jueves, julio 08, 2010

PARA TI, OSCAR


Dado que me gusta zascandilear y picar en todas las flores, cuando conocí el blog de mi amigo Oscar " He perdido el bolígrafo " que, como es lógico, recomiendo a todos los que se pierdan por el mío, se me ocurrió escribir sobre los lejanos, remotísimos tiempos en que aprendí a hacer los palotes. Así que hoy va de recuerdos.

En octubre de 2005, en uno de mis primeros escritos llamado " La Señorita Asunción " traté este tema. Han pasado muchísimos años y el recuerdo de ella sigue vigente en mi memoria y si cierro los ojos me parece estar víendola de nuevo. Una mujer grande y bien plantada, como una mamma de película neorrealosta italiana con una melena morena y larga rizada como una mata de caracoles , la cara muy maquillada en contraste con la severidad de la época, con los labios muy rojos y unas enormes cejas pintadas a carboncillo, siempre vestida con colores chillones y con los brazos al aire, imcluso en pleno imvierno. Sus hombros y sus brazos llenos de pecas, sus pechugas poderosas, las pulseras tintineando en sus muñecas cuando escribía en la pizarra y el recuerdo de su voz casacabelera me acompañarán siempre, al menos mientras la memoria no me quiera traicionar.
En su escuela aprendí a trazar los primeros palotes y a pelearme para conocer las primeras letras. Todo esto parecerá antidiluviano en la época de la informática, pero nuestros instrumentos de trabajo eran muy simples: una pizarra y el pizarrín.
La pizarra era un rectángulo de piedra rugoza, más o menos pulimentada pero con desniveles de azul negruzco de dos palmos por uno que estaba enmarcada en un bastidor de madera áspera. En un lateral se le practicaba un pequeño orifico por el que se pasaba un cordel al que se ataba un trozo de tela inicialmente blanca con el que se borraban los palotes. Esta además era frágil y con un simple trompazo se rajaba en dos, lo que no era óbice para seguir usándola. Como instrumento para escribir usábamos el pizarrín, una barra fina de pizarra que había que aguzábamos por los extremos en la piedra de granito que formaba el alféizar de la ventana y que chirriaba cuando se presionaba al escribir sobre la pizarra.
Trabajosamente íbamos progresando en la escritura, trazando palotes a imitación de los que escribía la señorita en el pizarrón de la pared. Aunque en invierno, con los dedos llenos de sabañones, costaba sujetar el pizarrín entre los dedos. Cuando se había llenado la superficie de la pizarra de palotes o algo estaba mal escrito había que borrarlo. Para esto bastaba con echar un par de escupitines sobre la superficie o dar unos lametones y pasar después el trapo. Aunque a veces se recurría a otro sistema. Se sacaba la pilila por el reborde del pantalón y se echaban unas gotas sobre la pizarra, con lo que era más fácil eliminar lo escrito, pero tenía el inconveniente de que escocían más las manos, a veces, sangrantes a causa de los sabañones. Cuando se pasaba la lengua por ella se notaba un saborcillo acre, como a vinagre....o a orina.
Claro que había otros pizarrines más sofisticados. Eran los que se llamaban de manteca, de color grisáceo y de tacto untuoso que aparte de que escribían mejor y no chirriaban al pasarlos sobre la pizarra, se podían roer y tenían un saborcillo muy rico. Pero estos eran mucho más caros, así que pocas veces podíamos disponer de ellos.
Cuando ya habíamos dominado la técnica de las primeras letras dejamos a un lado la pizarra para pasar a las cartillas de escrituras. Y eso eran palabras mayores porque había que escribir con pluma y tinta. Encajados en un otificio del pupitre había unos tinteros de loza blanca en forma de cono invertido estaban que se rellenaban con la tinta de un botellón que tenía la señorita Asunción sobre su pupitre y que se preparaba con agua del grifo y una papeleta de polvos que se compraba en la "Papeleria Alonso " donde tras el mostrador un viejecito muy pequeño, casi tanto como nosotros, que se parapetaba en unos lentes con aros de metal dorado, nos despachaba el género que necesitábamos para hacernos hombres de futuro.
Con los palitroques de madera en las que se encajaban los plumines y mojando en los tinteros íbamos trazando las letras, pero al mínimo descuido un borrón de tinta estropeaba toda la tarea. Y puedo asegurar que yo he sido siempre un experto en el tema de los borrones, mis cuadernos estaban cuajados de ellos, como si grandes crisantemos de tinta floreciesen en sus páginas. De todas las tintas que preparaba la señorita, prefería una que tenía un intenso color violeta porque me parecía el summum del buen gusto. Y Celso, uno de mis compañeros que bebía de todos los tinteros y que era un gourmet en este tema, decía que la tinta morada era la que tenía un sabor más exquisito.
Más adelante, cuando ya escribíamos de corrido y la enciclopedia Alvarez no tenía ningún secreto para nosotros y cuando nos estábamos preparando para el examen de ingreso en el instituto nos comenzamos a familiarizar con los bolígrafos. Pero esto eran palabras mayores pues no había que recurrir a la mojar en los tinteros y su punta no se esgallaba, como le sucedía a los plumines, con lo que se podía escribir de corrido sin miedo a los borrones. Los primeros " Bic " trasnparentes o de color naranja eran para nosotros el colmo de la sofisticación. Pero valían un duro cada uno....
Estando ya en el instituto llegó a mis manos un bolígrafo de cuatro colores, que creo recordar afané a mi padre. De estructura metálico y con cuatro pestañas que permitían escribir alternativamente en rojo, negro, azul o verde era lo máximo a que podía aspirar. Pero tanto darle a una pestaña y a otra, estropeé el invento y todavía recuerdo los días tan terribles que pasé por miedo a que mi madre se enterase del descalabro. Y la consiguiente bronca porque, si algo recuerdo de aquella época, es que todo acababa en bronca.

3 comentarios:

El oso blandito dijo...

Gracias rey, nunca te lo diré pero me ha parecido precioso. Yo tuve un profesor de matemáticas que debió de estudiar contigo. Cuando las reglas de trigonometria se nos atragantaban y él tenía que volver a explicarnos las cosas de senos y tangentes era entonces cuando se lamia la mano y borraba lo escrito..... lo magnifico era que despúes se secaba la mano en su pantalón de pinzas de color azul.... todo un reto para el Colón!!!

cal_2 dijo...

corazon, ¿ para cuandoi sacudes la pereza y nos cuentas estas cosas en tu blog ?.

redondeado dijo...

Los bolígrafos de cuatro colores eran la caña, pero yo una vez llegué a hacerme con uno de diez colores. Impresionante. Eso sí, muy difícil de manejar. Tanto como escribir con la p

Mmm, el material escolar... Supongo que la escasez en aquellos tiempos me ha hecho ser un adicto hoy día. Intento no entrar en una papelería porque ahora que me lo puedo permitir, arraso.