lunes, diciembre 15, 2008

CHIMO


Chima es cabezón y esmirriado, con las piernas como los palitos con los que enciende la lumbre su abuela. Chimo tiene la mirada de un perro fiel y cuando clava en ti sus ojos azules como un lago de los Pirineos te hace sentir que nada puede tener doblez, que ha aceptado la vida tal como viene, no como un premio o un castigo. Bueno sí, más bien como un castigo por no se sabe que pecado de sus padres o vaya usted a saber de quién, pero que que él siente tan contento. Chimo vive el día a día sin preocuparse del pasado y sin tener la menor preocupación por lo que le espera a partir del mismo instante en el que está viviendo. No es indiferencia, ni conformismo, simplemente la vida viene y pasa como si nada. Se siente parte de la existencia y se limita a cumplir su tarea en la misma como hace la mata de hongos que crece en el pié del roble o el ronroneo del gato que se enrosca sobre su regazo mientras toman el sol en la huerta, o las golondrinas que vuelan rasante para rehacer el nido bajo el canalón de la solana.
Chimo se remueve en la silla de enea porque sus piernecillas deformes apenas alcanzan el suelo y le duelen las nalgas de estar horas y horas en la misma postura, pero hoy no sabe porqué la abuela se retrasa en venir a recogerlo, tiene hambre y el ruido de sus tripas compite con el ronroneo de " Carbonilla ", la gatita blanca de la abuela a la que llaman así por dormir en el cubo del carbón de la cocina. Rebusca en el bolsillo y encuentra un caramelo, le quita el papel y se lo mete en la boca. Sacude los dedos pringosos y tira el papel al suelo para que el gato juegue con él, pero este se despereza y sigue durmiendo. Apoya la cabeza en el tronco del manzano y deja que el sol acaricie su cuerpo.
Cuando a Chimo le preguntan que va a ser de mayor siempre responde que él quiere ser piloto. Bueno, más que piloto, astronauta. Un día vió une película en la tele y desde entonces su mayor deseo en vida es ese, surcar el cielo en un cohete, esquivando estrellas y perdiéndose en nebulosas, para llegar a algún planeta remoto donde todos los hombre sean como él, liberar a una hermosa princesa de las garras de los malvados y ser elegido rey.
Oye las voces de los niños al otro lado de la tapia de la huerta de los abuelos, les escucha pelearse por la posesión de la pelota y siente una breve punzada de tristeza, muy breve, apenas como un suspiro, porque a él también le encantaría correr y pegarse con demás los chiquillos. Pero la abuela siempre le dice que donde no se llega con los piés se puede llegar con la cabeza. Y él, además de tenerla grandota, también la tiene bien ocupada.
Los gritos de los chiquillos " que salga el cabezudo, que salga la calantornia " se mezclan con los insultos de la abuela y los gritos de que vayan a lavarle el culo a sus madres. Unos cantos lanzados desde la calle caen cerca de Chimo y aparece la abuela rezongando, mientras se seca las manos en el delantal. Da un beso en la frente a Chimo, sacude a la gata con cuidado y con sus brazos duros como sarmientos, abraza el cuerpecito de Chimo y este siente el roce de los callos de las manos de la abuela en sus nalgas. Lo levanta con fuerza y lo pone sobre la manta que cubre la carretilla.
La abuela empuja con firmeza el cacharro para volver hacia la casa y se escucha el chirrido de las ruedas sobre la grava. Chimo cierra los ojos, coloca las manos como si gobernase un timón, hace rumrum con la boca y sueña que el cohete inicia el despegue.

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