sábado, agosto 01, 2009

Los viejos tebeos


La nieve casi cubre por completo los cristales de la ventana del dormitorio y una tenue luz grisácea inunda la habitación. Hace tanto frío dentro que se diría que puede tocarse. En la cama, casi sin poder respirar bajo el peso de tantas mantas, David asoma poco más que la nariz y las manos en las que sostiene un tebeo. No se ve muy bien, pero no lo necesita pues se los sabe de memoria.
Desde la cocina llega la voz de su madre diciendo que ya está el desayuno. Que bajeeeeeeeeeeeeeessssss. Voyyyyyyyyy, grita David, espera un momento. Una vez más El Capitán Trueno abandona a su amada entre las nieblas de Thule para partir a combatir a los malvados. O bajas o subo yo con la zapatillaaaaa. Ya bajoooooo. Que fastidio, ahora que viene lo mejor. David salta de la cama y al poner los piés en el suelo da un respingo pues siente el frío de las baldosas a través de los calcetines de lana. Se pone la ropa sobre el pijama de franela y baja a la cocina.
Al abrir la puerta el olor a las mantecadas recién horneadas se mezcla con el del carbón que crepita en la cocina económica. Su madre, arremangada para trabajar mejor, frota la superficie de esta con Pedramol y un nuevo aroma se une a los anteriores, el olor avinagrado del polvo con el que saca brillo a la placa de la cocina.
Se sienta en la mesa ante el humeante tazón de leche, pone una cucharada de azúcar y después, a hurtadillas para que no chille su madre, añade una segunda bien colmada. Miga en la leche una gruesa rebanada de pan y deja que se ablande, removiendo bien con la cuchara hasta que la mezcla queda tan espesa, que esta se mantiene en pié. A bocanadas golosas va tomando el desayuno, limpiandoe con el revés de la mano, las gotas que resbalan por su barbilla, sin perder de ojo las dos mantecadas doradas como estrellas que ha puesto su madre ante él como postre.
Rebaña con la cuchara las ultimas migas de pan y siente como el calor de su tripa se va extendiendo por todo el cuerpo. Se despereza como un gato y la modorra se apodera de él. La voz de su madre pidiéndole que traiga una brazada de leña de la cuadra hace que vuelva en sí. Se calza las botas que ha dejado para calentar ante el fogón, se envuelve la cara en una bufanda de lana y abre la puerta que da al patio. Apenas puede caminar entre la nieve, seguido de la voz de su madre, que no se entretenga para no enfriarse.
Vuelve trastabilleando bajo el peso de la leña, pero contento porque sabe que su madre fingirá asombro ante la fuerza que tiene su hijo. Ya al amparo de la cocina, pone la leña en un rincón, coge el montón de tebeos que están en la alacena y se sienta con ellos ante la mesa de la cocina. Hace casi dos meses que la aldea está aislada por la nieve y no puede bajar a la escuela, ni tampoco subir el cura a decir la misa de los domingos. Que felicidad, piensa, dos meses ya sin sentir los tirones de pelo de la señorita Concha por no saberse la tabla del tres ni los gruñidos de don Paco cuando se duerme en los bancos de la iglesia.
Los tebeos se los sabe de memoria, ya ni recuerda cuantas veces ha podido leerlos a lo largo de este tiempo, pero no importa mucho pues cada vez que abre uno se sumerge en la historia y se siente parte de ella. Se parte de risa con las Hermanas Gilda o vibra con los de Hazañas Bélicas y sueña con hacerse mayor para ser un " marine " que acabe con un destacamento entero de los demonios amarillos a tiro limpio. Entre el montón tiene escondidos dos tebeos de niñas y los saca a hurtadillas cuando cree que su madre está ocupada. Son de María Pascual y se siente hechizado con los mundos de hadas que retrata tan maravillosamente. Pero esos son cosas de niñas y no quiere que se rían de él, así que los esconde en cuanto ella se da la vuelta.
Cuando de cansa de los tebeos se pone a jugar a batallas con los recortables de papel que tiene colocados entre las páginas de un viejo libro. Allí también esconde unas mariquitas de papel a las que le encanta cambiarlas de vestido, sujetando sobre su cuerpo el equipo de esquiadora o un maravilloso traje de fiesta rosa.
Pasan las horas muertas esperando la hora de la comida. El puchero esparce su delicioso olor desde el fogón. La puerta del patio se abre de golpe y entra su padre, grande, inmenso llenando la cocina con su presencia. Por suerte la nieve se va derritiendo, le dice feliz a la madre y antes de una semana el camino del pueblo estará transitable y bajaremos a la feria del Condado. Y tu, perillán, prepárate para volver a la escuela. David, cayado en su rincón, siente como unas lágrimas resbalan por sus mejillas mientras acaricia el lomo de un tebeo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

como cojes las ideas perillan como tudices

cal_2 dijo...

jaja.....no me descubras.....Un beso

Yogui dijo...

Una entrada muy emotiva.Es curioso,al descubrir tu blog pensé proponerte algo parecido a lo que has escrito.Me refiero a escribir sobre tebeos desde esa perspectiva sentimental.Los recuerdos de mi infancia(la de los años sesenta) estan plagados de tebeos,de cine y por supuesto de mis amigos del barrio.Gracias por este momento y por recordar al Capitan Trueno.