domingo, noviembre 30, 2008

Hoy toca folletín


A la Eulalia siempre la volvió loca el baile y eso pudo haber sido su perdición. Con sus 15 años rotundos en un cuerpo bravo de mujer hecha, pechos como cántaras y caderas que parecían de manteca y miel al moverse, la piel blanca como la leche donde no llegaba el sol y la vida reventándole por todo su ser. En cuanto llegaban a través de la ventana abierta de la cocina las notas de la gramola que sonaba en " El pianillo " sentía bullir sus piés y no había modo de que se centrase en las tareas de casa, a sabiendas que cuando volviesen los padres de la era la iban a tundir si no había preparado la cena y limpiados los mocos a los más pequeños. Acababan de dar las seis por el reloj de San Antonio, así que calculó que tendría casi tres horas hasta que los padres volviesen a casa. Se sacó el mandil, se refrescó las sienes con el agua del cántaro y se pasó la peina. Subió a su cuarto y se miró la cara en un trozo de espejo roto que guardaba tras la mesilla. Se puso unas gotas de agua de colonia en los lobulos de las orejas y en el canalillo de las tetas, escupió en los zapatos de los domingos para darles lustre y se los calzó a la carrera.
Bajó de nuevo a la cocina y levantó la tapa al puchero para ver si los garbanzos seguían hirviendo. No hacía falta ponerles más agua y la lumbre estaba bien. Así que salió medio a escondidas por la puerta del patio y de allí al callejón que desembocaba en la plaza desde donde la música de la gramola seguía llamándola. Al entrar en la sala el bullicio y el humo la descolocó un momento pero vió que desde el fondo la hacía señas su amiga Fina. Atravesó la sala sorteando las parejas que estaban bailando y llegó donde ella que la esperaba con una gaseosa en la mano. " Tómala, no seas boba Eulalia, mi primo nos invita a más... "
Fima sintió una mano de fuego en su hombro derecho, se dió la vuelta para insultar al descarado y, al completar el giro, creyó morirse al ver ante ella al mozo más guapo que había visto nunca. Ni los artistas que venían haciendo las " varietés " en las fiestas de la Virgen podían descalzarlo. Ojos de fuego verde, la tez muy blanca atravesada por la cuchillada de una sonrisa que coronaba un bigote espeso, un pañuelo de seda chillón al cuello y un cuerpo de junco que parecía cimbrearse al ritmo de la música.
Se agarró a él con firmeza, olvidó padres y puchero, mocos y hermanos para enlazar una pieza tras otra hasta que un tirón de pelos la volvió a la realidad. Su madre, sucia de la faena y desgreñada por el sudor, chillaba como una fiera. Esta la sacó del baile a empujones, entre la risa de todos. Eulalia aún tuvo tiempo de volverse a la salida y vió los ojos de fuego clavados en ella.
Esa noche, cuando estaba en su jergón sin poder dormir a consecuencia de los cintarazos de su padre y de los tirones de pelo de su madre, oyó un golpe contra el crsital de su alcoba. Prestó atención y pronto oyó otro más. Y otro. Y otro. Se levantó sin hacer ruido y abrió la ventana. En el patio, bañado por la luz de la luna llena, se recortaba la silueta del hombre. Le chistó silencio y bajó las escaleras en un suspiro para que no la oyese nadie.
Salieron a la calleja y buscando la sombra de los saledizos ganaron las afueras del pueblo y se dejó guiar hasta la ribera del arroyo. Eulalia ya no pensó en nada hasta que las primeras luces de la mañana la asustaron, dió un rápido beso de adios y volvió como una centella a casa, fijándose en no ser vista por nadie. Se metió bajo las sábanas y se hizo la dormida hasta que las voces de la madre pusieron la casa en marcha.
Saltó de la cama, bajó corriendo a la cocina y atizó las brasas de la lumbre. Calentó la leche y la vertió en las tazas, añadió un chorrito de achicoria en cada una y puso las rabanadas de pan y el azúcar en el centro. Volvió arriba para espabilar a los mocosos y en todo momento sentia bullir su cuerpo con el recuerdo de la noche pasada. Y hubo más. No tantas como quisiera, pero a todas les saco el jugo minuto a minuto.
Una noche no hubo cantos contra el crsital, ni sombra recortada por la luna en el patio. Se comió las horas con rabia desde su cama y, en cuanto amaneció se acercó a la casa de la Fina para preguntarle por el primo. " Anoche se fué, nos dijo que le había salido faena por Adanero e hizo el petate ". " No, no dejó recado para nadie ". " A saber cuando vuelve, es un vivalavirgen ".
Eulalia volvió encogida a su casa y empezó las tareas de cada día como si no tuviese alma. Y empezaron a enlazarse los días de tristura con las noches negras. Y llegaron las fiestas. Y sacaron a la Virgen en andas por todo el pueblo. Y Eulalia se dió cuenta con pánico que no sangraba desde hacía dos meses, al menos, que los pechos se le hinchaban y le dolían y que sentía un tirar abajo, en el vientre, que antes no sentía.
Noches de miedo, palpándose la tripa que no paraba de crecer y por la mañana se fajaba lo más apretada posible para que la madre no notase nada. Pero a esta no se la escapaba una y vió que la Eulalia no lavaba los paños de sangre como todos los meses. Así que una mañana, cuando había salido el padre con las mulas, la acorraló en la cocina y tuvo que confesar todo. Sí, estaba preñada y nadie iba a hacerse cargo del niño. Su madre, como loca, salió en busca de sus dos hermanas, unas arpias solteronas que vivían en las traseras de la iglesia y que se mantenían a costa de los desahogos de los solterones del pueblo. Al poco llegaron las tres gritando como posesas mezclando en la misma retahila la honra con el matrimonio o ese hipoputa que volo lejos después de perderla.
La tiraron en el suelo de la cocina mientras una de las arpías gritaba que ella sabía como arreglar esto, que con su hermana ya había resultado otras veces. Comenzaron a bailar sobre ella, dando saltos sobre la tripa. " Toma bolero " gritaba, mientras una y otra daban saltos sobre su vientre con idea de desprender al fruto de perdición. Se abrió la puerta y entró como un maldición el padre con una vara en la mano y arremetió contra las víboras y las echó a zuriagazos de su casa, diciendo que se lo pensasen antes de volver.
Levantó a Eulalia con cuidado y, con la voz como un trueno, dijo a la madre que preparase yodo y aceite para curar a la niña. La tendió en el catre y con mucho mimo fué limpiando el cuerpo de la hija. Le hizo beber un cuenco de leche caliente con una yema de huevo y después dijo sin mirar a nadie que lo que estaba de camino, no iban a pararlo ellos y quién tocase a la Eulalia se vería las caras con él.
Unos días después la madre gimió con dolores de vientre y se quedó en la cama. El padre salió solo para la viña y se pasó toda la jornada volviendo para la pueasta del sol. Venía con el cuerpo descompuesto y todo le dolía, tal vez por haber dormido la siesta bajo la nogala o haber pasado muchas horas bajo la solanera. Entró en casa y se fué al rincón del patio mientras la madre acababa de hacerle unas sopas.
La madre le dió unas voces y volvió a la cocina, echó un trago largo de vino de la bota, pero cuando quiso comer, las sopas se le atragantaban. Las vertió en el balde del " Morucho " y el canelo se lanzó como loco a comer vorazmente. Después se tumbí a los piés del amo pero, de pronto, empezó a dar cabriolas y echar espuma por las fauces, se arqueó como si fuese a quebrarse y cayó como un guiñapo al suelo. Al darse cuenta de todo, el apdre, agarró una tranca y fué derecho a la madre hasta dejarla eslomada.
En la primavera siguiente nació la Estrellita, una niña con carita de manzana riendo desde que sacó la cabeza al mundo y que, según comentaba a todo el que quería oirla, Juanilla la partera la tenía dos marcas moradas en forma de estrella a la altura de las nalgas y que eso era señal de que la niña iba a ser tan grande como la Reina. El padre pontificó que esa niña se criaba en casa, que nadie mentase la Inclusa o iba a ser peor. Y que ya tenía sus apellidos para protegerla, nada de ser una Exposita o alguna mierda parecida.
Estrellita aprendió a bailar antes que a caminar y cuando oía la dulzaina por las fiestas o llegaba la música de la gramola desde " El pianillo " se meneaba en la cuna como si tuviese el baile de San Vito. Y tanto bailó, que con los mismos quince años recién cumplidos, una tarde se perdió por los caminos con un tratante de yeguas que acertó a pasar por allí y según decía Don Policarpo el boticario, que era muy viajado, la Estrellita acabó triunfando en los Parises de la Francia.

PD. Esta historieta es una versión libre de la que me ha contado este fin de semana nuestro grandísimo amigo Félix basada en personajes de su pueblo, muestra del realismo fantástico castellano, como dice él con su buena retranca.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Un relato mágico, nacido de la tradición oral castellana y parido lleno de belleza por el verbo brillante de un sanador de niños que peca de exceso de humildad. Y que debería pensar en "arrejuntar" una selección de sus historias y hacerlas llegar a muchos más lectores impresos en papel.

PD: no sé si sería leído por más gente, pero sí los que aspiramos a su amistad podríamos guardarlo como señal inequívoca de su bondad.

cal_2 dijo...

anonimo, anonimo....que son demasiados piropos en tan poco espacio. Y me sonroja
Gracias

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo con el anonimo que dice que porque no te lanzas y lo plasmas en papel al igual que te animaste a escribir en el blog ne lo podias plantear ,ni que decir que yo seria uno de los mejores embajadores que tendrias.
un besazo

cal_2 dijo...

pues.....gracias a los dos, pero...eso, gracias

cal_2 dijo...

vaya ovarios que tiene la chica de los martes y que pollos monta....ya le digo que si va de comando materno ultramontano. Pero es maravillosa, la jodia