jueves, noviembre 03, 2011

Valladolid. Años 70. I


La semana pasada estuve unas horas en Valladolid dando un paseo y, como no, dándole al botón de la cámara. Este vicio de fotografiar todo lo que se mueva o no me lo tengo que mirar. La orilla del río con los chopos dorados cuyas ramas parecían sembrar de oro las aguas del Pisuerga, el Campo Grande de tan maravillosos recuerdos, la vieja casa de la calle Zúñiga, donde Pilar me acogió como un hijo, ahora decrépita y con los balcones arrancados, la Plaza Mayor con las terrazas llenas de gente disfrutando del sol otoñal, la iglesia de la Vera Cruz abierta para una boda de tronió ante cuya puerta la madre peineta y mantilla en ristre atosigaba al novio y las traseras del Calderón, donde está el palacio del arzobispo.



Y allí me vino a la memoria mi primera manifestación siendo estudiante.
Era en febrero del 69 cuando todavía los del Opus me atosigaban por haber cometido la ingratitud de abandonar su tutela. No tenía conciencia de lo sucedido en el pasado mayo francés, de eso nos enteramos mucho después, pero a nivel personal luchaba por sentirme libre de la asfixia que me producían mis antiguos compañeros de rosario y cilicio, mientras en las calles la gente luchaba por sacudirse de encima la caspa franquista, una caspa gris y pegajosa que pretendía atascar nuestro cerebro y ahogar nuestro corazón.



Esa mañana desalojamos las aulas porque se corrió la voz de que la policía había matado a un obrero, o podría ser un estudiante, la verdad es que los " secretas " no reparaban en eso cuando repartían estopa. Bueno, no es así, los estudiantes lo teníamos un poco mejor, pero cuando se les iba la mano no distinguían. De las diversas facultades fueron saliendo ríos de estudiantes hasta concentrarse ante el edificio de la Universidad. De allí salió la serpiente humana gritando consignas y mirando de reojo porque todos sabíamos que había " soplones " camuflados. Por la Bajada de la Libertad nos dirijimos hasta el teatro Calderón y allí estaba esperando una columna de " grises " montados a caballo.



Eran los viejos tiempos de la represión artesanal, sin la parafernalía que usan ahora los policias con escudos de metacrilato, porras eléctricas y todas esas innovaciones de la técnica. Montados a caballo con sus gruesos tabardos de lana y cubiertos con gorra de plato, agarraban las riendas con una mano y la porra la esgrimían con la otra, muchos de elos haciendo verdaderas filigranas para no dar con la panza en tierra.
De pronto una voz, un vozarrón que apagó todos el ruido, gritó que nos disolviésemos, que si no era así se iba a proceder a dar los tres avisos de rigor antes de cargar. Pasaron unos escasos minutos pero nadie se movía. El clarín rasgo el aire y sonó tres veces justo antes de que nos dispersásemos en total desbandada.
Eché a correr por la calle que se abría ante mi, al costado del teatro y se comenzaron a oir los primeros golpes y gritos a las espaldas. La cuesta se me hacía interminable aunque tenga poco más de cien metros, pero era tanto el miedo que no se me ocurría mirar atrás.



De pronto la chica que iba ante mí, una mujer regordeta que después supe estaba en quinto de Medicina, se remangó la ceñida falda tubo de color gris a la altura de la cintura y yo, que corría detrás, tenía ante mi un inmenso culo embutido en una de esas faja-corsé de color salmón y tras el que me metí por una puerta abierta al final de la calle. Era el patio del arzobispado y cuando comprendí que aquello era un avispero logré salir a tiempo de que llegasen los primeros " grises ".
Después de esta hubo muchas más, las facultades eran un hervidero de ideas y salíamos a asamblea diaria donde los maoistas se pegaban con los prosovíéticos y en medio bailábamos mil grupúsculos más y la inmensa mayoría de personas que, como era mi caso, huíamos de afiliarnos a nada. Bastante escarmentado quedé de mi breve paso por el Opus.



Y ahora, muchos años después, cuando creías que ya estaba enterrado y bien enterrado el general " Patas cortas " bajo esa bendita lápida de dos mil kilos de peso, resulta que sus nietos virtuales van a hacerse con el poder. Y lo peor de todo es que se lo van a dar en bandeja en las urnas sin que la gente sepa donde se mete o no tenga memoria para recordar de donde vienen todos estos tipos borrachos de rencor con la sola idea de ahogar cualquier atisbo de libertad.

1 comentario:

pequeño dijo...

benditos años aunque a mi lo del 69 me cojio con 11 años pero lla hacia yo de las mias .
espero cuando llegues a los 70,75 etc