martes, marzo 01, 2011

No aguanto más


El ambiente en torno a la mesa es triste, muy triste, no se pierde ni una sonrisa en el aire y todo son suspiros, palabras musitados y algun sollozo quebrado. El padre, un hombre menudo calvo e insignificante, de esos que tendrías que mirar diez veces seguidas para hacerte idea de que está ahí, intenta que sus hijos coman de los platos que el camarero va poniendo ante cada uno de ellos, pero cada uno que retira para reemplazarlo por otro nuevo, apenas ha sido picoteado.
A la derecha del padre está sentado un niño de unos seis o siete años, con una carita de gorrión triste que lleva el pelo engominado y que apoya la cabeza con desgana sobre la mano izquierdaa, mientras con el tenedor que empuña la derecha escarba en la comida que tiene ante él. A su lado está otro chico, parece el hermano mediano, un adolescente con la cara llena de cráteres de acné que lleva calada la gorra de beisbol hasta las cejas y que tiene un gesto de perpétuo enfado con todo lo que le rodea. Entre este y el padre se sienta la hermana mayor y de ahí parten casi todos los sollozos que se oyen en torno a la mesa. Apenas si tendrá 16 años y su cara de niña parece avejentada por una pena prematura, sus enormes ojos de garza triste, están enrojecidos y unas enormes ojeras remarcan su tristeza. Todos ellos van vestidos con ropas oscuras, como si hubiesen sufrido una desgracia reciente.
Es Nochebuena en un hotel de la costa. La cena se ha servido temprano, en horario europeo, para que el personal pueda atender a los clientes del hotel y recoger todo con tiempo para disfrutar de esta noche especial con su familia. Apenas siete u ocho mesas están ocupadas y entre la discreta alegría que trasciende de cada una la ocupada por el padre y sus hijos son como un velo de niebla.
Los camareros se afanan a servir y recoger platos y cubiertos con ánimo de irse cuanto antes a sus casas y al revolotear entre las mesas, hacen gestos de inteligencia al pasar junto a la mesa triste. El maitre ha comentado en la antecocina que piensa que se han debido de quedar sin madre hace poco y se han refugiado en la impersonalidad del hotel para hacer más llevaderas estas fiestas.
Están empezando a servir los postres, lo sentimos esta noche no se sirven café, dicen los camareros en las mesas, se oye el taponazo de una botella de cava y, de pronto, se abre la puerta del comedor y una mujer de mediana edad entra enlazando una carcajada tras otra. Va vestida con un traje de fiesta rojo, lleno de lentejuelas y en la cara se ha puesto todo un muestrario de cosméticos. Lleva de la mano, casi arrastrándolo, a un chico que por al edad podría pensarse que es su hijo, pero que dado como se vuelve para besuquearlo está claro que su relación es otra.
Uno de los camareros mirá el reloj de pared y hace una mueca de fastidio, estos dos van a retrasar la salida, piensa pero el maitre ya los sale a recibir para acompañarlos a una de las mesas del comedor. De todas las mesas se vuelven para mirar a la pareja recién llegada, salvo de donde está la familia triste, donde los cuatro siguen sumidos en su mundo.



Pero la niña oye algo, esa risa la conoce. Levanta la cabeza y mira a la pareja. Se pone en pié tirando la silla y grita " Mamá ". Los otros tres miran hacia el mismo lugar y el pequeño, dando un chillido de alegría, intenta ir hacia la mujer, pero un tirón fuerte del padre lo hace quedarse quieto en su sitio.
El hombrecillo se queda de pié, con las manos aferradas a la mesa y un gesto crispado cruza su cara. Los recuerdos se agolpan. Los cajones de su dormitorio vacíos, las puertas del armario abiertas con los colgadores tirados por el suelo y una nota sujeta en el reborde del espejo de la comoda. " No aguanto más ".
Y ahora piensa en que, de todos los hoteles de la costa, a ellos y a ella se les ha ocurrido buscar el mismo para pasar estos días. Ya es mala suerte, piensa. Ha elegido este sitio para ahuyentar los malos recuerdos que los atosigan a él y a sus hijos y esa mala puta se presenta en el mismo.
Se sienta y hace que los hijos se sienten también, hay que terminar el postre, les urge. La mujer de rojo ha dejado de reirse en alto y de su mesa sube una espiral de cuchicheos, mientras que su joven acompañante no cesa de lanzar miradas furtivas sobre ese grupo.



La familia termina de cenar, el padre les dice a los hijos que suban a sus habitaciones, que él irá enseguida. Espera a que los niños abandonen el comedor para dirigirse a la mesa de la mujer de rojo, de su mujer. " No entiendo como has podido dejarme, como nos has podido abandonar " barbotea con rabia. Ella, con una mezcla se tristeza y de sorna en la voz, le responde. " En veinte años que vivimos juntos nunca has conseguido que la cama temblase bajo mis espaldas " y echando una mirada en derredor para comprobar que nadie mira hacia allí, se agache hacia su acompañante, que está sentado tras la mesa, baja la cremallera de la bragueta, mete la mano en ella y saca su miembro " Y esto me hace temblar ". El joven, con la cara enrojecida, se tapa con el mantel mientras el hombre triste, más triste si cabe, sale del comedor arrastrando los piés. Un nuevo taponazo hace saltar las risas de una mesa, que se ahogan al cerrarse la puerta del comedor.

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