sábado, agosto 22, 2009

Estrellas fugaces


No sé por que extraños mecanismos de la memoria, de pronto recuerdas una imagen o una persona que has visto hace muchos años y se hace presente como si hace unos instantes hubieses estado a su lado. Eso mismo me ha sucedido con una mujer a la que vimos en varias ocasiones hace ya un montón de años, en esos fines de semana maratonianos de teatro y exposiciones a los que íbamos a Madrid. Por aquellas fechas nos solíamos alojar en el Hotel " Asturias " a un paso de la Puerta del Sol y esta mujer formaba parte del paisaje de la zona.
Era una mujer muy mayor, con una gruesas trenzas pelirrojas, lógicamente teñidas, que peinaba en forma de un gran rodete sobre su cabeza o que dejaba colgar a la espalda, de tez muy blanca y ojos incleiblemente claros que se abrían con una sonrisa muy plácida, vestida con blusas bordadas de flores y llenas de cintas de colores y amplias faldas blancas de estilo ibicenco. Álgún camarero de la zona nos contó que era antigua empleada de un banco de la zona y, en sus años jóvenes, amante de un pintor famoso. Coincidíamos con ella desayunando churros en la cafetería " Hontanares " o sentada tras un velador de marmol de la Cervecería " Alemana " ante el ventanal que da a la plaza de Santa Ana. Al levantarse iba recogiendo los panecillos que habían dejado los clientes en las mesas y salía a la plaza donde, sentada en un banco, los iba desgranado con gran revuelo de las palomas que la cubrian como una nube blanca. Nunca llegamos a cruzar una palabra con ella, tal vez alguna sonrisa de saludo al cruzarnos.
Dejamos de verla, no recuerdo si fue porque cambiamos de zona o de costumbres, vaya usted a saber y ahora, no sé bien por que motivo, hace unos días que su imagen ronda mi memoria. Ya sé que este pensamiento es muy trillado, pero el hecho de acordarse de una persona que ya no está con nosotros, es como si les concediesemos unos instante de vida. Todos deseamos creer que viviremos mientras alguien nos tenga en su memoria, que el recuerdo de una persona añorada recorre todos los rincones del cielo en busca de una brizna de su existencia y que al encontrarse no se sabe donde, se produce como una pequeña explosión al modo de la nube de humo que hacía la antorcha de magnesia de un fotógrafo ambulante que concede unos instantes de vida al desaparecido.
Tal vez por eso cada noche salimos al jardín y nos sentamos a mirar el cielo en busca de las estrellas donde anida el recuerdo de las personas amadas, de nuestras madres. Me gustaría creer que la causa de la luvia de estrellas que todos los años durante la noche de San Lorenzo cruzan el cielo sea la materialización de los recuerdos de las personas perdidas y tal vez nuestras madres vuelen agarradas a las colas de las cometas gozando como chiquillas traviesas.

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