sábado, agosto 08, 2009

La cuerda


Todavía recuerda el momento. Fué una tarde de finales de enero al salir del instituto con un cielo oscuro de ese color de panza de burro omnipresente en los largos inviernos de la ciudad, el aire gélido y cortante que venía del río lo empujaba paseo del Empecinado adelante, cuando de pronto sintió como si una cuerda se rompiese en medio de su cabeza con un golpe seco como un trallazo, un latigazo intenso que la atravesase de la frente a la nuca, como si estallase un castillo de fuegos artificiales dentro de él. Sergio sintio una confusión de ideas donde todo se mezclaba sin poder poner orden ni concierto en ellas, sin oir apenas el parloteo de sus compañeros que iban hablando de lo de siempre, de futbol y de las tetas de las compañeras o de las litronas del fin de semana. Llegaron al puente de la estación y no recuerda bien si se despidió de ellos, enfilando solo los últimos metros de la vuelta a casa, siempre con el aire cortante que lo obligaba a acelerar el paso.
Al abrir la puerta de casa se estremeció con el contraste del calor que salía de dentro. Se mezclaron las voces a todo trapo del televisor de la cocina, con las preguntas de su madre sobre como le había ido el día. La dió un beso avaro en la mejilla y dijo que se quería echarse hasta la hora de la cena, que le iba a estallar la cabeza. Por el pasillo le siguó la voz de su madre diciéndole que se pusiese el termómetro. Sergio dejo la cartera y el tabardo tirados en el suelo y se dejó caer de bruces en la cama, tapándose la cabeza con la almohada pero no le sirvió de nada porque la confusión se había enseñorado de ella. Cuando quería prestar atención a una idea, esta se le escapaba como si fuese una culebrilla de mercurio y aparecía otra buscando hueco, todavía más confusa que la anterior. Pensó que tendría algo de fiebre, pero su frente estaba fresca, aunque su mano sintió la crispación de toda su cara.
La cenaaaaaaaaaaa. La voz de la madre reclamaba su presencia en la cocina. Se levantó con desgana y enfiló el pasillo como si fuese al matadero. La cháchara de su madre y de la hermana pequeña contrastaba con la indiferencia del apdre, parapetado tras el escudo del mando a distancia de la tele. Se sentó en su sitio habitual y esquivó como pudo las preguntas de su madre y las puyas de la pequeña que, como siempre, buscaba gresca a la hora de la cena. Comió a trompicones y le pidió un analgésido a la madre porque sentía que la cabeza iba a estallarle.
Se encerró en su cuarto, echó el pestillo y se dejó caer en la cama. Dejó a tientas las gafas sobre la mesilla, pues el vaho le impedía ver nada. Cerró los ojos e intentó poner algo en la confusión de su cabeza. No entendía nada, se sentía como un corcho dando vueltas en mitad de las olas y creía que el muendo se hundía bajo su cama. Se sentó a duras penas en el borde, volvió a coger las gafas y las limpió con el embozo de la sábana.
Irguió su cuerpo breve de adolescente, como si fuese a quebrarse con el esfuerzo y se sentó en la mesa de trabajo. Encendió el flexo, tal vez hacer algo de tarea le traería un poco de calma. Tenía pendiente una lámina de dibujo para la clase de mañana. Dispuso todos los materiales ante él y empezó a razar el dibujo. Un movimiento involuntario hizo que embrronase una esquina de la lámina. La rasgó en cuatro con rabia y cogió otra del bloc. Unos golpes tenues en la puerta seguidos de la manija que se movía con animo de abrir la puerta hicieron que volviese la puerta. Ya estoy dormido, mamá, tranquila. Hasta mañana. Un descansa, hijo llegó a través de la puerta y oyó como se alejaban los pasos cansinos de la madre.
Toda la noche la paso empezando el dibujo y rasgando láminas pues todas tenían algún defecto y él había decido que tenía que ser perfecta, no podía consentir que al día siguiente un compañero presentase alguna mejor que la suya. No durmió nada agitado por una febril actividad, sentía el temblor que agitaba todo su cuerpo, no sabía que le pasaba, pero el miedo se había apoderado de él. Un ansia de hacerlo bien luchaba con la impotencia de no poder conseguirlo. Harto de luchar, al amanecer se dejó caer en la cama cuando la débil luz de enero luchaba por abrirse camino entre la niebla.
Se despertó sobresaltado con las voces de su madre que intentaba abrir la puerta, arriba que no llegas al instituto. Muévete Sergio que se hace tarde. No respondió nada, la crispación ahogaba la respuesta.
La madre se impacientó y le dijo que abriese ya la puerta, que se las iba a ver con ella. Con voz cansina dijo que no se iba a levantar, que no queria ir al instituto, que no podía, le faltaba el ánimo para moverse. Pues si no vas a clase, prepárate que te llevo al médico, replicó la madre, que no acababa de entender lo que sucedía a su hijo. La puerta de la habitación seguía cerrada y a la voz de la madre se unió el llanto de la hermana pequeña.
Sergio no tenia nada claro, no sabía que hacer pero sentía la imposibilidad de moverse, de salir de casa y enfrentarse a las tareas de clase, quería ser el mejor y si no podía ser así, preferia no ser nada. Sentía como si los dos cabos de la cuerda rota buscasen unirse de nuevo para reintegrar sus pensamientos a la normalidad, pero no lo conseguía.
Su madre seguía tras la puerta pidiéndo que la abriese, que ya era tarde y ni la niña ni él podía ir ya a clase pero que, al menos, saliese fuera de la habitación. A duras penas descorrió el pestillo y salió al pasillo. La madre se abrazó a él con miedo y ansia de comprender lo que estaba pasando. El cuerpo enjuto de Sergio se estremecía con los sollozos y las lágrimas empañaban los cristales de las lentes. La madre lo sentó en la mesa de la cocina ante el tazón del desayuno y cogió el teléfono para pedir cita con el médico. Sergio se levantó de un salto diciendo que no se pensaba mover de casa, que no iba a ningún sitio, que si lo obligaban a salir de casa, antes prefería saltar por la ventana,
Al final transigió en dejarse ver por el médico si este venía a casa. A media mañana sonó el timbre y mientras la madre abría la puerta, Sergio se refugió en el water. A los ruegos de esta, finalmente volvió a la sala y se escudó ante la avalancha de preguntas del médico que no sabía como hacer frente a la situación. A duras penas salió de su mutismo y dijo que no podía más con el esfuerzo, que quería ser el mejor de su clase y no podía llegar, por eso no quería salir más de su habitación, de su nido, ni ver ni oir a nadie, que lo dejaran en paz, que en ese momento volvían a estallar los fuegos dentro de su cabeza.
El médico dejó unas recetas encima de la mesa, prometió volver pronto y buscar algún tipo de ayuda, tal vez un especialista o algo así. No sabía bien, pero intentaría ayudar en lo posible, repitió al llegar al ascensor mientras la madre se retorcía las manos de angustia.
Ha pasado un tiempo. Sergió ya sale de casa, pero apenas se mueve fuera del barrio, se ha negado a volver al instituto, camina siempre solo hablándole al vacío. Ha cambiado, está mucho más gordo, su caminar es torpe y desgalichado, la ropa parece que hubiese caido al descuido sobre su cuerpo, tiene un aire ausente y cuando las vecinas se cruzan con él mueven la cabeza con pena y dan gracias de que no les haya tocado lo mismo con sus hijos.

3 comentarios:

redondeado dijo...

Pues la verdad es que alguna vez he pensado que se me iba a ir la pelota, no de forma agresiva pero sí de desconectarme de la realidad... Y bueno, la verdad es que no sé por qué te cuento esto.

Cuando uno se vuelve loco ¿se da cuenta? Supongo que no en todas los casos. Es inquietante.

cal_2 dijo...

A todos, me imagino, se nos va la pelota de vez en cuando....por ejemplo, cuando estas en el anden esperando al metro o a un tre, no tienes a veces unos deseos ilogicos de tirarte hacia delante?. O si estás en un balcón, saltar la barandilla y volar ?

redondeado dijo...

Bueno, yo me refería más bien a desconexión de la realidad... Por ejemplo, en épocas de mucho estrés, quedarse en blanco un rato sin saber si vas o vienes, o si es por la mañana o por la tarde... Y los momentos agobiantes hasta que la cabeza vuelve a tomar conciencia.

En cuanto a las ideas suicidas, intento huir de ellas. Pero a lo mejor sí que me han venido y no me acuerdo porque ya se me ha ha ido la cabeza, jajajaja.