sábado, enero 19, 2008

De todo, quiero dos


Torculito nació en el seno de una de las mejores familias de la provincia y desde el principio estuvo rodeado de las mayores atenciones, pues llegó cuando ya sus padres desesperaban de tener un heredero. Se alhajo la habitación con la mejor orientación, se tapizaron las paredes de damasco carmesí y se vistió su cuna con sábanas de fina holanda y encajes de Camariñas. Dada la edad de la madre y, sobre todo en función de su rango social, se buscó la mejor ama de cría de toda Cantabria para alimentarlo.
Pronto se descubrió una peculiaridad en el vástago de los Gaztambide y es que todo lo quería a pares.
Era tan tragón que las tetas de Romualda no lo saciaban y se tuvo que buscar con urgencia otra ama de cría de la zona y había momentos en que mamaba alternativamente de las tetas de una y de otra hasta quedarse saciado.
Necesitaba un sonajero, de plata como es lógico, para agitar con cada manecita pues si todo tenía uno, se desgañitaba con el llanto hasta que le daban el segundo. Fué creciendo y todas las cosas las precisaba a pares, una cuchara para cada mano, dos chupetas a la vez, un orinal de loza de Talavera y otro de Manises para pasar jugando de uno al otro, dejando regueros de orina por el camino. Y así todo.
Cuando llegó a la adolescencia notó como se le revolucionaba todo el cuerpo y empezó a sentir un calor y un hormigueo por el bajo vientre que lo tenía totalmente desazonado. Un día descubrió que sacudiéndose el miembro con las dos manos conseguía una satisfacción que le proporcionaba una calma pasajera, así que de nuevo volvía a dar y dar hasta quedarse extenuado. Y siempre a dos manos.
En lo único que no hizo doblete fué con los estudios. Le gustaba demasiado la buena vida y los madrugones para ir a la Universidad no iban con su carácter. De todos modos a fuerza de años y de jamones que mandaban sus padres a los catedráticos, consiguió acabar Derecho.
Calvo prematuro, aspecto grave y serio, licenciado en Derecho y heredero de una fortuna apreciable, pasó de Torculito a Don Tórculo y, como es lógico, para asentar la cabeza lo primordial era buscarle mujer, porque trabajo no necesitaba. Después de muchas vueltas se decidió por Olguita, una de las dos gemelas de los Fonsauco, pero hasta el último momento dudaba entre ella y su hermana Sagrario. Rubias y lánguidas, identícas como dos gotas de agua, como dice el tópico, las dos atraían su deseo por igual. Decidió que la primera que metiese la mano en la pila de agua bendita al ir a la misa mayor sería la elegida.
Se entrevistaron los padres, se llegó a un acuerdo para fijar la dote y tras un discreto noviazgo se hizo la petición de mano. Tórculo acariciaba a Olguita con mucha delicadeza, mientras echaba ojeadas de reojo al escote de Sagrario. Esta, tragándose la rabia y el despecho, repartía pastelitos y copitas de mistela entre la concurrencia.
La boda se celebró en la catedral, ante el altar de la Patrona que reventaba de luces y de flores, mientras el órgano berreaba a todo trapo para mayor gloria de los Gaztambide Fonsauco. Cruzaron el pasillo central, pisando la alfombra roja de las solemnidades y al salir al pórtico una lluvia de pétalos los cubrio mientras sor Vicenta hacía cantar al coro de los niños del Orfelinato de San Próculo. Olguita lanzó el ramo al aire y este cayó encima de la cabeza de Sagrario, que lo apartó de un manotazo.
La luna de miel la celebraron en la hospedería del convento de los Santos Padres Carmelitianos que, como todo el mundo sabe, es lugar de gran piedad y muy afamado para todas las parejas que quieran pronta descendencia. Así que nada más llegar y trás la visita fugaz a la capilla de Santa Teodicea de Alejandría, abogada de la fertilidad matrimonial, Tórculo se puso manos a la obra con una aplicación digna de elogio, pues quería cuanto antes tener descendencia, no fuese a sucederle lo mismo que a sus progenitores que, cuando él llegó al mundo, eran más abuelos que padres.
De vuelta a casa se inició la nueva vida familiar y Don Tórculo alternaba su día entre las visitas a los políticos de su partido con vistas a conseguir un acta de Diputado, pues no pensaba opositar ni, como es lógico, abrir bufete y por las noches, acometía a Olguita con verdadero ímpetu hasta que esta una mañana, entre naúseas y vahídos le anunció su próxima paternidad.
Pero esto, en lugar de llenarlo de alegría trajo la desazón a su vida. A él todo le gustaba por duplicado y, como no era cosa de hacerse mormón o mahometano, se tenía que contentar con una sola esposa. Y la verdad es que Sagrario cada día estaba más guapa y reventona, mientras Olguita languidecía con el embarazo. Comenzó el cerco a su cuñada y aprovechaba cualquier rincón oscuro, cualquier disculpa para abrasarla con su fuego hasta que logró vencer su resitencia. Ahora se sentía feliz, mientras una hermana custodiaba en su seno la descendencia de los Gaztambide, la otra le llenaba de pasión al tiempo que lo vaciaba de toda energía.
Para evitar el escándalo, Sagrario se fué a vivir a Madrid y allí en una casona cercana al Palacio de los Diputados, montaron su nidito de pasión. Con la disculpa delograr el acta de diputado comenzó a menudear sus viajes a la capital y en la segunda o tercera ocasión, Sagrario le dijo que también esperaba un hijo.
Tórculo estaba feliz pues tenía dos mujeres, iba a tener dos hijos casi al tiempo y su pasión por la duplicidad se mantenía en alto. Y así siguió su vida, consiguió acta de Diputado por La Bañeza, se hizo imprescindible en el partido y de este modo tenía una disculpa ineludible para viajar de continuo a Madrid.
Pero las cosas se torcieron pues Olguita parió un varón, el heredero de los Gaztambide, pero una vez transcurrido el periodo de abstinencia pertinente, por más intentos que hicieron, no se quedaba preñada de nuevo, mientras Sagrario tuvo dos hijas apenas separadas por nueve meses de distancia. Y luego una tercera. Era el colmo de la asimetría pues mientras una le había dado un varón, otra le procuró tres hijas. Pasaba el tiempo y todo seguía igual.
Le dijo a Sagrario que no se encontraba bien y lo mismo contó en el partido para tener una disculpa y quedarse en el pueblo una temporada larga. Se aprovisionó de chocolate belga en abundacia, raiz de mandrágora y encargó un cesto con ostras de Arcade para conseguir toda la potencia sexual que considereba necesaria. Untó los genitales de su mujer con polvo de cantáridas para exciatarla y se puso a la tarea con tal bravura, tal ímpetu que no la dejaba un segundo en paz, en cuanto él mismo reponía fuerzas, pero había que conseguir el empate como fuese. Y tanto empujaba y porfiaba que un día se quedo exhanime sobre el cuerpo de Olguita y por más que le rociaron con agua de azáhar y compresas de alchóhol de romero en los pulsos ya no volvió en si.
Don Tórculo de Gaztambide murió en la flor de la vida, su entierro fué uno de los que más curas congregó en toda la provincia y todo el mundo se lamentaba de tan gran pérdida, sin saber que la causa de ella había sido su obsesión por la duplicidad, por tenr el doble de cada cosa....Y lo peor de todo es que el pobre de Torculito no se enteró que a los nueves meses, puntual como un cronómetro suizo, su abnegada esposa parió unos hermosos gemelos, logrando la deseada duplicidad.
....Lástima que no hubiese en esa época el " dos por uno " de Carrefour.....




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