martes, febrero 19, 2008

Noche de san Xoan


En el Hospital Clínico de Santiago de Compostela se ha producido un caso muy curioso la pasada noche de san Xoán que tiene revolucionados a parteros, matronas y pediatras. Esta mañana, a la hora del desayuno, un rumor se ha ido extendiendo como una marea lenta por toda la cafetería del personal entre el aroma a pinchos de tortilla y cruasanes a la plancha, mientras enfermeras y auxiliares van desgranando las últimas noticias que bajan de la planta de Maternidad.
La noche fué inicialmente tranquila, a pesar de que había luna llena y se esperaba que pariesen muchas mujeres. Pero no fué así. Solo había una primeriza en la sala de dilatación que no parecía tener mucha prisa por parir. Las matronas dormitaban en su sala, con las piernas en alto sobre la mesa llena de revistas y tazas de café con leche y apenas se oían los apagados llantos de los recién nacidos, punteando el calmo silencio de la noche.
De pronto una mujeruca salió al pasillo avisando que su hija, la parturienta que estaba dilantando se había puesto muy agitada, que había roto aguas y que el niño parecía tener prisa. Se puso en marcha todo el personal con la preñada ya abierta de piernas en la mesa del paritorio dispuesta a soltar su fruto. Pero las cosas no parecían ir bien y el doctor Fandiño que la atendía no se explicaba el motivo por el cual una vez coronada la cabeza, que era la parte más ancha, parecía atascarse el resto del cuerpo. Tentó con suavidad y se sorprendió al sentir una cosa extraña en la espalda de la criatura y, poco a poco, maniobrando con cuidado, consiguieron madre y médico que la criatura saliese fuera berreando como es de rigor en estos casos.
Lo más sorprendente de todo es que la niña, porque de una niña se trataba, preentase un apéndice en su espalda unido a la escápula izquierda. Una vez lavada de sangre y de todos los pringues, ya bien limpia la niña, al explorarla se vió que lo que tenía unido a su espalda no era ni más ni menos que un paraguas.
Pero no un paraguas de tela negra, como los de los campesinos gallegos lo que sería lógico en esta tierra de lluvias contínuas. No, era una delicada sombrilla de seda china, con varillas de fino bambú y una exquisita empuñadura de marfil en la que estaba labrada la cabeza de un dragón.
Los pediatras no salían de su asombro al explorarla. Scaneres, resonancias y toda la parafernalia permitió descubrir que se trataba de una parte unida al cuerpo de la niña pero que no presentaría ningún problema para ser extirpado, al no contener ningún órgano vital dentro.
Cuando el padre conoció los detalles y tuvo a la recién nacida ante sí pasó de la incredulidad a la rabia y dirigiéndose a su mujer, acribilló a la pobre parturienta con acusaciones sin fín. Porque la niña, aparte de un leve tono amarillento tenía sus ojos delicadamente rasgados y eso, unido a que la madre tenía una gran afición por visitar un bazar chino que había cerca de casa, le hizo sospechar al padre que la niña de la sombrilla no era suya, sino de " todo a cien ".

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