domingo, agosto 10, 2008

Canción de juventud


Es noche de verano, la brisa hace mover las hojas de la buganvilla y una luna llena de oro viejo señorea el cielo. Estamos en la sobremesa, los cafelitos y las copas delante, propiciando la hora de las charlas más o menos sin sentido. De pronto la nena, con esa voz de ingenua tonta que tenía su gracia en la adolescencia pero que ahora le hace parecer una mema redomada, pontifica que los jóvenes de hoy día están podridos, que actúan de modo ilegal y que las discotecas son un antro de corrupción, pues se practica todo tipo de sexo en ellas y los mozalbetes y mpzalbetas se ponen hasta el culo de todo tipo de substancias quimicas. La discusión se enzarza, se van calentando motores y te das cuenta de que se ha invertido la lógica, que nosotros ya en la sesentena estamos defendiendo la libertad de las personas, que denosta una veinteañera. Notas como su pechera que haría las delicias de cualquier productor de cine porno se estremece con la rabia, que hace buches de enfado al verse contrariada y, de pronto, se levanta llena de ira diciendo que mañana sin falta, se volverá a casa.
Su madre la sigue al rato después de farfullar una disculpa sobre el carácter de la nena y nos quedamos tú y yo sentados bajo el manto de estrellas, un poco tristes, la verdad, porque no hay modo de llegar a un entendimiento con ellos. Y recordamos cuando la nena salió al rudeo dicoquetero a la edad de 14 años, eso sí, bien acompañada por su madre porque las dos, más que madre e hija, eran dos auténticas coleguis, dos amigas del alma que podían compartir todos los secretos, todas las confidencias.
Y recordamos la anterior vez que estuvimos todos juntos. La nena tenía 18 añitos escasos y fuimos a pasar un fin de semana todos juntos a su apartamento de Laredo, acompañados de nuestra amiga Amparo. El día transcurrió sin problemas, recorriendo todos los bares de la zona. Al llegar la noche subimos al apartamente y, de pronto, notamos una serie de movimientos raros.
El apartamento, el típico habitáculo playero, con la habitación de matrimonio, la habitación de los nenes y el salon-comedor-cocina-galería todo en uno, así como los inevitables cuartos de baño de rigor.
Nos fijamos en que en el dormitorio de los padres ha habido un primer movimiento. La cama de matrimonio está corrida hasta la pared del fondo y su hueco la ocupa una de las dos camas de la habitación de las nenas. En el dormitorio de estas solo han dejado una cama que aprece bailar desparejada de su compañera. Y en el salon-comedor-cocina-galería está arrodillado el dueño de la casa, hinchando poco a poco uno de esos maravillosos colchones de aire que han comprado en la Teletienda por 40 euros para que los invitados pueden disfrutar de la sensación única de una noche llena de confort, dando bandazos cada vez que se mueve uno de los ocupantes.
Resumiendo. La madre comenzó a organizar el tráfico: nosotros dos con Amparo a la habitación de matrimonio, la nena solita en su dormitorio y los padres a disfrutar del colchón hinchable. Y se nos pidió que cerrásemos bien todas las puertas y que no saliésemos al pasillo.
Como es lógico, la próstata da guerra y a la mañanita no quedó más remedio que salir al baño. Al momento se abre la puerta del salon-etc. y la madre dice que no hagamos ruido, que hay alguien en la habitación de la nena y que nos recluyamos en el dormitorio hasta que nos digan que podemos salir. Al cabo de un par de horas se toca a diana y todos podemos levantarnos y salir al pasillo, porque el mochuelo que había anidado en la habitación de la nena ya había volado. De pronto cunde el pánico, hay alarma general y la madre nos mete a todos de nuevo en los dormitorios porque el mochuelo había olvidado su movil y volvía a recogerlo.

No hay comentarios: