martes, octubre 12, 2010

El Cosme no tiene donde ir


El Cosme no deja de contar una y otra vez los días que le faltan para salir del trullo. Va poniendo cruces a medida que pasan en un sobado calendario de cartón que tiene la foto de una pechugona desnuda en una cara y las fechas en la otra. Fabrica de chocolates Santa Dorotea. Tostadero de cafés de ultramar. No es de este año, pero a él le da lo mismo, total los meses siempre tienen los mismos días. Bueno, no siempre, también están los bisiestos, pero este no es el caso. Solo dos días y a la calle. Mierda. Oye como silba el aire en el exterior, menos mal que aquí la calefacción está fuerte, pero cuando toca salida al patio tiene que andar dando saltitos para entrar en calor y se encoje cuanto puede, encansquetándose la boina en la cabeza y encojiendo el cuello como si fuese una tortuga, la verdad es que arrugas tienes tantas como ella. Sopla en los dedos entumecidos a pesar de los guantes de lana y después se los mete en los sobacos, apretando fuerte, como si se abrazase con pasión. Cosme pasa de los setenta y es menudo como un gorrión, la cabeza blanca como la nieve, el pelo es lo único que no ha perdido en esta vida y sus ojillos azules son vivos como los de un jilguero.
Se ha apuntado a la consulta de la médica porque la semana pasada le han sacado sangre para los análisis de la disbetes y tiene la vaga esperanza de que no hayan llegado los resultados, lo que le permitiría retrasar la salida. Ha ido dejando pasar delante de él a los otros hasta que la sala de espera se vació y no le quedó más remedio que entrar. La médica, una mujer de media edad muy guapa pero muy suya, no deja que ningún preso le plante cara, tiene más güevos que el más cabrón de todos y los internos no se atreven a hablar hasta que ella lo haga primero. Cosme inicia su letanía de dolencias pero la médica las corta diciéndole que está cañón, que sus análisis son como los de un mozo y que arree para el patio, que allí no pinta nada.
Cosme se ve en la calle con este tiempo y sin sitio donde refugiarse. Si lo soltasen en verano, sería otra cosa pero ahora, con el invierno en puertas, a ver donde da con sus huesos. Su hermana ha dejado de venir a las comunicaciones y le ha hecho saber por una propia que ni se le ocurra acercarse por el barrio, que ya está harta de los quebraderos de cabeza que le procura.
Por la noche, cuando toca el recuento, el funcionario con sorna le dice que vaya haciendo sus maletas para cambiar de hotel. Cosme le contesta con una risita falsa que está en ello, mientras para sus adentros se caga hasta la décima generación de su madre. Esa noche le cuesta dormir en el catre y no para de rubillir. Al día siguiente vuelve a la consulta pero la médica lo despacha diciendo que está muy apurada. Otro tanto saca en claro cuando quiere hablar con el capellán o el educador. Todos le dan una larga cambiada y Cosme se ve en libertad sin remedio.
Se cierran tras él las puertas del penal con un sonido hondo, está en la calle con una raida bolsa de deportes que contiene todo su mundo en la mano derecha y en la izquierda aprieta el puñado de billetes que le han dado antes de salir. Renquea hasta la parada de autobús, la última de la línea, que está en el descampado cercano al penal. Chispea un poco, solo faltaba que comience a nevar, piensa con rabia y el autobús tarda en llegar. Cuando ya no le queda paciencia ve que se acerca el coche. Se detiene a unos metros de la parada y Cosme renquea para subir al vehículo bajo la suspicaz mirada del conductor. El coche está vacío y se acurruca al final. El bus recorre la línea y en cada parada se va llenando de gente. El ámbiente se vuelve cálido y húmedo y atufa un tanto el olfato.
Cuando Cosme divisa las agujas de la catedral a través del cristal empañado se da cuenta de que está en el centro. Se levanta, aprieta el timbre y se baja en la parada que está en el puente, al principio del paseo de plátanos. Coño, que cierzo más cortante viene del norte, parece que hubiesen dejado las puertas abiertas allá, por el alto de la carretera de Madrid, piensa Cosme mientras busca un lugar donde cobijarse. Cruza el paseo y se mete en un café. Un doble con leche y unas gotas de orujo, pide al camarero, dejando entrever los billetes para que se dé cuenta de que puede pagar. Echa cuentas y piensa que con el dinero que lleva encima no tendrá más que para una semana en alguna fonda de la estación. Que negro se presenta todo.
Poco a poco se decide a llevar a cabo el plan que lleva barruntando estos últimos días. En otras dos ocasiones le ha dado buen resultado. Pide otro café con gotas y siente como el calor y el ánimo recuperan posiciones.
Sale al paseo y endereza el paso. Saca pecho al pasar cerca de la pareja de municipales y camina bajo los plátanos arrastrando los piés lo menos posible. Vaya, el escaparate de la Pasteleria está a oscuras. Un letrero diciendo que se alquila lo atraviesa en diagonal. Con lo bien que le resultó la faena la última vez. Sigue caminando y se agacha para recoger un canto gordo como una naranja de un parterre del jardín. Abre la cremallera y lo deja caer dentro de la bolsa. El paseo termina en la avenida principal. Es casi de noche y todas las luces del mundo parecen concentrarse en esa calle. Cosme recorre la acera lentamente buscando un lugar propicio.
El escaparate de la tienda se abre frente a él. Rojo y lleno de luz, la bisutería brilla en los estantes como si fuesen estrellas. Cosme se agacha, abre la bolsa, coge el canto redondo y lo mete en un calcetín. Echa el brazo hacia atrás y descarga un golpe con todas sus fuerzas contra uno de los cristales. Nada. Ya no tiene ni fuerzas. Otro intento fallido y al tercero, tal vez por efecto de la rabia acumulada, lo hace saltar en añicos. Mete la mano sin miedo a cortarse, agarre no sabe bien qué y se lo mete en el bolsillo, al tiempo que amaga una huida. Suena la alarma, las voces de las dependientas compiten con ella y un par de hombres que pasan por delante de la tienda, llenos de furor cívico, agarran al presunto criminal y lo tiran al suelo.
Llega el coche de los municipales, un par de ellos saltan del vehículo sin dejarlo detener e irrumpen en el local cual hombres de Harrelson a la captura del feroz criminal. Las dependientas explican atropelladamente lo sucedido y Cosme, cabizbajo y maltrecho por los golpes, espera con paciencia a que decidan que vana hacer con él. Nada, al cuartelillo, esto hay que denunciarlo grita el gerente de la tienda, la inseguridad ciudadana nos está ahogando.
Meten a Cosme en el coche de la policía sin miramientos. Uno de los policía arranca el vehículo y pone en marcha la sirena y las luces para que todo el mundo sepa que nuestra seguridad está en buenas manos. Esa noche la pasa Cosme en el cuartelillo. Al menos no le va a faltar calor. Uno de los guardias del retén de noche se apiada de él y le acerca un bocata de tortilla de patata y un vaso de tinto de alguna taberna cercana. Con la andorga llena y el cuerpo caliente, Cosme se duerme tan feliz.
A la mañana siguiente lo espabilan temprano. Lo sacan al pasillo y hacen que se asee en el servicio. Saca un peine de pasta de su bolsa y se recompone como puede los pelos revueltos de la noche. Se lava la cara como los gatos, intenta enderezar el nudo de la corbata y sale al pasillo donde lo están esperando los guardias. Andando, que su juicio será el primero. Cosme se las promete tan felices porque piensa que esta noche volverá a dormir en el trullo. Comida caliente, calefacción, la médico siempre que quiera y cuatro cuartos para una birra y unos pitillos, ¿ que más se puede pedir ? piensa él mientras lo conducen en el furgón hasta el juzgado.
Ya se conoce la espera en los pasillos del juzgado. Es un experto y apenas si hace caso al abogado de oficio, seguro que ese crío acaba de terminar los estudios pero sabe que su caso es claro y el trullo lo está esperando. Se adormila en un banco al calorcillo del radiador y espera. Una sacudida, un bigote amenazador ante él lo vuelven a la realidad.
La sala de juicios es pequeña. Como todas. En el estrado dos mujeres. Mierda, le han tocado juezas. Todo va rápido. La jueza morena y muy arreglada, tres vueltas de perlas al cuello y unas gafas rosas cabalgando el lomo de la nariz. Seca como la raspa de un pescado y cara de vinagre. Una mal follada piensa Cosme. En un santiamén sucede todo. La secretaria lea el acta con los hechos sucedidos, dice que sí a todo, reconoce su culpa agachando la cabeza y pone gesto compungido, aunque sabe que no engaña a nadie. Espera la sentencia tan contento.
La jueza lanza un chorro de imprecaciones con voz monocorde y colérica. Escoria. Delitos continuados. Falta de respeto a la sociedad. Todo, todo lo ha oido en ocasiones anteriores. Todo no. Cosme sacude la cabeza porque cree no haber oido bien. Aunuqe es un multireincidente, tien más de 70 años, el delito es de poca importancia, el dueño de la tienda retiró la denuncia. Nada de carcel, a la calle a ver si de una vez se quiere reformar.
Cosme se hunde mucho más, ahora con motivo. Mira con rabia al abogado que le da una palmada en el hombro y recoge los papeles llenos de sellos y firmas que le entrega la secretaria. Abandona la sala y camina por el pasillo del juzgado, arrastrando los pies. Cruza el control de la policia y sale a la calle. Bailando por efecto del viento caen los primeros copos del invierno.

2 comentarios:

El oso blandito dijo...

Que bueno!!!!!
Caballero, escriba usted que me alegra las tardes!!

relatosweb dijo...

Me ha encantado. Un relato muy fino, romántico y cruel a la vez.
Eres capaz de crear y desarrollar ideas con una sencillez asombrosa.

felicidades