sábado, enero 10, 2009

...E lucevan le stelle


I. Al fin lo han dejado solo los amigos, se han terminado las palabras de consuelo, las caricias de afecto, las palmadas de condolencia. El hombre cierra cuidadosamente la puerta de la biblioteca con doble vuelta de llave, asegurándose que nadie puede entrar y después de echar una última mirada al jardín donde tantas horas compartió con Bruno, cierra las contraventanas mallorquinas con determinación y la habitación solo queda iluminada con las franjas de luz del atardecer que se cuelan entre los listones de madera.
Después enciende la lámpara que está al lado de su ordenador, se dirige hacia la estantería donde está la urna con las cenizas de su compañero, que había depositado casualmente en el estante donde están los libros de Almudena Grandes. Roza la tapa suavemente con las yemas de su mano derecha mientras con la izquierda se frota los ojos resecos. Se sienta en el gastado sofá de cuero del rincón de la habitación y se deja resbalar sin fuerzas. Los últimos días han sido agotadores y en más de una ocasión creyó no poder superarlos. No se borra de su cabeza la cara angustiada de su compañero durante las últimas horas en el hospital, desencajando las mandíbulas en busca de un aire que no entraba, luchando hasta el último segundo, mientras él se suplicaba que se rindiese, que dejase de pelear. O su enfrentamiento con la enfermera que se negaba a poner más morfina en el suero si no lo mandaba el médico. Malditos reglamentos, hasta el final estamos presos en sus redes.
Se incorpora a medias y sacude la cabeza con ánimo de desterrar esos recuerdos y lucha inutilmente porque aparezcan aquellos más felices de tantos años de convivencia, pero ahora solo vuelven con insistencia las vivencias de estos últimos meses. O del tanatorio donde todo pasó como en una nube. Muchos amigos, todos los amigos que son muchos y más de un curioso que vino a ver si se derrumbaba. Pero a nadie le dió posibilidad de contemplarlo, lo habían acordado los dos antaño cuando alguna vez bromeaban sobre esta posibilidad. Ni una lágrima ante los demás, la sonrisa congelada en los labios, pero que nadie los viese llorar. Y fue así hasta el último momento. Solo perdió los estribos cuando el cura pretendió rezar un responso ante el ataud. Lo sacó a empujones de la sala e hizo volar su breviario por los aires de un manotazo.
Después la incineración. Un telón que se abre y se cierra como en tantas funciones de teatro que compartieron juntos. Y en unos instantes depositan en unas manos una urna plateada que apenas pesa. Eso fue todo. Y ahora los dos solos en la biblioteca. Como siempre. Pero diferente.
Se levanta penosamente y rebusca en la estanteria de las óperas. No, mejor que un video prefeier un viejo vinilo, pues la música es mucho más cálida. Tiene los ojos tan vidriosos que le cuesta encontrar lo que busca. Y las gafas nunca están donde deberían estar. Al final encuentra lo que busca. Es la " Tosca " tal vez la ópera más maravillosa que pueda existir, un viejo LP con la Caballé y Carreras oido a lo largo de muchas veladas.
Como si fuese un ritual dispone los siguentes movimientos. Se prepara un vaso de ron negro que llena hasta el borde, saca el disco de su funda de plástico y lo pone en el tocadiscos con sumo cuidado para que la aguja no raye la cara donde comienza el III acto, de sienta ante el ordenador y mete en él un cd con las fotos del último viaje que han hecho a Roma, rebusca en el bolsillo del pantalón en busca de la caja de Valium y va sacando todas las pastillas hasta formar un montocito junto al ratón de ordenador.
Mientras, Mario desgrana su aria:
" Y lucían las estrellas,
y olía la tierra..
chirriaba la puerta del huerto
y unos pasos hacían florecer la arena....."
Mario agarra con furia las pastillas y se las traga de un golpe, las hace bajar a sorbos violentos de ron y se limpia las lágrimas que no dejan que vea las imágenes en la pantalla del ordenador mientras Mario sigue cantando:
" Para siempre desvanecido
mi sueño de amor....
ese tiempo ha acabado...
¡ y voy a morir desesperado ¡
¡ y jamás he amado tanto la vida ¡

II. En una inmensa estancia con las paredes tapizadas de terciopelo negro ronronean centenares de ordenadores, cuyas pantallas parpadeantes son la única luz. Unos pasos agitados se acercan a la mesa en el centro de la sala, dispuesto sobre un túmulo negro, donde parece estar el jerarca, del que solo se ve una mano descarnada que sobresale entre velos negros. " Señor, grazna el chupatintas, he cruzado los datos de los ordenadores y nos la ha liado un tal Raul, expediente XCV-3907-NM....Tenía programado un infarto mortal para mañana a las diez y cinco, pero se ha tomado un coctel de alcóhol con barbitúricos y nos ha ganado por la mano. Lo siento mucho....", Y se agacha para esquivar el pisapapeles que vuela en su busca. Negro, por supuesto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

joder macho mira que escribe bien el jodio este gallego de pro , si pero te pone el alma en un hilo por la emocion de sus relatos .ya ya pero mi quisiera yo escribir como el.