sábado, abril 27, 2013

De mayor quiero ser Verdi

" Miguelito , y tu de mayor  ¿ que quieres ser ? " le gustaba preguntarme a las visitas que venían a casa de la abuela a pegar la hebra por las tardes haciendo tiempo a que esta se levantase a preparar las jícaras de chocolate espeso y sacase la fuente con costrones de pan frito con azúcar y canela. Y yo, poniéndome de puntillas para llegar lo más cerca del cielo posible, aunque no pasase del reborde de la mesa camilla,  decía con voz de canario flauta " De mayor quiero ser Verdi " mientras sacudía los rizos de mi cabeza lo que, invariablemente, hacía cloquear como gallinas al corro de amigas que se limpiaban disimuladamente los berretes de chocolate pero sin detenerse mucho en ello porque el pan iba desapareciendo demasiado rápido de la fuente.


" Mira que es ocurrente su nieto, doña Encarnita " decía una de ellas, hablando un poco a trompicones después de atizarse un sorbo de agua con azúcar para aclararse la garganta. " ¿ De donde ha sacado esa afición " añadía ya más serena. Y la abuela, muy digna y en plan señorona, decía " No es raro, recuerden lo bien que tocaba la bandurria mi difunto padre y en esta casa siempre se nos ha dado muy bien el Arte ". Así, con mayúscula y remarcándolo bien para que las demás se diesen que estábamos al menos un par de palmos por encima de ellas .
Las ventanas traseras de la casa de la abuela se abrían al patio del Casino donde las moscas zumbaban perezosamente por entre las hojas del emparrado, emborrachándose con el sol que se reflejaban en los racimos de uvas moscatel. Acodado en el alfeizar del gabinete de costura, Miguelito dormitaba mientras oía el sonido del piano que aporreaba don Frutos, que alternaba sus funciones de organista en la Colegiata de Santa Reverenda con las de amenizador de los tertulianos del casino, para sacar unas perras con las que dar de comer a la caterva de críos que se arracimaban en su casa. Miguelito soñaba mecido por los acordes de los valses de moda o de las arias de ópera, mezclados con el golpeteo de las piezas de dominó sobre los veladores de mármol blanquecino o las voces de los contertulios, soñando con ser un día un músico de fama. Las moscas que zumbaban sobre su cabeza perezosamente tejían a modo de corona musical con el revoloteo lento de sus alas que ayudaban a adormecerlo mientras soñaba un día con triunfar en el mundo entero. Ser un músico famoso, un Verdi, cuanto menos.



" Desperézate, que ya son las cuatro, que es hora de ir al barbero ". El vozarrón de América lo sacó de sus ensoñaciones y sintió el roce del bigote de la criada, cuando le besó en el cogote. " Esta América tiene más bigote que un guardia de asalto ", comentaban las visitas acostumbradas a poner de vuelta y media a todo lo que se menease a su alrededor.
Miguelito se lavó la cara con dos dedos como un gato y fue al gabinete de la abuela a que le diese las dos pesetas para el corte de pelo. " Abuela, anda, dame un real más para la música ". En la puerta de la barbería ya se habían plantado otros dos mocosos como él que apretaban el dinero en la mano para no perderlo. Pidió la vez y se sentó a su lado pero pronto apareció Juan peluquero de caballeros y coiffeur de damas a domicilio. Delgado como un junco, el tupé rizo y engominado, un bigote fino y recortado como una hilera de hormigas, oliendo a " Varón Dandy " a un metro de distancia, sacó la llave del bolsillo y les dejó paso. La barbería en penumbra olía a jabón, a tintes y a colonias. Miguelito se sentó en una silla de rejilla y miró los " santos " de un semanario para hacer tiempo a que le tocase. " Vaya, nadie pone la radio ", se dijo con fastidio.
" Tu turno, Miguelito ".  Le dió las dos pesetas al barbero y con el real, poniéndose de puntillas, lo metió en el cajetín adosado a la radio y al pronto comenzó a oírse a la locutora que presentaba el programa que más le gustaba, el de los discos dedicados.  " Para Milucha, de quien ella sabe Juanito Valderrama canta " El emigrante "...Trepó al asiento de la barbería y de allí se subió hasta la tabla forrada de paño que colocaba el barbero entre los brazos del sillón para cortar el pelo más cómodamente a los críos como él. Al sentir las manos tan finas y tan frías de Roberto sobre su cogote sintió un escalofrío, mientras este ajustaba firmemente del paño para que no le entrasen los pelos.




Esa tarde tuvo mucha suerte. Radiaban el cuento de  Garbancito  un niño muy pequeño que, en un descuido, se lo comió el buey que pastaba. " Garbancitoooooo dondeeee estásssss " " En la barriga del buey que se mueve, donde no truena ni llueve", respondía con voz ahogada. Y sus padre dieron hierba y hierba al bueno del buey, hasta que este reventó y salió Garbancito todo cubierto de mierda . Se lo sabía de memoria y lo iba repitiendo bajito al tiempo que sonaba el cuento en la radio.
El barbero le quitó el paño y lo sacudió con energía. Sintió las cerdas del cepillo sobre su cabeza y la suavidad del talco sobre el cuello irritado. Una nube de agua de colonia le hizo cerrar los ojos y la palmada del barbero indicaban el final del suplicio semanal. Miró al viejo reloj de la pared y se dio cuenta que todavía quedaban unos minutos de radio, por lo que hizo el remolón hasta que esta se apagó en medio de una canción. Se despidió hasta la semana siguiente. Por el camino de vuelta a casa, sintió los pelillos cortados culebreando por su espalda y se la frotó contra la pared de una casa.
"  ¿ Y si en lugar de estudiar para Verdi, lo hago para Juanito Valderrama ? ". Y Miguelito descubrió lo que es la duda existencial.




3 comentarios:

Maria dijo...

Una respuesta poco común, diria yo, :)
Saludos.

Anónimo dijo...

Me gustó leer "un día en la vida de Miguelito" escuche los comentarios de las visitas en casa de la abuela y vi el gris de la peluquería.
Escribes lindo.
Un abrazo

xaby dijo...

inquietudes de la vida quotidiana ... pero parece que acepta un mengua de ambiciones. Lo bueno es la ilusión y dejar que se escurran los pelillos.