sábado, noviembre 15, 2014

I. Dos semanas en el sur de Francia: en el Pais Cátaro.

El catarismo es un movimiento religioso de tipo gnóstico que alcanzó una gran fuerza a mediados del siglo XII en el Languedoc. Los cátaros o albigenses buscaban el ascetismo a través de la renuncia al mundo material, rechazando la autoridad de rey y Papa y el pago de impuestos a ambos, todas las jerarquías eclesiásticas o feudales, así como la igualdad de sexos. Como se puede imaginar el Papa Inocencio III decretó una cruzada contra los herejes que predicó con gran entusiasmo el burgalés Domingo de Guzmán y con ayuda de los Capetos arrasaron valles y pueblos, montes y castillos, y se ensayó la puesta en marcha de la santa inquisición, que tantas personas mandó a la hoguera a lo largo de siglos posteriores, purificando almas y llenando las arcas del poder de sus bienes. Por aquí es donde quisimos empezar el recorrido por el Mediodía francés.


 Dia 1.
Un sábado de mediados de septiembre, tras tomar fuerzas con las excelentes " porras " que sirven en la churrería Rubén de Novelda en compañía de Ismael, emprendimos viaje Alfonso, Félix y yo a lomos de nuestro Nissan, en dirección al sur de Francia, mientras Isma, lamentablemente, se quedó forzado por su trabajo. La jornada fue monótona a lo largo de las autopistas, solo interrumpida por una parada en las cercanías de Tarragona para comernos la estupenda empanada gallega que nos habían traído los hermanos desde Monforte de Lemos. Buena trayectoria de Galicia a levante y de allí a Cataluña para acabar en nuestras panzas. Y que buena estaba. Seguimos viaje hasta pasar la frontera, ya con prisa porque queríamos hacer la siguiente parada antes de las seis de la tarde.




Llegamos a Colliure, una ciudad veraniega muy cerca de Perpiñán. La población estaba a tope de gente, máxime por ser fin de semana y cundió un poco el nerviosismo porque no había modo de aparcar y el cementerio cerraba a las seis de la tarde. Dejamos a Félix con esa tarea y nosotros fuimos en busca del cementerio, situado en pleno centro de la ciudad. Con nosotros, un ramo de flores rojas, amarillas y moradas que habíamos cogido esa mañana en el jardín de casa y una bandera republicana.
Nada más pasar la verja, a unos metros de la entrada y destacada en el centro del recinto está la tumba de don Antonio. Sobre un zócalo de piedra, un bloque de granito muy sencillo cubre los restos de Machado y de su madre, fallecida apenas tres días después del poeta. Flores secas y frescas, un libro de poemas y la inscripción con sus nombres. La emoción era grande, apenas si podíamos hablar. No había gente y el silencio se rompía con el rumor de la ciudad vecina. Depositamos nuestras flores cubiertos con la bandera tricolor. Se había cumplido uno de nuestros más viejos sueños.




Volvimos al trasiego de la ciudad. Mucha gente, las terrazas llenas de gente. La playa está abrazada entre el castillo y una vieja iglesia con la piedra roída por mil vientos, que se alza sobre un espigón. Aquí vino a morir don Antonio, cerca del mar y expulsado de España. Paseamos la ciudad y seguimos viaje hasta nuestro próximo destino: Narbona.
El hotel, un Ibys situado en medio de una zona industrial a pié de autopista fue la primera sorpresa. Todo por no fijarse bien en la foto de Booking. Más que una habitación triple era un palomar. La habitación como todas las de la cadena: espartana, limpia y con una cama doble....y una litera atravesada sobre la cabecera a la se accedía por unas escaleras angostas. Pero dejamos todo y salimos en busca de un sitio para cenar. Y bien. Un asador con una sabrosa carne asada y la primera de la larga serie de botellas de Val du Rhone. Y a la cama, que el día fue largo.




Dia 2.
Salimos temprano del hotel y nos acercamos a Narbona. La ciudad merece una visita detallada. Aparcamos algo lejos del centro y callejeamos por calles estrechas, con casonas de piedra y rincones muy hermosos. El Canal de Midi atraviesa la ciudad y a pocos pasos está la catedral de san Justo y san Pastor con un bello claustro. Primera sorpresa. En Francia las catedrales, todas las iglesias, son de entrada libre, no te cobran por la visita y están disponibles todo el día. Hay una sensación de libertad porque nadie te controla.



Formando todo un bloque con la catedral está el palacio arzobispal, museo en la actualidad y el ayuntamiento. En su plaza están los vestigios de la via Domitia que unía Italia con España y cuyos restos nos seguirán a lo largo de todo el viaje. Después de visitar la imponente colegiata, seguimos ruta.
La siguiente parada fue en la Abadía de Fontfroide, tal vez la más completa de todas las que veríamos en esta ruta. La entrada es algo cara pero merece la pena. Hermosísima abadía cisterciense y un más hermoso jardín en medio de un paraje espectacular. Los frailes sabían elegir buenos emplazamientos.




Atención a los horarios, es bueno informarse antes de ir porque en la mayoría de los sitios se para a mediodía, esto es a las doce y cierran temprano, como máximo a las seis de la tarde y casi siempre una hora antes dejan de recibir visitas. Allí nos hicimos con el pasaporte cátaro que permite descuentos en todos los monumentos de la zona.
A las dos de la tarde ya no dan de comer en ningún sitio, así que seguimos hasta Carcasona muertos de hambre. Alojamiento en un apartamento al pié de las murallas.
Por la tarde subimos en coche a visitar la Cité ( aparcamiento a precio único: 5 euros ), sin darnos cuenta que a pié estaba a escasos minutos de nuestro alojamiento.




La verdad es que, desde mi punto de vista, Carcasona es perfecta para ver de lejos, la silueta de sus murallas impone. De cerca, no deja de ser un Exin castillo lleno hasta la saciedad de tiendas para el turisteo. Pero callejeando se pueden encontrar rincones tranquilos y su castillo es impresionante.
Nos alojamos en un apartamento en la Residencia Adonis La Barbacane. Tres noches alojados en un apartamento amplio por poco más de 200 euros.




Día 3.
Iniciamos el recorrido por el País Cátaro siguiendo el itinerario marcado a través de maravillosas carreteras rurales, en todo momento orilladas por enormes olmos y chopos, tal como eran las carreteras españolas de mi infancia. Esta zona se iba haciendo más abrupta a medido que la recorríamos, pero en todo momento está llena de gran belleza, se trate de los viñedos interminables o de las montañas que desafían el horizonte.




La primera parada fue en St. Hilaire, donde su abadía parece apabullar al pueblo. Una encantadora guía nos explicó el itinerario a seguir. Destaca el sarcófago de san Saturnino, un bajorrelieve tallado de mármol blanco del siglo XII y el claustro.
Seguimos hasta Alet les Bains, un pueblo medieval ( veríamos muchos a lo largo del recorrido ) con los restos de la abadía en el centro de la población y la impresión que producen las ruinas con su piedra dorada es muy grande. El pueblo merece un paseo y acercarse hasta el puente sobre el río.
En la Esperaza nos paramos a comer a mediodía, una vez aprendido que el que tarda no come. Comida muy sabrosa, acompañada de un pichet de vino de la zona.





De allí a través de carreteras frondosas y llenas de curvas seguimos hasta Puilarens en cuyas inmediaciones están los restos del castillo cátaro, colgado de la montaña como un nido de rapaces. Optamos por ver los castillos a pie de carretera pues en todos era preciso dejar el coche y, tras pagar la entrada, subir un buen repecho bajo el fuerte sol.
Continuamos hasta Cucugnan para ver los restos del castillo de Queribus y de allí al cercano castillo de  Peyrepertusse en Duilhac. La carretera se hace cada vez más abrupta y serpentea entre viñedos monte arriba . Optamos por dejar  aun lado el castillo de Aguilar con idea de llegar a Lagrasse para ver su abadía.




Este pueblo es muy hermoso, lleno de calles empedradas y casas renacentistas y la abadía está en las afueras del pueblo. Un bello puente ojival nos permite llegar. Y recibir la decepción. La funcionaria nos dice que acaban de cerrar la acogida pero que podemos ver la parte contigua que está en manos de religiosos.
Un fraile nos cobra 4 euros a cada uno y nos dan el primer timo. Una iglesia restaurada, una torre sobre la huerta y nada más. Enrabietados por los cuatro euros y por no ver el resto, recorrimos el pueblo que s verdaderamente lo que merece la puebla. Después nos enteramos que la zona no visita esta restaurada y tuvimos que agradecer no haberlo visto.
Compramos unas botellas de vino de la zona para las cenas y volvimos a casa.



Dia 4.
Hoy nos toca recorrer la zona al norte de Carcasona. La primera parada es Caunes Minervois para visitar la abadía. Se accede a través de un claustro de granito del XVII, tremendamente sobrio y rectilíneo. En la iglesia hay restos en la cripta románica y de allí se sale al jardín para admirar un ábside carolingio de gran pureza de líneas.





De allí seguimos hasta Lestours. En lo alto de una montaña se apiñan los restos de cuatro castillos y hay dos opciones para visitarlos, o bien trepando por la montaña o bien se accede a un belvédere. Como os supondréis optamos por la segunda. A través de un camino de carrascas se llega a una especie de anfiteatro frente al cual se abre un panorama impactante, una de las impresiones más fuertes de todo el viaje. En la ladera de la montaña se escalonan los restos de cuatro castillos y el día, en el que había una ligera bruma, ayudó a la magia del lugar.




En Saissons hicimos como Ulises, primero llenar la tripa y después hacer la visita al pueblo . En el restaurante de la Montaña Negra nos comimos un delicioso pato asado y después callejeamos hasta las ruinas del castillo que, al contrario de lo habitual, está en la población. Una curiosidad. En la parroquia cada familia tiene su sitio reservado en los bancos de la nave central.
De allí a a St. Papoul cuya abadía tiene un hermoso claustro con la columnata de ladrillos, aunque no sé quien se encargó de llenarla de tiestos como si fuese un patio de monjas. En la iglesia está la imagen del santo con la cabeza cercenada sobre los ojos y la sesera en la mano como si fuese una ofrenda. El entorno, rodeado por un arroyo es para perderse.



La última abadía a visitar está en Villelongue. Es privada, está habitada en parte por sus dueños y tiene un pequeño hotel. Tras una impresionante sala capitular se accede al claustro del que solo queda una parte, así como de la iglesia, aunque hace pensar en que tenía proporciones enormes. Pero la sorpresa es el jardín, que parece el sueño de un artista " fumado ". Está todo puesto como al desgaire pero seguro que siguiendo el orden más meticuloso. Me río de los delirios de Dalí.




A través de un paisaje muy bucólico con carreteras umbrías, bajo el dosel de los árboles llegamos hasta Montreal cuya inmensa colegiata parece un buque varado en  una colina. Pero estaba cerrada por obras y nos contentamos con rodearla.




El último punto es Fanjeux que venden como hermosa ciudad medieval en los folletos cátaros. Bueno, aparte del antiguo mercado y unas cuantas casas renacentistas,  la visita se puede obviar, aunque por el paisaje que la rodea, tampoco esta de más el acercarse.
Por la noche subimos Félix y yo a hacer fotos nocturnas de la Cité de Carcasona y nos llevamos la sorpresa que estábamos a escasos minutos de ella. Un breve repecho y ya estábamos en ella. Y a la cama. Se acabó el País Cátaro.

1 comentario:

pequeño dijo...

En el nissan pequeño