sábado, septiembre 05, 2015

Ya somos " jubilatas ": Una semana en Mallorca con el Inserso

Aprovechando el nuevo estado de pensionistas, Alfonso y yo contratamos nuestro primer viaje a través del Inserso y, en un arranque originalidad, nos decidimos por viajar a Mallorca. Destino que, tal vez por lo cercano a casa, habíamos dejado en el más absoluto de los olvidos.

Sábado 18 de abril: Volamos con un grupo de gente desde el aeropuerto de Alicante hasta Palma. Una vez allí y agrupados en los rebaños correspondientes, al nuestro nos metieron en un autobús camino de Alcudia. Por las charlas de los demás, pronto vimos que todos eran expertos usuarios del Inserso y, entre la cháchara de estos hablando de hoteles y viajes pasados y la voz cantarina de la monitora desgranando información de vital importancia, llegamos al hotel " Condes de Alcudia ".






Se produjo un gran revuelo y vimos que la mitad de la gente, la mayoría mujeres, bajaban todo lo rápido que artrosis y varices se lo permitían, mientras los maridos quedaban a pié del vehículo para hacerse cargo de las maletas.
Al entrar en recepción comprendimos todo, al ver que éramos los últimos de la larga cola para recoger la llave de la habitación. Primera norma: hay que ser los primeros en formar cola y, a ser posible, colarse de lo que algunos y algunas eran verdaderos expertos. Después de dejar las cosas en la habitación, salimos a dar un paseo por la costa. La ciudad en fiestas por ser la Feria de la Sepia, el paseo marítimo era un hervidero de gente, bares y barracas. Volvimos al hotel para cenar y a la camita.








Domingo 19 de abril.
Después del desayuno, una pizpireta azafata nos reunió a todos los felices excursionistas en una sala para explicarnos las maravillas del programa de festejos y excursiones que ponían a nuestra disposición, tras abono de módicas cantidades. Una experta en ventas la susodicha, desgranaba oferta tras oferta, todos absolutamente imprescindibles, mientras las " marus " de nuestro alrededor se pasaban información de aquellos sitios que no nos podíamos perder. Preguntamos por la posibilidad de alquilar un coche y la azafata desplegó ante nosotros el abanico de bondades si íbamos en autobús ( podíamos ver el paisaje sin estar atentos al volante, comidas maravillosas, entradas privilegiadas a los sitios, precios ridículos.... ), todo lo cual nos perdíamos si íbamos por nuestra cuenta.





Y decidimos perder tanta ventaja y buscamos una agencia de alquiler de automóviles. Un Peugeot recién salido de fábrica por poco más de 120 euros a la semana, con todo incluido. Nos acercamos a conocer el cercano pueblo de Alcudia, un hermoso conjunto rodeado de murallas muy bien conservadas y una rústica plaza de toros muy hermosa. Callejeamos hasta la hora de comer.
Por la tarde nos acercamos a la cercana ciudad de Pollensa. Callejuelas con viejos palacios, una enorme iglesia parroquial en medio de una preciosa plaza y un poco más arriba está la joya de la población: " El Calvario " una escalinata con 365 escaleras que ascienden en línea recta hasta una pequeña ermita situada en lo alto de la ladera. Viejas casonas de piedra dorada por el sol del atardecer, tiendas de artesanía ,cipreses y flores a lo largo de unas escaleras muy cómodas de subir. Desde lo alto se ve un maravilloso panorama de la bahía y los montes que rodean la ciudad.






Al descender del Calvario nos encontramos con nuestros compañeros de fatigas que habían contratado la excursión de " medio día " a la que la azafata, sin ningún esfuerzo, les convenció de que se ahorraban la subida porque la verdadera vista de la escalinata era desde el pie de la misma. Con el coche recorrimos un par de calas, la de san Vicente es esplendida y disfrutamos de un hermoso atardecer sin nadie por los alrededores.
Vuelta al hotel y cena. La gente estaba muy acelerada para no perder sitio en el salón porque esa noche tocaba " bingo ". Así que después de cenar dejamos a la gente peleándose  por los asientos y nos fuimos a dar un paseo por la playa.









Lunes 20 de abril.
Después del desayuno, cogimos el coche y nos fuimos a conocer Palma. Un gran aparcamiento en el centro de la ciudad te permite acceder directamente a la zona monumental. Y además es económico ( 11 euros todo el día ). La salida es muy espectacular pues es a una explanada con un lago artificial tras el cual se alzan la catedral y la Almudaina.
Tras callejear un rato, entramos a visitar la catedral. La altura de sus naves es impresionante y tal vez lo que más impresiona es la luz de todos los colores que entra a través de las vidrieras que cierran las naves por ambos extremos. Teníamos gran expectación por conocer la capilla de Miquel Barceló y, si soy sincero, me dejó más frio que nada, me pareció insulta y hasta vieja en comparación del resto de la catedral. Desafortunadamente la zona restaurada por Guadí no la pudimos o no la supimos encontrar.








Callejeando llegamos hasta el Museo de la Seu con una buena colección de piezas y una maravillosa vista sobre el mar. Después buscamos el cercano museo de Santa Clara y los Baños Arabes, que lo forman tan solo dos salas pero rodeados de un jardín ideal para hacer un alto y tomar fuerzas. Seguimos callejeando por calles llenas de palacios a un lado y otro. Después nos acercamos hasta la zona del Consulado del Mar y de la Lonja, ésta de estilo gótico similar a la de Valencia, aunque mucho más sencilla.
Y allí mismo nos sentamos a comer en " El Caballito de mar ", un sitio absolutamente recomendable a pesar de sus precios, porque comimos una caldereta de langosta sublime regada con un vino blanco de la isla. Después de los postres nos sentimos en la gloria. Pero como todavía nos quedaba un hueco en la tripa, nos fuimos a buscar la heladería de C'an Miquel, en la calle Montcades y el paseo mereció la pena. El local de aire decadente, con muebles y cuadros de mediados del pasado siglo, estaba muy tranquiloUn camarero amable nos hizo probar varios helados pero creo que el de almendras es el helado más rico que he tomado en mi vida.







Cogimos el coche para subir hasta el castillo de Bellver situado en lo alto de una colina que domina toda la ciudad y la bahía de Palma. Al ser lunes está cerrado por la tarde, así que nos contentamos con rodearlo y disfrutar del paisaje.
Vuelta a Alcudia y cena en el hotel. Hoy los " marus " estaban acelerados porque había espectáculo de variedades. Al volver del paseo por la playa, con el salón abarrotado de gente, el mago el sacaba del escote de un señora un pañuelo que había escondido allí  y que venía seguido de un sujetador, entre la algarabía de la gente.








Martes 21.
Después del desayuno cogimos el coche para conocer Valldemossa. La carretera hasta la Cartuja es espectacular, ascendiendo por la montaña con curvas que nos parecían diabólicas y que pronto comprobamos que eran simples curvitas de nada. La ciudad aparece como colgada del paisaje con la cartuja en lo alto desde la que descienden calles y casonas hasta el fondo del valle.
La Cartuja es de estructuras muy simples pero llenas de gran belleza y tiene rincones con mucho encanto. Antes de hacer el recorrido visitamos el cercano palacio de los reyes en la que asistimos a un recital de piano, de Chopin para abrir boca.
Después callejeamos por el pueblo que parece de juguete, las calles limpias, las casas de piedra llenas de flores y en todas las fachadas un azulejo referente a la santa local, santa Catalina Thomás. Después nos tomamos un descanso en C' an Molinas donde su horchata de almendras y la excelsa coca dulce de patatas no tiene nombre.







Y ya que estábamos cerca se nos ocurrió acercarnos al puerto de Valldemossa pues apenas está a media docena de kilómetros. Lo malo es que no sabíamos como eran esos kilómetros. El pueblo está en un alto y avanzando por la carretera llegamos a una alfombra de nubes bajo la cual estaba el mar y la costa. Y allí empiezan las curvas, cada vez más cerradas, como si uno hubiese desenredado y vuelto a enredar una serpentina. Y sin espacio ni posibilidad de volverse atrás. Han sido los seis kilómetros más largos de nuestra vida. Al final estaba el mar y un pequeño puerto de piedra con alguna embarcación entre jirones de niebla.









Lo malo es que había que deshacer el camino. Si la bajada es mala, la subida es peor y más de una curva hubo que tomarla en primera. Alfonso sudaba al volante y yo no hacía más que desear que apareciese el nuevo mojón kilométrico. Y a esto se añade los cientos y cientos de ciclistas que salían como setas de cada vuelta y revuelta del camino, a riesgo de tragarlos con el coche.
Pero conseguimos coronar la carretera y seguimos camino hasta Deia.







Llegamos a mediodía y tras recorrer sus calles empedradas, con las casas de piedras colgadas de la montaña, buscamos donde comer " El restaurante " Deia " nos vino de maravilla para eso. Comimos, y muy bien,  en la terraza con el pueblo al fondo y un camarero muy simpático nos explicó porque había tanto ciclista en la zona. En lo que va de año más de doscientos mil cicloturistas, teutones en su mayoría,  criban la zona y aparecen en los lugares más insospechados.
Seguimos viaje hasta Soller, aunque lo típico es hacer la entrada en tren desde Palma. Una población turística cuyo mayor encanto es el tren de madera que lleva hasta el cercano puerto. Un helado y vuelta al tren para regresar al hotel. Al ir a la cama, los bingueros seguían disfrutando como cada noche.









Miércoles 22 de abril.
Ese día cambiamos el rumbo para dirigirnos al oeste de la isla. La primera parada en Muro en cuya plaza señorea una enorme iglesia del San Joan, en la cual el cuerpo del templo y el campanario están separados, solo unidos por un pequeño puente. De allí fuimos a Sineu, pero cuando llegamos se estaba celebrando unmercado. Docenas y docenas de autobuses en las afueras del pueblo y, un inmenso enjambre de turistas pululando entre los puestos, nos impidieron disfrutar de Sineu. La iglesia, similar a la de Muro, también tiene separados templo y torre. En la plaza de san Marcos, contigua a la Rectoral se alza la estatua del alado que recuerda al de Venecia. Callejeamos entre los puestos y me llamó la atención que no estaban mezclados sino que, según las calles, se dedicaban a una venta u otra.










Y seguimos camino hacia el mar. Paramos en Cala Major, un enjambre de edificios turísticos con un gran paseo turístico donde nos dimos el gustazo de tomar una cerveza viendo el mar.
Llegamos a Artà en busca de sus famosas cuevas. Una carretera serpentea la costa hasta llegar a la entrada. Nos tocó esperar un rato porque había un grupo dentro. Pero mereció con mucho la pena, porque nos tocó hacer la visita los dos solos, acompañado del guía. La cueva en impresionante, no puedo describirla usando más términos que grandiosa, colosal y todo eso. Pero nuestro acompañante se puso a filosofar sobre la vida, la gente, la educación y mil cosas más, mientras nos dejaba disfrutar a nuestro aire de esas imágenes que quedarán prendidas en la memoria para siempre.









Pero después de lo espiritual tocaba atender al cuerpo y nos dirigimos a Cala Ratjada en busca de C´an Maya, haciendo caso a la guía. Y mereció con mucho la pena. Probamos el " tumbet ", una delicia que nos prepararon para nosotros y una fritura de pescado acompañado de vino blanco. Todavía me emociono al recordarlo.
Café en el paseo ante el puerto y subida al faro, con una vista muy hermosa. Y, como es habitual, dándole al disparador de la cámara continuamente.
De allí a Capdepera para visitar el barrio antiguo coronado por el castillo que se encuentra muy bien restaurado y desde el cual se divisa el llano por un lado y el mar al otro.











Caía la tarde e hicimos la última parada fue en Artà, cuando ya declinaba el sol.
El pueblo trepa por la montaña y en lo alto, como si fuese un frontón destaca la arcada de su iglesia y por encima el castillo con su santuario. Recorrimos las calles llenas de palacetes y rincones muy hermosos hasta llegar a la iglesia. Es muy espectacular con las arcadas que cubren todo un lateral del edificio. Tras ella hay una escalinata que sube hasta el castillo, con sus 321 escalones desde la base. En el interior está el templo del Salvador, totalmente prescindible, pero la subida merece la pena por el panorama que se divisa. Seguimos callejeando hasta volver al coche. Esa noche nuestros chicos tenían baile de salón y estaba lleno hasta la bandera.

Jueves 23 de abril: Volvimos a Palma, porque habíamos dejados muchas cosas en el tintero. La primera parada fue para visitar la Almudaina  ( que los lunes cierra )y, la verdad, es más hermosa por fuera que por dentro, pues su imagen desde la esplanada con sus dos filas de arcadas es espectacular.  La mitad del edificio la ocupan los militares y en el resto poco que disfrutar, salvo sus salones.




Contigua se encuentra la Fundación Bartolomé March, hijo de don Juan en un palacio construido a partir de 1939 sobre viejos edificios, imagino que como pago a la familia por la ayuda al generalito. El edificio de estilo historicista alberga una muy buena colección de escultura de arte moderno y hay un muy, pero que muy amplio y hermoso belén napolitano que me llenó de envidia. En la planta alta hay unos murales de Sert en un marco donde el mármol negro y el dorado de la pintura crean un ambiente muy decadente.
Callejeamos por callejas bordeadas de palacios que, cuando se podía atisbar el interior, daban ganas de colarse. Arcadas góticas, pozos, palmeras y flores por todas partes.  Visitamos la iglesia de santa Eulalia, patrona de la ciudad y nos detuvimos más en la cercana del convento de san Francisco, con un claustro muy bello y con un gran rosetón en la torre de su iglesia, en cuyo interior está el sepulcro de Ramón Llul.








Seguimos hasta la fundación Juan March en la calle San Miguel, ubicado en un palacio como no podía ser menos y que contiene una muy buena colección dearte moderno. Después una cervecita en la Plaza Mayor mientras disfrutamos del concierto de la Banda de Música creo que puede considerarse todo un lujazo.
Pero tocaba comer y una vez más hicimos caso a las recomendaciones de la guía, aunque esta  vez fue la única en que nos falló. " Celler Prensa " es una enorme casa de comidas típica de mediados del siglo pasado frecuentado por nativos. La comida no estaba mal, pero el " tumbet " no era ni sombra del de ayer.
Así que nos dirigimos hacia la fundación Miró, situada en la zona nueva de la ciudad. Da cierto aire de abandono, sobre todo en la zona de los jardines aunque la casa mallorquina que utilizaba el pintor como estudio es muy curiosa. Y su obra siempre es sorprendente.
De vuelta a Alcudia hicimos una nueva parada en Sineu y esta vez, desprovista de turistas y mercadeo, mereció una visita calmada. El pueblo está lleno de rincones muy hermosos, el ayuntamiento es muy hermoso y hay varios molinos antiguos. Mereció la pena volverse a parar en él.











Viernes 24 de abril: una breve disertación sobre las comidas en el hotel. El servicio por parte de los camareros era impecable y con una paciencia a prueba de bombas. Un enjambre de jubilados y jubiladas en pie de guerra asaltaban las distintas zonas del bufet. Llama la atención ver como se arregla la gente, sobre todo las mujeres, que van vestidas y maquilladas como para un baile a las ocho de la mañana, pero no evita que hagan continuos viajes de la mesa a las fuentes de comida o al grifo de vino. A mi lado un dulce abuelito se puso en medio de un bollo de pan dos huevos fritos, unas tiras de bacon y un par de salchichas para tapar el hueco. Pensamos si no será un plan del gobierno para acabar con los jubilados mediante una subida masiva de colesterol malo. Y las cojeras. Hemos visto todo el catálogos de cojos y cojos imaginable. Torcidos hacia un lado, caídos para el otro, renqueantes, pies zambos o equinos....nada era óbice para asaltar las fuentes de comida.






Nos dirigimos hacia Inca con idea de hacer una parada, pero lo que vimos nos hizo desistir y seguimos viaje hasta el monasterio de Lluch. La subida a pie podría ser una delicia por entre montes de pinos y retama.....pero a coche, se convirtió en un suplicio por el abigarramiento de ciclistas que te encontrabas en mitad de cada curva. El monasterio está en medio de un sitio precioso pero no me gustó nada el edificio. Pero a los miles y miles de peregrinos que van allí pensarán lo contrario. Un curioso museo lleno de las cosas mas heterogéneas y un bonito jardín botánico completan la vista.
De allí a Port de Pollensa para comer, bien, en "La Parra ", un restaurante mallorquín con una muy buena cocina. Mientras tomaba café me dediqué a contar los ciclistas que pasaban ante nosotros: mas de 50 en unos diez minutos escasos. Café en el puerto, con el mar delante. A media tarde decidimos acercarnos a Cabo Formentor pero, a poco de enfilar la carretera y a la vista de las curvas y recurvas que nos esperaban, dimos la vuelta y nos dirigimos a Alcudia para dar otro paseo relajado por la ciudad. Vuelta al hotel, cena y último paseo por la playa.






Sábado 25 de abril: se acabó el viaje. Después del desayuno salí a hacer las últimas fotos y pegué la oreja a la charla de dos dulces abuelitos que esperaban que el semáforo cambiase de color:
" Te has fijado en la del baile de anoche, la de negro "
" Si, la que tiene una hermana que no habla nada "
" Si, esa. Tampoco habla pero es un diablillo bailando, no veas como se mueve la cabrona y como se arrima a la cebolleta ". Soñar no cuesta nada.
Las mismas peleas para ser los primeros en subir al autobús, idénticas carreras para llegar antes que nadie a facturar....pero volamos todos al tiempo.
¿ Repetiremos experiencia ?. Ya se verá
 
 


 

 

 


 
 

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