martes, julio 20, 2010

Las estrellas del camino


De todas mis andanzas a nivel profesional hasta el momento en que nos trasladamos al Levante, lo único que verdaderamente añoro fueron los años en los que pude colaborar en la atención de los jovenes autistas, así como a las personas que trabajan con ellos, profesionales llenos de vida capaces de transmitir alegria y ganas de luchar, a los que nunca vi una mala cara o un gesto de fastido ni desfallecimiento, a pesar de que su tarea es tremendamente dura e ingrata.
El hecho de trabajar con ellos fué una pura carambola. En la zona en la que por entonces tenía mi plaza como pediatra hay una residencia de dia que ha puesto en marcha la asociacion de familiares de Autistas. Sus responsables acudieron un día al centro de salud solicitando ayuda sanitaria pues, al proceder los chicos de diversos puntos de la provincia, sus médicos de cabecera están también en diversos centros, lo que dificultaba su atención. En ese momento yo compaginaba la consulta con el puesto de coordinador del equipo y al plantear la petición a los compañeros su respuesta fué la ya esperaba. Que no, al no tener su domicilio familiar en la zona, que cada mochuelo buscase su olivo.
No por esperada, la respuesta no dejó de molestarme. Pero ya teníamos preparada una alternativa con ayuda de dos buenas compañeras de trabajo. Informé al resto del equipo que la enfermera con la que compartía consulta, Tere, una de esas amigas especiales que ya no están y que ahora forma parte de nuestras estrellas y yo mismo podíamos hacer frente a sus demandas, por considerarlas no sé si legales, pero sí tremendamente justas. Hubo el natural alboroto en el resto del equipo pero ya estaban habituados a mis salidas y no les quedó más remedio que tragar con el arreglo.
Pronto empezamos a colaborar con ellos. Se acercaba el otoño y había que vacunar a todos contra la gripe así que una mañana, en lugar de salir a almorzar nos fuimos los tres con todo el material necesario. Nos enseñaron el centro, un lugar amplio y cálido lleno de luz por todas partes y empezaron las primeras sorpresas al darnos frente que ignorábamos.
Cada persona autista es un mundo y, lo que lo hace más dificil, están encerrados en su propio mundo al que no hay medio humano de acceder porque todo nuestro razonamiento lógico se estrella contra su personalidad. Los hay extrovertidos como Victor que vive el futbol hasta la médula y que hace de cada partido una guerra civil o Julián al que puedes preguntarle por la la canción numero 22 de la semana 23 de los " Cuarenta principales " o la 12 de la semana 18, acertándola siempre. Y Juan que va a misa todos los días, como hacía en vida de su abuela, hasta el 21 de cada mes en que deja de ir porque en esa fecha se murió ella. O los que no hablan nada y habitan en su nebulosa manteniendo un diálogo imposible con sus manos que no apran de aletear ante su rostro. Y todos son tremendamente ritualistas, cada acto ( comida, parseo, gimnasio, sueño.... )se repite a la misma hora día tras día y cualquier alteración los trastoca de un modo que a nosotros nos parece incomprensible. Y para eso están sus cuidadores, atentos en cada momento para que nada pueda alterar su vida.
Comenzamos a vacunar indistintamente a los chicos y al personal y todo transcurrió como la seda. Todo perfectamente, hasta que nos dijeron que faltaba Javi. Este, por aquel entonces, tenía apenas veinte años, la sonrisa de un osito tierno y la fuerza de un oso viejo. Estaba en uno de los gimnasios y en cuando vió la aguja se rebeló con todas sus fuerzas y no había modo humano de sujetarlo entre cinco o seis personas. Volaban patadas y mordiscos hasta que se pudo derribarlo sobre una de las colchonetas y montándose a caballo sobre él, mi compañera logró clavarle la aguja en el brazo.
Después comenzamos con la ronda de chequeos y fueron desfilando por nuestro centro los chicos para explorarlos y hacerles analíticas de rutina. Una vez más, todo sin problemas y a Javi se le iba dejando para el final. Pero a Javi no logramos hacerlo entrar ni por las buenas ni por las malas.
Y entonces se planteó como actuar con él pues cada vez que intentábamos algo se desataba toda su furia y no había modo de frenarlo. Hasta que a Raquel se le ocurrió una idea. Raquel, una de las cuidadoras, una mujer madura y espontánea, de esas personas que liberan alegria por cada poro de su piel, trabajadora incansable fué quien lanzó la idea.
El plan era sencillo pero requería mucha paciencia, como pudimos comprobar. Todos los miercoles a mediodía salían ella y Javier de paseo, hacían una parada en una cafetería para tomar un refresco y después lo iba acercando cada vez más hasta el centro de salud. En cuestión de un par de meses consiguió hacerlo llegar a la entrada sin que saliese huyendo al trote como sucedía al principio.
El día en que logró mantenerlo al pié de las escaleras sin que se pusiese en fuga, Raquel me llamó al móvil y yo salí a la puerta del centro para que se habituase a verme. Así estuvimos varias semanas pero la situación no parecía avanzar hasta que un día Raquel me dijo que a Javi le volvía loco el chocolate. Perfecto.
El miércoles siguiente salí a la puerta con media tableta de chocolate en la mano y la alcé bien para que pudiese verla. Poco a poco fui acercándome blandiendo el chocolate hasta estar a medio metro de él. Acerqué la mano y me arrebató el chocolate, engulléndoselo en dos bocados.
A partir de entonces la cosa fue más fácil.....pero igual de lenta. Actuamos de modo gradual y a fuerza de semanas y de tabletas de chocolate conseguimos que subiese las escaleras primero, después que atravesase la puerta, a continuacion que se sentase en la sala de espera para, finalemente hacerlo entrar en la consulta. Muchas semanas y muchas tabletas después conseguimos hacerlo entrar, dejarse desnudar, esplorarlo, tomarle tensión y toda la parafernalia. Siempre, al terminar la visita yo rozaba mi mejilla derecha a imitiación de como hacía él, Javi dehaba escapar gruñidos de satisfacción y se comía el chocate en dos bocados mientras su inmensa sonrisa beatífica parecía llenarlo todo.
Después dejé Burgos. Me trajé su inmenso recuerdo y un cuadro que me pintaron como despedida, con su dedicatoria al dorso , el cuadro de la foto en la que uno de los chicos plasmó su idea de nuestro trabajo. Poco tiempo después de estar trabajando aquí me dijeron que habían tenido que llevar a Javi a un dentista y que dejó hacerse de todo manso como un cordero, él que es un verdadero oso. Esta visto que el chocolate hace maravillas.

1 comentario:

redondeado dijo...

Hombre, pues claro. Qué no haría yo por un poco de cocholate. Y del de comer, también.