sábado, enero 24, 2015

II. Dos semanas en el sur de Francia: de Albi a la Camarga


Día 5

La siguiente etapa fue la ciudad de Toulouse, de especial recuerdo, porque allí fueron acogidos los republicanos españoles que tuvieron que abandonar España en el 39. Al llegar, lo primero fue localizar el apartamento  " con vistas al jardín " que habíamos contratado. Céntrico sí que era, pero la calle tenía un aire de abandono que nos mosqueó un tanto. El número de la calle que buscábamos tenía un aspecto fatal y allí no contestaba nadie al timbre. Llamada tras llamada del móvil sin obtener respuesta.
De pronto se abrió el portal y salió un efebo cimbreante pegado a un móvil que no paraba de hablar minutos y minutos. Sería él?....pero no hacía ni puñetero caso. Finalmente, sí era el que nos había contratado el apartamento. Este, situado en el primer piso de una casa antigua, era el paraíso del " vintage ", muy bien decorado, con un gran ingenio, los muelles de un viejo colchón colgado de la pared como un mural y todo en ese estilo. Bueno, ya nos habíamos aposentado, así que salimos a recorrer la ciudad. Toulouse es la ciudad roja por excelencia, pero eso lo digo porque todos sus edificios están construidos con ladrillo. Tras un breve vistazo a la plaza del Comercio con su ayuntamiento presidiéndolo pensamos que lo mejor de todo era reponer fuerzas. En una callejuela próxima nos metimos entre pecho y espalda una " cassoulete " con sus alubias blancas y su pato, que nos quitó todas las penas.
De allí a recorrer la ciudad. La primera sorpresa fue la iglesia de los Jacobinos, es una impresión tal la que produce entrar en su nave tan diáfana, sostenida por palmeras de ladrillo, que creo que es uno de los recuerdos más bellos de estas vacaciones. En su nave está enterrado san Tomás de Aquino. El claustro es de una gran belleza.
De allí a la catedral de San Sernin una maravilla del románico coronada por su torre octogonal de ladrillo, con una cripta muy hermosa. Atravesamos la ciudad en busca de la otra catedral, la de St. Etienne que produce una impresión muy extraña, como si la hubiesen construido de mil retales. La entrada, a diferencia de las demás, no se abre a la nave central, sino a una lateral pues la nave del centro termina en un paredón que la cierra. Bajamos hasta la orilla del río, atravesando la parte antigua, un rosario de callejuelas entremezcladas con plazas encantadoras y rincones preciosos. Una ciudad para perderse. La basílica de la Dourada, un mamotreto neoclásico, gris y triste contrasta la la luminosidad del río vecino. Volvimos despacio hacia el apartamento y nos dimos cuenta de que estábamos situados en medio del barrio de putas de la ciudad. Pero el apartamento era una gozada.

Día 6

Dejamos Toulouse temprano y enfilamos la autopista en dirección a Albi, a través de una campiña muy hermosa, mientras el sol peleaba por hacerse presente a través de la niebla. 1,40 euros por 70 kms. de recorrido, lo que nos llenó de coraje al recordar como nos esquilman en las autopistas españolas. Albi es una pequeña ciudad bordeada por el Tarn, que está construida totalmente en ladrillo.
El imponente palacio episcopal es una inmensa estructura roja, sin apenas ventanas y que ahora alberga el museo Toulouse Lautrec, natural de esta ciudad. Aunque no tengan sus obras capitales, merece una detallada visita, no solo por su contenido sino por lo grandioso que es el edificio. En un lateral, un precioso jardín, parece colgado sobre la ribera del río, permitiendo disfrutar de unas vistas espléndidas.

Contiguo al antiguo palacio se encuentra la catedral que sorprende desde el primer momento. Es el mayor edificio del mundo que se ha construido en ladrillo y más parece una fortaleza que un templo. Impresiona la fachada principal, una filigrana de piedra que contrasta con el rojo de los muros y al traspasar la entrada principal bajo un baldaquino de piedra, se accede al interior que es una borrachera del gótico flamígero. Los murales del Juicio Final impresionan por su maravilloso colorido y un imponente órgano ocupa la trasera del altar mayor, ocupando el sitio opuesto al que suele tener en otros templos. Y si sorprende el maravilloso azul con el que está pintado el techo del coro, más nos admira aún la estatuaria que corona la rejería del coro.
Tanto el palacio como la catedral se construyeron como premio a la ciudad después de que se aplastó a los cátaros, para recordar que la Iglesia no se anda con chiquitas y su imponente aspecto serviría para que nadie se sintiese tentado de volver a las andadas.
Recorrimos las calles y entramos en la colegiata de Saint Salvi. En su interior destaca una hermosa colección de figuras góticas representando el entierro de Cristo.
De Albi seguimos viaje, pero optamos por una carretera tradicional para disfrutar más del paisaje a través de la Montaña Negra. Llegamos a Beziers a primera hora de la tarde y visitamos las esclusas del Canal de Midí, todavía en funcionamiento y con un tráfico fluido de barcos. Una vez más, comparamos con nuestro Canal de Castilla, una maravillosa obra de ingeniería que no se usa en la actualidad.
La ciudad de Beziers está en un alto y la catedral destaca como si fuese un águila inmensa. En esta ciudad es donde empezaron a masacrar a los cátaros. Cuando los soldados de la Segunda Cruzada llegaron a la ciudad preguntaron a sus jefes a quienes tenían que ajusticiar y se les dijo que a todos, que ya Dios sabría en el cielo quien era hereje o no. Y de este modo masacraron a los más de doce mil habitantes que tenía en esa época.
Tiene un hermoso barrio antiguo y la catedral es más bella vista de lejos que una vez se está ante ella.
De allí seguimos hasta Montpellier. Llegamos a media tarde y empezó el calvario para localizar el hotel. El navegador se volvía loco pero no había modo de acceder a la calle, así que dimos mil vueltas hasta que decidimos meter el coche en el aparcamiento y buscarlo a pie. El Hotel, así se llama el establecimiento, es tal vez el peor de los que pillamos en el viaje, el típico hotel viejo situado frente a las estaciones de tren. El hombre de recepción estaba fumado o poco menos y no había modo de que localizase la reserva. Dejamos todo y salimos a ver la ciudad. Muy cerca estaba la plaza de la Comedia, un hervidero de gente de todo pelaje que la invade, así como a todas las calles que la rodean. Cenamos unas estupendas brochetas de pescado acompañadas de un pichet de vino y paseando lentamente de nuevo por esa zona nos volvimos al hotel y dado lo poco acogedora que era la habitación, a dormir ya. Inconvenientes de las reservas a ciegas a través de internet.

Día 7

Nos levantamos temprano en parte para ver la ciudad, pero también para dejar el hotel cuanto antes y desayunamos el indispensable café au lait y el croissant reciente en una terraza de la plaza de la Comedia, mientras pirateábamos internet para mantener el contacto con los de casa. Y después a recorrer la ciudad.
Montpellier es una ciudad luminosa, sus calles estaban llenas de animación y es más hermosa por su ambiente que por sus monumentos, pero callejear por ella es un placer por calles estrechas bordeadas por hermosos edificios de piedra. Dos cosas llaman la atención: la gran cantidad de librerías de calidad que nos encontramos y la gran afición que hay a todo lo relacionado con los toros y, por extensión con el sur de España, algo que se ha repetido a lo largo de este viaje.
 Comenzamos el recorrido en la plaza de la Comedia y de allí fuimos a la iglesia de San Roque, patrón de la ciudad pero estaba cerrada por obras, pasando por la hermosa fuente de las tres gracias.  Llegamos hasta el arco de Triunfo  que junto a la estatua ecuestre de Luis XIV se abren a una gran explanada ajardinada tras la cual están el Aljibe y el impresionante acueducto de San Clemente inspirado en el Pont de Gard y por el que se abastecía de agua la ciudad. Llegamos hasta la catedral  de San Pedro de austero estilo gótico y que se abre tras un imponente porche de gran altura y que hacen pensar en una fortaleza más que en un templo.
Contigua a esta se encuentra la famosa Facultad de Medicina, una de las más importantes de Europa y que vi con especial nostalgia. Seguimos callejeando  y fuimos a recoger coche y equipaje. A la salida de la ciudad intentamos acercarnos a uno de sus Chateaux de los alrededores, pero no hubo modo de encontrarlos.
Atravesamos la Camarga mientras la carretera discurría  entre inmensas praderas y lagunas saladas e hicimos parada para comer en Aigues Mortes. Ciudad fundada por San Luis como primer puerto de Francia, hoy es un parque temático para turistas puro y duro. Rodeada de murallas, se accede a la calle principal donde hay un hervidero de tiendas típicas de todo sitio de turisteo. Al final de la calle está la iglesia de Notre Dame de Sablons de una sencillez de líneas que le confieren una gran belleza. Llegamos a la plaza de san Luis totalmente ocupada de restaurantes y nosotros, que no pensábamos tomar mas que un bocata, nos dimos un homenaje con una mariscada de primera. Con vino, como es de rigor. Después callejeamos un rato y visitamos las capillas de los Penitentes Grises y de los Penitentes Blancos.
Y camino de Beaucaire, con un poco de congoja en el ánimo, porque no tenía claro como íbamos a contactar con el que nos alquilaba el apartamento, pues habíamos tenido algún problemilla al contratarlo.
Llegamos a Beaucaire  y guiados por el bendito San Tontom llegamos a la calle J. J. Rousseau pero en el número 14 no nos esperaba nadie. Llamamos a todos los timbres del portal salió un vecino en pijama en la segunda planta, la tripa al aire, diciendo que él no sabía nada. Llamamos a un teléfono de contacto que llevábamos en la reserva y, milagrosamente, no respondieron en español. Y a través de este, localizamos a la persona indicada. Pierre  hizo su aparición por la esquina de la calle diez minutos más tarde, con la sonrisa en la boca  una botella de clarete en la mano, con lo cual vimos el cielo abierto.
El apartamiento situado en la planta baja de una casa antigua, con inmensos muros de granito, resultó ser un hallazgo y, una vez cumplidos los trámites de rigor, nos instalamos cómodamente. Y de allí a Carrefour porque había que aprovisionarse. En el centro comercial encontramos el que iba a ser nuestro centro logístico el resto de las vacaciones: el Mac Donald con su conexión gratuita a internet por lo que se convertiría en punto obligado todos los días al terminar las excursiones reglamentarias.
La cena fue con un compendio de todo lo prohibido en una dieta saludables: quesos fuertes, embutidos sabrosos, patés y buen pan francés, regado con un estupendo Cote du Rhone. Con la tripa llena y buen ánimo salimos a dar una vuelta por el pueblo, que iba a ser nuestro refugio la siguiente semana.

Nota: Puedes ver las fotos de esta etapa en mi blog de fotografía, pinchando en este enlace.

No hay comentarios: