lunes, marzo 09, 2009

" Chaquetero de mierda.... "


El pobre Cosme siempre la tuvo cagada. Desde niño nunca supo lo que era tener la tripa llena. Ni él, ni ninguno de los niños con los que jugaba en los desmontes de San Isidro. Las cosas fueron algo mejor cuando su madre, la Brígida, entró de lavandera en casa del general Molero, pues más de un día cuando iba a entregar la colada limpia la generala le daba un par de reales y una tartera con sobras de cocido o unos trozos de pan blanco.
El Cosme fué creciendo a trompicones, no mucho la verdad, porque las necesidades eran muchas en casa pero se fué espabilando a fuerza de golpes. Gracias a la generala consiguió un puesto de trabajo en la estación acarreando los bloques de carbón para las locomotoras y todo pareció ir mejorando. No había mucha comida pero hambre ya no se pasaba, garbanzos todos los días de la semana y arroz los domingos. Y en el patio se criaban un par de pollos con las sobras que servirían para la cena de Nochebuena. Frío tampoco pasaban porque el Cosme de vez en cuando lanzaba alguna briqueta de carbón por encima de la valla que su madre se encargaba de meter en una saqueta y acarrearla penosmanete hasta la casa.
Corrían tiempos muy revueltos, el Borbón había tenido que salir de naja por el puerto de Cartagena y poco a poco los obreros comenzaron a sentirse personas. El Cosme se movía entre el trabajo y las reuniones del sindicato ferroviario de la UGT, con lo que apenas si aparecía por casa.
Una noche entró en la cocina donde su madre quitaban las piedras a las lentejas. Muy serio, con la cabeza baja y la boina dándole vueltas entre las manos, dió un buenas noches ronco y se quedó parado contra la pila del fregadero. La madre dijo que se aviase, que tenía la cena al rescoldo del fogón, pero el Cosme no paraba de girar la boina mientras carraspeaba, como si algo se le hubiese atragantado. " A ti te pasa algo, te conozco bien que por algo te he llevado nueve meses aquí dentro, así que súeltalo ".
El Cosme sin decir nada volvió salió al pasillo y al momento regresó trayendo de la mano a una chiquilla morena, con el vestidito de franela a punto de reventar por una gran tripa. " Madre, esta es la Amalia y va a vivir con nosotros. Ella y lo que venga ".
" Bueno, que se quede en casa que donde no comen dos no comerán cuatro, pero ya saldremos adelante. Así que siéntate a mi lado muchacha y tú, pasmado, saca otra rebanada del pan de la alacena, que lo que hay en el puchero os tiene que llegar. Y cuando acabeis me tiendes tu jergón al pié de la lumbre para que yo pueda dormir caliente y vosotros os meteis en la alcoba ".
Primero el Marquitos, después la Brigidita y para cuando la Amalia estaba de ocho meses entraron en tromba los falangistas que estaban escondidos en una finca del monte de Torozos y se hicieron con el mando de la ciudad después de malherir y arrestar al general Molero. Los obreros habían declarado la huelga general en la ciudad, la situación era convulsa y el Cosme, al igual que todos sus compañeros estaba frenético corriendo de una punta a otra de la ciudad. Al caer la noche entró en casa y metió prisa a la madre y a la compañera para que aviaran cuatro cosas y que cargaran con los niños. Cruzaron las calles a oscuras, pegados a las fachadas de las casas, mientras se oían disparos a lo lejos hasta llegar a la Casa del Pueblo donde se habían refugiado otras muchas personas.
En la mañana del 19 de julio un calor sofocante subía del asfalto y en la Casa del Pueblo apenas se podía respirar entre el hacinamiento de la gente y el hedor a gente sudada, con las ventanas cerradas a cal y canto por miedo a los francotiradores. De pronto una descarga cerrada de fusilería contra la fachada convirtió la calma tensa del edificio en un guirigay de chillidos y llantos. La gente comenzó a abandonar la Casa del Pueblo atropelladamente y en un primer momento la Brígida se encontró sola. Se puso el delantal sobre la cabeza y salió como pudo a la calle donde un sol cegador la deslumbró. En una esquina vio a la Amalia agarrada que le hacía señas para que corriese donde ella. Agarraron un niño cada una y dando mil vueltas llegaron a casa.
La puerta de la vivienda colgaba de un gozne y dentro todo estaba revuelto, la ropa tirada por los rincones, el arcón de la entrada volcado y el puchero de barro hecho añicos delante del fogón. Pero ni rastro de Cosme. La Amalia dijo a la abuela que iba en busca de su hombre y salió corriendo todo lo rápido que podía por el peso de su tripa. Pasaban las horas y Brígida seguía en cuclillas esperando la vuelta de ella o del hijo. Ya de madrugada, con los niños dormidos en el jergón, entró la Amalia y dijo que no había ni rastro del Cosme. Al girar la vista se dió cuenta de que sobre el vasar de la cocina estaba er carné del sindicato de su hombre. Sin pensarlo dos veces lo echó a la lumbre y atizó el fuego hasta ver como se consumía.
Pasaron dias y más días sin saber nada del Cosme.
Fué un periodo de fingir una falsa beatería, de intentar pasar desapercibidas en medio de la borrachera de heroismo, de misas y novenas, de aprender a tragarse la bilis mientras se levantaba el brazo, de hacerse las tontas cuando los vecinos preguntaban por donde andaba el Cosme o si ya no iba a lavar la ropa al generalito.
Una tarde a la salida de la novena la Amalia notó que había roto aguas y volvió como pudo a casa, teniéndose que apoyar contra las paredes cada vez que le venía una contración. Apenas le dió tiempo a llegar a casa y en el mismo portal pariço al Jesusín, que más parecía un monito que otra cosa y al que se bautizó con agua de socorro por miedo a que no llegase a la mañana siguiente. Pero llegó al otro día agarrándose a los pezones de su madre como un desesperado como si con cada borbotón de leche le llegase una nueva remesa de vida.
Mediado el mes de octubre cuando ya las nieblas que subían del Pisuerga iban haciéndose dueñas de la ciudad, un arriero se acercó a la puerta de la vivienda y le dijo con mucho sigilo a la Amalia que le traía noticias de " él ". Loca de alegria, agarró a este por la pechera urigiéndole a que le contase lo que sabia. Que el Cosme había andado huido por los alrededores de Tordesillas y para salvar el pellejo se había arrimado a la brigada falangista de Girón y ahora andaba dando tiros con los nacionales por el Guadarrama. Para que se fiasen sacó de la faja un papel doblado en mil dobleces y un duro de los de papel de Franco.
La Brígida al ver todo esto no supo si dar salida a la rabia por tener un hijo fascista o la dicha por saberlo vivo. Daba igual. Por lo menos su Cosme vivía y escupiendo un " chaquetero de mierda " se volvió a su rincón sin quere mirar para la nuera. Esa noche no cruzaron palabra y así siguieron muchos días.
Llegaron las navidades y con ellas el Cosme que venía unos días de permiso. Se había dejado un bigotito fino como una fila de hormigas. Bajo el capote apareció la camisa azulona de los falangistas, con el macuto lleno de conservas y los huevos a punto de reventar por tantos meses de tener que aliviarse solo. Se encamó con la Amalia, largaron los niños con la abuela y por dos días no salieron nada más que a comer y a hacer sus necesidades.
Pasaron algo más de dos años en las que apenas se volvieron a ver hasta que llegó el momento de la victoria de los rebeldes. Como decía el último parte de guerra, esta había terminado y ahora empezaba la era de paz bajo la mano férrea del tío Paco. Que nadie se moviese.
Volvió el Cosme a casa y tuvo que pasar el tribunal marcial para que se borrase su pasado sindicalista. No fué fácil, pero una carta de Girón puso todo en su sitio y salió por la puerta grande limpio de toda mancha. Aún así la Brígida seguía escupiendo " chaquetero " cuando lo veía aparecer.
Pero el Cosme estaba contento, era de los que habían ganado la guerra, no le faltaba dinero en el bolsillo y no se quitaba la camisa ni el correaje en todo el día. Y con el dinero vino la buena vida, el andar todo el día de juerga de bar en bar. Esa fué su perdición. Tener dinero.
Una noche salió dando tumbos del café " Norte " en la plaza mayor agarrado a dos compadres de borrachera. Se zafó de estos y se acercó a la estatua del Conde Ansúrez. Se subió al pedestal y empezo a dar gritos cada vez más fuertes: " Me cago en Franco, me cago en la puta madre que lo parió y en los obispos y el Papa y todos los curas ". De un empujón lo tiraron a tierra y los hasta entonces amigos comenzaron a paterar sus costillas mientras daban voces al retén de guardias del cercano Ayuntamiento.
Ya no valió nada. Consejo de guerra sumarísimo y sentencia de garrote vil. A la Amalia y a la madre las raparon al cero, llenaron sus cabezas de brea e hicieron que trasegasen aceite de ricino. Con cada arcada se les iba poco a poco la vida, pero el casma la perdió con una simple vuelta de tuerca. Lo enterraron como un perro en la fosa común sin nadie que cerrase antes sus ojos. Un responso rutinario, que al cura se le enfriaba el puchero y se acabó todo.
A la salida del camposanto, allá por Carmen Extramuros esperaba la Amalia la salida del cura, con los tres pequeños agarrados a sus sayas. Se acercó el cura, separó el manteo y rebuscó en los bolsillos de la sotana. Sacó de ella una cartera de hule sujeta con una badana, una cadena y una medalla de plata y un puñado de monedas.
" Toma, esto es lo que te dejó tu hombre ". La Amalia con cara de rabia contenida dió un manotazo a la mano del cura y salió todo volando por los aires. " Tio marrano, escupió, yo no quiero eso, lo que quiero es que me devuelvas a mi marido ".

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