viernes, mayo 08, 2009

Carambola



Esta historia me la han contado a lo largo del desayuno, en un descanso en el trabajo. Creo que Buñuel estaría feliz de contar con ella para elaborar un guión. Voy a reproducirla tal cual la he escuchado.

Casimiro era un hombre de campo con fama de mala persona, siempre peleando con los vecinos por tema de lindes o de faenas que arrastraba su malhumor cuando volvía a casa, con lo cual nunca había paz en ella. A mayores de su mal caracter, siempre estaba quejándose de dolores más o menos reales a los que aseguraba, el médico no le hacía caso, a pesar de presentarse tarde tras tarde en el consultorio cuando volvía del campo. No se sabe si a causa de no poder soportar los dolores o simplemente de sentirse superado por el mal vivir, acabó todo tirándose al tren.
En casa, una vez superado el mal trago, hubo un tanto de calma y su viuda, la Herminia, tuvo que hacerse cargo de las faenas de las tierras, trabajando como una burra para salir adelante.
Al cabo de un par de años la situación empezó a mejorar y en contadas ocasiones, como ya tenía crecidas a las hijas, pudo salir alguna tarde de domingo a echarse un baile en una sala de fiestas de la capital. Allí conoció al Cándido, otra alma en pena como ella, que sufría la mala bilis de una mujer tan mala que no se soportaba ni ella misma. Pasaron toda la tarde juntos, hablando de todo lo habido y por haber, como si se conociesen de toda la vida, siendo felices por primera vez en mucho tiempo y quedaron en verse una semana después.
La víspera de la cita, Herminia compró un vestido rojo en el mercadillo del pueblo y unas sandalias con tiras. Por la tarde fué donde Juanillo, el chico de la Reme, que trabajaba de aprendiz en una peluqueria de la capital y le pidió que le diese un tinte para tapar las canas y una permanente bien apretada. Antes de salir de casa se miró en el espejo del dormitorio y creyó estar viendo a una princesa. Durante el viaje en el autobús fue muy quieta para no arrugar el vestido y llegó a la sala de fiestas alegre como una colegiala.
Esa tarde gastó el relojito de pulsera de tanto mirarlo, pero Cándido no llegó. Rechazó a uno tras otros de los lagartones que querían sacarla a bailar, con la esperanza de ver a su hombre. Al final tuvo que rendirse, era la hora de coger el último autobús de vuelta al pueblo y no le quedó más remedio que abandonar el baile con el corazón lleno de basura.
Un par de meses más después estaba podando en la viña del Abrogal cuando apareció por aquellos parajes una furgoneta pintada con unos enormes letreros de color carmesí. Se abrió la puerta trasera y bajó un chicarrón moreno con una sonrisa enorme, como si se le hubiese quedado la cara engatillada, seguido de una chicuela pizpireta que llevaba un gran ramo de rosas rojas al brazo. Detrás aparecieron otra pareja tirando de cables y cachivaches. Herminia miraba todo este circo con asombro, sobre todo cuando vió que todos trepaban la cuesta en su busca.
El guapo le preguntó si era Doña Herminia y que venían de un programa de televisión en su busca. El culpable de tal enredo era Don Cándido Crespo que quería verla de nuevo y explicarle el motivo de su desaparición. El primer impulso de la buena mujer fué echarlos a todos rodando por el terraplén pero se dejó envolver or las mieles del emisario y acabó atendiendo a sus razones.
El reencuentro de la pareja fué en un plató de televisión en un enredo de luces y de ruidos, sin saber ni muy bien como actuar la pobre pareja. Se dejaron llevar por las mieles de la presentadora, siguiendo las indicaciones como corderillos. Cándido le explicó que no se había presentado en la sala de fiestas porque sse mismo día su mujer montó tal escándalo cuando se enteró que iba a salir que acabó reventándosele la bolsa de hiel y tuvieron que ingresarla en el hospital hasta que, al cabo de unos días, dejó a todos en paz. Ahora estaba solo y quería seguir lo que le quedaba de vida a su lado.
Lagrimas, maquillajes que se corren y todo el público enternecido. Como parte del premio, la emisora los invitó un fin de semana a un hotel de lujo y a la vuelta, Cándido se fué a vivir con Herminia, a pesar de que las hijas de esta torcieron un poco el morro.
Al cabo de un tiempo, Herminia salió un día a la calle donde vivían en camisón y pidiendo auxilio a voces. Estaban los dos durmiendo la siesta y tal vez, a causa del golpeteo del cabezal de la cama contra la pared, se desprendió el crucifijo con tal mala fortuna, que una de sus esquinas hizo saltar el ojo de Cándido como si fuese una tacada de billar.
Los vecinos comentron que había sido una venganza de Casimiro desde el infierno.

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