jueves, noviembre 04, 2010

El viaje a Montevideo


Pedro ha llegado a esa edad en la que una persona parece no existir para los más jóvenes, en la que miran a través suyo cuando pasa a su lado como si fuese de humo. O lo que es peor, si reparan en ella es para dejar patente su superioridad, como si les molestase que todavía respire, alardeando de su fuerza joven. Y eso no lo soporta. Hasta ahora, Pedro siempre ha sido el centro en todas las reuniones, su sonrisa hacía caer las murallas más altas y no había amiga ( y muchos amigos también ) que no se rindiesen al encanto de su voz.
 Pero ya no es lo mismo, por muchas horas que pase en el gimnasio machacando sus músculos cada vez más flácidos, por mucho tiempo que se ponga ante el espejo intentando tapar los estragos del tiempo con cremas cada vez más caras e ineficaces, a pesar de los pequeños retoques en el plástico para borrar arrugas cuando comienza a hablar su voz lo delata, su voz también se está haciendo vieja y ya no seduce como antes, su tono cada vez más grave y apagado, ese trémolo al hablar evidencian el paso del tiempo.
Pedro recurre a salir menos, busca locales muy oscuros y con la música muy fuerte para disimular la erosión que sufre su cuerpo pero esto tiene el inconveniente de que cada vez sale menos de casa, conseguir una sonrisa de una chica es un verdadero triunfo y no sabe resignarse a quedar en casa para evitar fracaso tras fracaso.
Sus noches ahora discurren pacíficamente en casa, sentado en el sofá con " Gilda ", su vieja gata siamesa acurrucada a su costado, mientras navega con el ordenador portatil. Aquí es fácil disimular, la realidad virtual la crea uno mismo y todo depende de la capacidad que tenga de hacérsela creer a la persona que está detrás de otro ordenador. Y esa capacidad de sedución todavía persite por lo que busca personas alejadas de su ciudad para evitar el riesgo de que quieran verse en persona.
Un día ve una página que llama su atención. Es de un cirujano uruguayo que afirma ser capaz de operar las cuerdas vocales para devolverles todo el brío de la juventud, promete milagros a cantantes en declive y Pedro comienza a darle vueltas a una idea. A lo largo de los días siguientes entra en esa página y busca foros donde se discuta de este tema. Las opiniones son unánimente favorables, todos hablan de efectos maravillosos, eso sí a precio de oro. Y la clínica está en Montevideo. Excesivos gastos para tan gran riesgo, piensa. Echa cuentas, marea a su amigo Moncho que siempre le ha llevado los asuntos en Bankinter, hasta que se lía la manta a la cabeza,
concierta las citas por internet con el doctor Bianchi y tramita el vuelo en su agencia de viajes de toda la vida.
Todo ha sido un éxito. Su cuenta corriente se ha quedado exagüe, pero eso le da igual al oirse hablar de nuevo, su voz ha recuperado los matices y el brío de los treinta años y se pasa las horas de su convalencia leyendo poemas en voz alta, regalándose los oidos y sintiendo como ha vuelto su poder de seducción cuando observa la cara extasiada de las enfermeras que entran en su habitación.
De vuelta a casa se divierte en llamar a todos los amigos de su agenda de la A a la Z para resirse ante la sorpresa de estos al oirlo hablar. Incredulidad de la mayoría, algunos piensan ser objeto de una broma de mal gusto, pero a todos acaba por convencer de que es el mismo Pedro de siempre y promete citas que sabe no va a cumplir. Porque una cosa tiene clara ahora. A nadie le dará el placer de regodearse con su decrepitud física, a partir de ahora su vida oscilará entre la realidad virtual de su ordenador y el encanto derramado a través del movil. Y mientras viva, ofrecerá imagen de vida a los que hablen con él.

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