viernes, mayo 08, 2009

Pepi " la bocarrana "


Para Felixin, nuestro querido hermano pequeño, con todo el cariño

A Pepi la llamaban en el instituto la " Bocarrana ". De algún modo tenía que pagar el hecho de ser despierta y sacar buenas notas. En principio alguna compañera quiso ponerle el mote de " Culona " pero tuvo que dejar el empeño al observar que otras muchas, empezando por ella misma, tenían tal trasero que ganaban por goleada. Pero como no era gorda, ni llevaba gafas, ni tenía un ojo para cada lado o las piernas como alambres o como mazas de bastos, el hecho de tener una boca grande y reidora les vino que ni pintada para motejarla Pepi " la bocarrana ". Por eso cada vez que salía al patio empezaba el coro de las otras chicas a croar de modo ascendente hasta que conseguían que diese corriendo para refugiarse otra vez en el pasillo.
Cuando comprendieron que habían hecho diana con el mote no le dieron tregua a Pepi tanto en las clases o en el recreo donde ya no se atrevía a salir. Al sonar el último timbre de la mañana recogía sus cosas a la carrera y huía corriendo la primera en salir del aula para evitar las burlas de vuelta a casa.
Pepi de modo cada vez más frecuente empezó a buscar disculpas para no ir a clase o evitar el salir de casa los fines de semana. Dolores de tripa que se calmaban en cuanto su madre permitía que se quedase en la cama, repentinas jaquecas cuando tenía ir al cumpleaños de una compañera, nauseas y ganas de vomitar. En principio su madre se alarmó y la llevó al médico hasta conseguir que se le hiciesen todo tipo de pruebas que, como era de esperar, no presentaron alteración alguna. El médico intentó serenar a la madre e, incluso, le insinuó la posibilidad de ir a un sicólogo. Mi niña no está loca, eso lo tengo muy claro, respondió la madre, saliendo muy digna de la consulta.
El domingo después de comer su madre le dijo que se preparase, que iba a recoger todo para irse las dos a la piscina del pueblo. Noto un fugaz gesto de miedo en la cara de Pepi pero se hizo la distraida y subió a buscar todos los trastos. Al bajar se encontó a una Pepi demacrada que se había tumbado en el sofá con un repentino dolor de tripa. La madre dejo las bolsas en el suelo, le pasó una mano por la frente y no dijo nada. Se sentó a su lado y tras un rato de silencio que a Pepi le pareció eterno, su madre comenzó a preguntarle suavemente que le sucedía, encontrándose con una barrera de silencio. La madre no se rindió y siguió insistiendo hasta que, al final, entre sollozos e hipos ,Pepi acabó confesando que todas las chicas se reían de ella porque tenía una boca enorme y que no quería volver más a clase.
Su madre le palmeó la tripa con cariño y dijo que esperase un poco. Pepi oyó como su madre trasteaba en el ático mientras canturreaba una melodía y al rato bajó las escaleras con una sonrisa triunfante en el rostro y un objeto en la mano. Era un viejo vídeo de su colección de películas antiguas.
Vamos a ver las dos esta película y después hablamos. Le dijo que era " El muchacho de los cabellos verdes " de un viejo director inglés llamado Losey. Rebobinó la cinta mientras continuaba cantando la misma melodía. Le dijo que la canción se llamaba " Nature boy " y que desde que la oyó por primera vez viendo esta película cuando la vió en su época de estudiante en un cineclub de los " progres " cuando iba a la universidad se había convertido en su canción preferida.
La película cuenta la historia de un niño traumatizado por lols bombardeos en Londres, que se encierra en sí mismo al sufrir el rechazo de los demás por tener los cabellos verdes y a medida que iba avanzando la cinta la madre notaba como Pepi cada vez se sentía más prendada de lo que veía en la pantalla y que ya no hacía el mínimo gesto de dolor. Al acabar la película, el rostro de la niña replandecía y su madre le comentó que había cambio de planes. Nada de piscina, se iban las dos a un centro comercial aprovechando que era uno de los domingos en que estaba abierto. Dieron vueltas por las tiendas de ropa hasta encontrar lo que deseaban. Después se compraron unos zapatos y por último una mochila para la niña y un bolso para la amdre. Finalmente entraron en la peluquería y tras un rifirrafe entre su madre y la encargada para convencerla de que no estaban locas, sentaron a Pepi en un sillón y, cuando terminaron con ella, a su madre.
De vuelta a casa no dejaron de reirse y de hacer planes para el día siguiente durante todo el trayecto en coche. A la mañana siguiente se levantaron media hora antes para poder llevar a cabo todos los preparativos de su plan. Cuando estuvieron dispuestas se miraron una a la otra y comenzaron a reirse como locas. Las dos estaban enteramente vestidas de verde de los pies a la cabeza. Sí, a la cabeza también porque se habían teñido el pelo de un color verde de hierba. Y un maquillaje llamativo acentuaba sus sonrisas.
Cogidas del brazo, Pepi con una mochila verde nueva a la espalda y su madre con un enorme bolso verde colgado en bandolera, ropa y calzado enteramente verdes, con el pelo del color del cesped recién segado emprendieron el camino del instituto y ante la cara de asombro de las otros niñas y de sus madres, croaban las dos con total desparpajo cuando se cruzaban con la gente. A partir de ese dia su fama de bichos raros aumentó en el pueblo, pero ya nadie se atrevió a ponerle otro mote a Pepi.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bonito que bonito pero si sata la rana es bonita. que bien escribes mamon

redondeado dijo...

Sí señor, siempre diré que me gustan más estos relatos de mirada positiva, que los otros, aunque igual de bien escritos, se hacen más duros de leer por las situaciones de penuria. Pero bueno, es igual, siempre acabo devorándolos todos.

cal_2 dijo...

ya sabes amigo Redondeado, que las cosas salen sin buscarlas...tristes o alegres, depende del momento que para uno. Y gracias por ser tan voraz.