viernes, marzo 06, 2009

De cuando yo iba para Marañón.....O cada vez soy más parecido al abuelo Cebolleta


I. Al aprobar el primer curso de Medicina mi madre me regaló un aparato para tomar la tensión y un fonendo, aunque no quiero ni pensar los sacrifios que tuvo que hacer para comprarlos porque en aquella época las cosas no andaban muy boyantes por casa. Pero con estos artilugios en mis manos me sentí de lo más importante y ¿ que mejor cosa que empezar a practicar con todos los que rodeaban ?. Así que toda persona que se acercaba a casa acababa con las mangas remangadas para que yo ejerciese de mediquillo.
En aquellos primeros años tras la muerte de mi padre, la tís Geles nos acogió en su casa y era allí donde yo pasaba todos los periodos de vacaciones. Al segundo o tercer día de mi llegada me tocaba sacar al ruedo el aparato de la tensión y todas las mujeres de casa se ponían en fila en la mesa de la solana para que les tomase la presión sanguínea por riguroso orden jerárquico.
De tanto trajín pronto se estropeó el aparato pero eso no impedimento para que siguiese haciendo el paripé sin que jamás se enterasen de que no funcionaba. Yo apretaba la pera de goma y como ya sabía como tenía la tensión cada una les iba diciendo las cifras que creía oportunas y ellas se quedaban tan contentas. A una le decía que la tenía muy baja y esta decía que claro, por eso se encontraba tan débil y rápidamente se preparaba un cafelito que la hacía revivir. A otra le decía que la tenía un poquito alta y decía que había que poner menos sal en las comidas. Seguí años tras año haciendo la misma comedia y las pobres jamás se enteraron de que las engañana.

II. En segundo curso taníamos la asignatura de Microbiología. El catedrático era pequeño y rechoncho, con la bata blanca prominente como la proa de un buque, una mano siempre fija en su espalda, el pelo muy repeinado con gomina y unas enormes gafas de concha con cristales gruesos como culo de vaso que se pasaba toda toda la clase andando de un lado al otro del paraninfo mientras desgranaba anécdotas de su experiencia. Como cuando Fleming se le adelantó por muy poco en el descubrimiento de la penicilina y, por consiguiente, le arrebató el Nóbel de Medicina. O como cuando iba a Madrid a buscar sulfamidas de contabando para sus pacientes que se agenciaba en " Pasapoga " o " Chicote " mientras alternaba con las suripantas. O que todas las mañanas antes de salir de casa leía las esquelas en el periódico local porque era muy penoso ir a una casa para visitar un paciente y encontrarse con que tenía que dar él pésame a su viuda.

III. En tercero me quedó colgada la asignatura de Patología General para seprimebre gracias a lo cual tuve el golpe de suerte más grande de mi vida. Pero eso ya lo he contado en uno de los primeros escritos de este blog. " Conocerse ".
Esa asignatura constaba de diez grandes apartados y, lo juro, pero me había preparado todo el temario perfectamente salvo el último bloque, el de Neurología porque me faltó el tiempo necesario. Empecé el examen y rellené folio tras folio como un loco respondiendo a las preguntas de los nueve primeros apartados sin dejar un detalle gracias a que por aquel entonces tenía una estupenda memoría fotográfica. Cuando comenzaba a desarrollar un tema era como si lo viese delante tal como lo tenía escrito en el libro o en los apuntes, de tal modo que pasaba con las neuronas las páginas tal como se hace con un libro cuando lo tienes entre las manos. Todo perfecto hasta llegar al décimo tema. Ni puñetera idea. Había escrito al menos 10 folios de letra menuda ( entonces se podía enterderme ), pero tuve la buena fortuna que la ultima pregunta me tocaba iniciarla en la última línea de la segunda carilla. " Las estructuras neuronales de la corteza cerebral son las siguientes: " sin más. Y entregué el examen sin firmar en la última página en contra de lo que se hacía habitualmente.
A los pocos días me llamaron de la Cátedra para ver que había sucedido con mi examen pues no aparecía el último tema. No lo entendían porque todo lo anterior estaba perfecto. Yo, que había tenido la precaución de empaparme de lo referente a la neurología, puse cara de angel inocente y dije que no lo entendía porque había entregado todo, que tal vez se hubiese traspapelado la última página. Me hicieron dos o tres preguntitas sobre esta parte y esto permitió que salvase la asignatura. Con un cinco pelado porque, como me repitieron era una situación anómala. Pero aprobé. Y por entonces conocí a Alfonso. El gordo de la lotería.

IV. Cuando vi las notas del examen final de " Chispas " en cuarto curso casi me da un ahogo de rabía. Había suspendido. Y lo peor de todo, mi amiga Maria Eugenia a la que le había pasado íntegro el examen había sacado un notable. LLeno de indignación fui a pedir que me revisasen el examen pues no podía entenderlo. El profesor que tenía un bigotito tipo alferez provisional, no quería hacerme caso en un principio, pero me puse burro y accedió a repasarlo ante mi. Un par de problemas que había tachado en rojo resulta que sí estaban bien hechos, las definiciones estaban correctas, todo bien hasta que vió algo que dijo estaba mal escrito, que a quién se le ocurría poner la palabra azar sin hache, referida a casualidad. Nada. Fuera y seguía suspenso por las faltas de ortografía. Subí a la biblioteca, pedí un dicccionario prestado y volví donde él para que se enterase que azar con hace es una flor....y conseguí el aprobrado.

V. En quinto curso teníamos la asignatura de Partos. El catedrático, un personaje pulcro y atildado al que se le llamaba " el persianas " poque tenía una parálisis en los párpados y apenas podía abrirlos lo que le obligaba a mirar siempre de modo sesgado hacía arriba consiguió hacerme odiosa su especialidad. Pero la puntilla fué la noche que nos tocó hacer prácticas en el viejo hospital clínico. El día fué aburrido y las horas pasaban sin que viésemos un parto lo que frsutaba un tanto nuestras expectativas de alumno pardillo. A las seis de la madrugada nos avisaron que estaba una mujer en el paritorio y que arreando para allá o nos perdíamos el espectáculo.
La mañana era gris y muy oscura, y se veían los rayos de una tormenta de primavera que estaba descargando sobre la ciudad. El paritorio estaba iluminado con luz de emergencia pues se había ido la corriente. Sobre la mesa una mujer berreaba diciendo que no aguantaba más y subida a horcajadas sobre ella la doctora Fuciños ( la hoz o el hocico en gallego, por cierto ) amasaba la tripa de la parturienta con las manos mientras le gritaba que empujase hasta cagarse. De pronto me fijé que se movía la puerta batiente del paritorio y me asomé al pasillo. Allí, iluminada por la luz de un relámpago, estaba una mujercuca descalza y cubierta con el camisón del hospital, que se apretaba la gran tripa con las manos, con una cara de pánico que no pude olvidar. Desde ese día supe que esa especialidad la tenía vedada para mi futuro.

Dos cosas más de quinto curso: Cuando vi la nota de Quirúrgica dos y me cercioné que me habían dado una matrícula entré en la cátedra a preguntar si había un error. El profe me dijo que jamás en su vida docente nadia había ido a reclamar a causa de haber obtenido una matrícula. Y la foto que encabeza corresponde a una cabalgata que organizaba la cátedra de Pediatría para obtener dinero para los niños. Soy el del centro, por cierto. Y solo a unos gilipollas como nosotros se les ocurre ir con las patas desnudas en el invierno de Valladolid. Todavía recuerdo el frío subiendome muslos arriba.

VI. Durante mi sexto año de carrera, faltaba poco más de una año para que el tío Paco dejase de protegernos y la situación estaba muy revuelta en toda la ciudad en general y en la universidad en particular. Alternaban piquetes con huelgas y asambleas todos los días y en uno de estos altercados alguien estrelló un par de huevos en la cara del rector, que no era otro que el susodicho " Persianas ". El revuelo que se organizó fue enorme hasta el punto de que el ministro del ramo en esos momentos, el señor Cruz Martínez Esteruales tuvo a bien cerrar a cal y canto la universidad de Valladolid, suspendiendo todas las clases asi como los exámenes de la convocatoria de junio. Lo peor de todo es que también se cerraban todos los colegios mayores y residencias y ya me veía seis meses de Valldolid, lejos de quien más quería. Pero Pilarina dijo que yo no me quedaba sin casa y que la suya era mía, con lo cual se resolvió todo el problema. Los meses siguientes desarrollamos una actividad febril entre los estudiantes y se organizaron clases paralelas en locales de barrio, iglesias o casas de estudiantes con la ayuda de un puñado de profesores comprometidos. Se distribuyeron los temarios de las asignaturas entre grupos de personas que se encargaban de preparar los temas que después se pasaban a ciclostil para distribuirlos entre todos.
Fueron unos meses de locura pero mereció la pena. En poco más de diez días me examiné de todas las asignaturas y conseguí aprobarlas todas, de tal modo que a finales de septiembre del 75 terminé la carrera. Al general Patas Cortas no le quedaban ni dos meses de vida.

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