martes, marzo 02, 2010

Las perras chicas


Para Andrés esta ha sido su primera aventura seria. Y ahora tiene miedo, pero no puede decir nada para que los otros niños no le llamen gallina y se rían de él. La culpable de todo es la Merceditas, una marimacho que maneja a los demás niños a su antojo y hoy a la salida de la escuela de la señorita Asunción los ha guiado muy lejos de su barrio, han bajado corriendo las cuestas de las afueras de la muralla y ahora están en las cercanías de la estación a la espera de que pase un tren. Los cuatro niños están agazapados en el talud de la vía y Andrés tiene que bajar la mirada porque tiene frente a él a Merceditas que, al estar agachada, deja entrever la mancha blanquecina de las bragas. Nos estas haciendo una fotografía, dice riendo uno de los críos y ella junta las piernecitas, poniendo cara de pilla.
El sol de mayo calienta fuerte y allí no hay ni una sombra donde cobijarse. El tren no acaba de llegar y los niños se impacientan. Uno de ellos dice que va a buscar grillos mientras tanto. Eres bobo, le dice Merceditas, no hemos traido agua para sacarlos de su madriguera. No importa, responde riendo el crío. Se pone de rodillas sobre la hierba y se agacha buscando el hueco donde pueda esconderse un grillo. Cree descubrir uno, se suelta los botones de la petrina, saca la cola y mea dentro del agujero y al momento sale un grillo que es atrapado por el niño con aire triunfal.
El silencio es roto por el prolongado pitido del tren que se acerca, lo que provoca el sobresalto de los niños y el que grillo consiga escapar de su encierro. Muy agitados, los cuatro niños se agrupan formando una piña agachados tras el poste del semáforo y esperan al paso del convoy.
El ruido se hace casi ensordecedor y el tren se acerca cansinamente entre una nube de humo gris, pasando al lado de los niños con un ruido desvencijado de chatarra que los deja casi sordos. Cuando quieren darse cuenta ya solo se ve el balconcillo que cierra el convoy perderse en la lejania.
Los cuatro niños trepan por las piedras del talud hasta llegar a la vía del tren, reluciente bajo el sol. Buscan por entre los hierbajos y las traviesas de la via en busca de los clavos y de las monedas de perra chica que habían dejado sobre los railes. Los clavos están medio deformes pero su punta ahora es mucho más aguda, lo que permitirá que sean mejores para jugar al enclavado con los otros crios del barrio. En cuanto a las monedas se han quedado finas como obleas pero de un diámetro mayor, como si fuesen perras gordas. Merceditas ríe feliz y se apropia del botín. Se echa a correr y hace que los otros niños la sigan como si fuesen sus esclavos.
La vuelta al barrio se hace atropelladamente pues ya han oido sonar las dos en el reloj de la catedral y seguro que las madres ya están berreando desde sus ventanas porque sus hijos no suben a comer. Se despiden los cuatro jurando secreto eterno y cada uno se va a su nido.
La clase de la tarde discurre mortecina y los niños más que estudiar, sestean sobre los largos bancos de madera. De vez en cuando Merceditas lanza un guiño de complicidad a los otros críos y hace gestos de que a la salida la esperen, mientras va rascando las monedas sobre una piedra para quitarles las aristas. La señorita Asunción abanica con la cabeza de arriba abajo en un vano intento de luchar contra la modorra y el mosconeo de los niños zumba por entre los pupitres.
Suenan las campanas de la catedral y los niños parecen revivir. " Y mediaaaaaaaaaa, señorita " se oye a coro seguido del revuelo de los críos metiendo sus cosas en las carteras de cuero. Bajan las escaleras de piedra en tropel y salen a la plazuela en la que está la escuela.
Merceditas saca las monedas del bolsillo y dice que la acompañen enfrente, a la tienda de la Isolina para hacer una prueba. La mujer responde al saludo mientras despacha un cuartillo de aceite a una clienta y los niños se acercan al aparato donde están esperando los anises. Esta es como una pecera redonda, llena de bolas de colores rojas, azules, verdes, amarillas.... que esta montada sobre una base de metal pintada de verde. Un resorte con una ranura encima donde se pone la perra gorda, un giro rápido hacia la izquierda y aparece la bola de anís al alcance de las manos de los niños. Así hasta cuatro veces, aunque la última moneda parece resistirse, pero al final aparece una bola azul.
Los críos bajan corriendo por la cuesta empedrada hasta llegar al refugio acogedor de las paredes de la muralla. Merceditas reparte una bola a cada niño pero ella, por ser la jefa, es la primera en escoger. La roja, se pide la roja, dice triunfante y deja que los críos se peleen por las otras tres. Ahora vamos a sentarnos y a chupar despacito y gana al que le dure más tiempo la bola. Y que gana, pregunta Andrés. Un beso, contesta ella.
Se tumban en el suelo, apoyan las espaldas en las piedras de la muralla que retienen el calor de la tarde y comienzan a chupar muy lentamente las bolas de anis que forman un bulto en sus mejillas. Se les va llenando la cara de los churretones dulces y de vez en cuando se la sacan de la boca para que duren más. Poco a poco cae la tarde y a Merceditas, inquieta siempre como una lagartija, le entra la impaciencia. De un par de triscos muerde su bola y se la traga, diciendo que se acabó el juego.
Se acerca a la puerta de la fábrica de hielo " La Siberia " y le pide por favor a un mozo que agarra las barras de hielo con unos garfios si les da un trocito, que estan muertos de sed. Este pica la esquina de una barra y les da unos trozos con los que quitar la sed. Los van chupeteando como sorbetes por el camino de vuelta a casa, pero
hoy Merceditas dice que van a atravesar la Teneria para llegar antes a casa. Cara de susto de los críos, ahí están las mujeres malas, dicen. Nada, que no va a pasar nada, cobardes, replica la niña.
Se meten por las calles estrechas y se paran en la trasera de un bar con el suelo tachonado de chapas de refresco. Vamos a recogerlas, dice ella, así tenemos para jugar a las carreras. Se agachan y llenan sus bolsillos hasta que una voz bronca que sale de una ventana, los hace levantar el vuelo.
Medio ahogados por la carrera llegan a la campa que se extiende tras sus casas y se dejan caer en la hierba. Cabriolas de contento y un pequeño respiro de minutos para tomar fuerzas hasta que Andrés dice que porque no prueban los clavos que afilaron en la vía. Casi es de noche.
Las voces de las madres " Meeeeeeeeeeerrrrrrceeeeee ", " Andressssssssssssss " " a ceeeeeennnnnnarrrrrrrrr " les mete la prisa en el cuerpo y se despiden a la carrera. Cae la noche. Mañana la vida sigue esperándolos.

Notas:
" Perra chica " era la moneda de cinco centimos de peseta
" Perra gorda " es la moneda de diez centimos
" Hacer fotos " se decía cuando una niña enseñaba las bragas a los niños
" Enclavado " era un juego de nuestra infancia. Se pintaba un cuadrado en la arena con un clavo muy afilado. Se tiraba este dentro y donde se clavaba se cortaba el cuadro. En el trozo restante se clavaba otra vez y se iba haciendo cada vez fragmentos menores hasta que llegaba un momento en que este era tan pequeño que ya no se podía clavar dentro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

no te creas que no te voy a leer esque no he tnido tiempo pero te prometo que de este finde no pasa