martes, noviembre 11, 2008

La castañera


Embutida en un par de jerseis de lana, cubierta con un viejo chaqueton acolchado de color burdeos lleno de tizne, bufanda bien apretada al cuello, un delantal no muy blanco cubriendo su pechera, el pelo tapado por una pañoleta atada con un nudo en la nuca, las piernas abrigadas por unas gruesas medias con más de un tomate, gastadas pantuflas en los piés, está la castañera dando aire cansinamente con un abanico de palma para avivar las brasas del fogón. Como cada otoño, con la llegada de los primeros fríos instala su puesto de castañas asadas a la puerta de los grandes almacenes para sacar unos cuartos con los que ayudar la maltrecha economía de casa.
Padro sale de la oficina, nota el aire frío que se le cuela por el cogote y de modo reflejo se suba las solapas de la gabardina en un vano intento de abrigarse. Mira el reloj y se da cuenta de que falta un rato para que llegue el autobús de su barrio y mete la mano en el bolsillo del pantalón para ver el dinero que tiene suelto. Sí, al menos para una docena de castañas calientes, tiene bastante.
Se para ante el puesto y mira como la castañera ahora está formando unos cucuruchos con papel de periódico. Pedro espera a que despache unas castañas a la abuela que soporta en silencio los berridos de su nieto que quiere un huevo kinder, que no quiere esa mierda. Se van los dos y mientras los llantos del niño se pierden entre el tráfago de los coches Pedro pide por favor una docena de castañas lo más calentitas posible, que ya ni siente las manos.
La castañera remueve con el badil las brasas y aparta las castañas que ve mejor asadas. Toma con cuidado el cucurucho y su rostro se funde en una sonrisa mientras va contando en voz baja: una, dos, tres....A Pedro el rostro sonrosado de manzana arrugada de la castañera le recuerda la cara de una de las tres hadas buenas de la Bella Durmiente de Disney, la más rechoncha y torpe, aquella que siempre hubiese deseado tener como hada madrina cuando era niño.
Paga, esboza una ténue sonrisa, dice un rápido adiós y apieta el cucurucho entre las dos manos, para hacerlas entrar en calor. Le hubiese gustado quedarse un rato junto al fogón, no sabe bien si atraido por el calor de las brasas o por la fuerza de la sonrisa de la castañera. Pero se hace tarde y tiene ganas de llegar a su casa
Se resguarda en un portal frente a la parada de su bus y abre el cucurucho.
Toma una castaña, la frota entre los dedos para quitar la cáscara y se la mete en la boca. La mastica, que rica está. No sabe bien que le sucede, pero parece que hubiese estallado un cohete dento de su cabeza, parece ver chispas de colores y entre ellas ve materializarse un pasaje de su infancia. Está con sus padres en una fiesta, suena la música, cree sentir el apretón de la mano de su madre para que no se escape, se eleva un gran globo de papel con la cola de humo y fuego. Traga el último trozo de la castaña y se desvanece la imagen. Tiene que apoyarse en la pared para no caer al suelo con la emoción del momento vivido. Sacude la cabeza con fuerza, como si quisiera poner todo en orden.
Toma una segunda castaña con miedo, la pela y se la mete depacio en la boca. Al momento sucede algo similar. El mismo estallido, las mismas luces y una nueva imagen. Una noche de invierno en un peblo de Castilla, a su lado va un hombre, que joven está Julio, llevan una botella de champán en la mano y entran corriendo por la puerta de un hotel.
Pedro se aparta de la pared, da unos pasos en dirección al puesto de la castañera pero allí solo ve un contenedor de basura. Toma una tercera castaña. Sabe amarga, no hay luces, solo unas densas sombras que apenas permiten ver su imagen al pié de la cama de su madre. Esta intenta incorporarse pero ya no tiene fuerzas y pide que la lleve al servicio, Pedro grita diciendo que lod eje en paz, que lleva tres días si dormir. Escupe el resto de la castaña en su mano y ve un gusanito blanco que sale de ella y tira el trozo lo más lejos que puede.
Busca otra que le parece buena, la pela y la muerde despacito. Entre luces ve a su hija pequeña jugando con el cachorro de setter que le regalaron un día de Reyes mientras él y su mujer contemplan la escena al fondo.
Se siente más tranquilo pero, al tiempo, siente una gran ansiedad para seguir comiendo castañas. Toma una del fondo del cucurucho, parece que se hubiese quemado, la pela, sacude la ceniza de sus dedos y la mete en la boca. Esta dura, sabe un poco a carbón. Un fuego negro estalla en su cabeza y un rayo atraviesa su pecho, deja caer el paquete al suelo, se lleva las manos al cuello, lanza un gemido y cae redondo al suelo. Lo último que ve es la sonrisa de la castañera que lo está llamando desde muy lejos.

2 comentarios:

Muchacho dijo...

Oye, esto es muy siniestro. Sólo Stephen King habría sacado terror de un montón de castañas. Quizá Clive Barker también, ¿pero tú?
Me estás asustando XD.

cal_2 dijo...

yo, como la Jurado, soy capaz de darle a todos los palos jajaa. Nada de sustos. Además el hombre murió feliz, pienso yo