lunes, agosto 29, 2011

El ciento y uno


Aprovechando estos días tan llenos de amor y entrega a los demás propiciado por la visita del Bendito XXVII ¿ o es Benedito ? voy a dejar algunas reflexiones sobre el tema de la gratitud y todo eso, con el fin de llevar un poco de paz a nuestras atribuladas mentes. No hay que dar gracias porque, como dice Alfonso, las gracias para los curas que se las ganan cantando, pero hay que reconocer que estamos en una época en que amostrar un poco de agradecimiento a los demás está mal visto. Ya no digo saludar o responder a un saludo, que eso cada vez está más fuera de lugar, pero hacer un gesto con el que se manifieste que estamos reconocidos por algo que nos han hecho cuesta más que comprar una dentadura postiza de diamantes para un caimán desdentado.
Esta claro que uno no actúa pensando en que después se han de postrar a nuestros piés y, mientras se mesan los cabellos como magdalenas en un paso de semana santa, llenarlos de besos y de lágrimas de gratitud. Pero, vamos, un leve gesto, tal vez una contractura del pulgar, un aleteo de pestañas o algo así con la que el otro nos haga ver que hemos hecho algo agradable, ya gusta, ¡ que carajo ¡.
Parece que tengamos que hacer las cosas porque sí, porque los demás han recibido el derecho divino de que los colmemos con nuestros favores, que tengan la potestad de ocuparle la casa a uno por aquello de ser familiares o allegados y que se despachen la comida que les has puesto delante sin un gruñido de reconocimiento, cuanto hasta mis perros menenan el rabo cuando se le echa la pitanza en su platillo. Y lo mismo sucede en el trabajo en que día a día procuras hacer las cosas más llevaderas, sin que se les note lo más mínimo que se han dado cuenta de ello, confundiendo profesionalidad con obligación, pero si un día tuerces el morro ya la has cagado. Que para eso pagan ¡¡. Y no te digo nada de aquellas personas que, basándose en que nos quieren, nos arrean estopa a la mínima y nos utilizan como felpudos para limpiar sus contradicciones, sin deja de repetirnos cuanto nos quieren aunque nos dejen con el corajón estrujado como un pañuelo de papel en plena epoca catarral.
Y es que como me contaba una abuela hace muchos años, en esta vida solo funciona el ciento y uno. Hace cien cosas a los demás y estos lo ven como algo natural pero si a la cientouna te has cansado o dices que no por el motivo que sea, ya te has convertido en un paria y pasarán ante ti sin reconocerte.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tristemente cierto... donde iremos a parar... si es que pararemos alguna vez !