gente de allí, de como estos se desvivieron con nosotros y con ellos, a pesar de no conocerlos.
Pero Carmen no estaba en el programa. La encontramos cerca de la catedral de Burgos y para ella y para nosotros dos fue una sorpresa enorme y muy agradable. Carmen es una mujer mayor solo de edad, nos confesó que estaba a punto de cumplir 85 años y tan solo su voz la delataría. Iba tan cuidada como siempre. Su melenita entrecana de de paje romántico, la tez traslúdica con unas chapetas coloradas en las mejillas de mujer cántabra, las eternas gafas doradas, la blusa blanca de encaje y la falda acampanada de flores, con un ramo de margaritas apretado contra el pecho. Y su sonrisa, esa sonrisa que es inherente a ella como un rasgo más de su físico y que lleva siempre una pizca de melancolía.
Nos unió a ella la afición por la ópera y la amistad que nos unía a una de sus sobrinas. Durante muchos años fuimos compañeros de viaje a las funciones de ópera en Bilbao. Siempre con un libro en la mano, parecía querer recuperar todo el tiempo perdido a lo largo de los años que dedicó a cuidar a toda la familia, hasta que se quedó sola. Tras la función, cuando se apagaba la luz del autobús, compartíamos con ella la cena, pasándole a escondidas un bocadillito de jamón y una lata de refresco que siempre agradecía. Llegados a Burgos, la escoltábamos charlando en las frías noches hasta su casa, comentando todos los incidentes de la función que teníamos fresca en la memoria. Y siempre las gracias y su sonrisa de despedida.
Le perdimos la pista estos años, por eso la alegría de reencontrarnos fue grande. Nos contó que había eatado en Puerto Rico de vacaciones con su sonrisa o que un par de días antes fue en autobús a Madrid solo por ver el cuadro de " La dama de armiño " y que mientras pudiese no quería parar de hacer cosas. Ahí fué cuando nos confesó su edad y lo que más me impresionó de ella fue su comentario sobre la enorme tristeza que sentía, no por la edad o la decrepitud o por las cosas del pasado que no volverán, eso no, sino de saber que en futuro se iba a perder muchísimas cosas en la vida, conciertos, conferencias, óperas....la millonada de cosas maravillosas que no podría ver, de todo aquello emocionante que se iba a perder, pero en su voz no había pena sino nostalgia. Que fácil nos fue comprenderla.
Y su sonrisa siempre presente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

con personas como vosotros no me canso de decirlo es facil acojonar a la gente de el trato recibido y de lo de carmen la sonrisa pues mas de lo mismo
un beszo hermnillo