jueves, julio 02, 2009

Robus y Flora


Robus y Flora se conocieron en El Salobral hace un puñado de años, allá a finales de abril durante las ferias de San Marcos, cuando ella era un rubia de frasco muy pizpireta y él un hombretón que iba siempre con camiseta de tirantes para enseñar pecho y biceps. Robus era de un pueblo del norte de Cáceres y andaba de feria en feria con su caseta de hombre forzudo retando por cuatro perras a los fanfarrones de cada pueblo a que no tenían tanta fuerza como él. En realidad se llamaba Agapito, pero valgame el santo cristo, como iba a pretender que lo respetasen con ese nombre, así que en la lona que cubría su puesto había pintado unas pesas bajo el nombre de " Robustiano Fortachón, el hombre de hierro ". El Robus andaba siempre como de perfil para que se notase más su musculatura y a la mínima arqueaba los lomos como un gato para marcar cuerpo y sacar bola. Sus biceps y su bigotón los cuidaba por igual pues pensaba que lo hacían más hombre.
Pero todo su corpachón tembló como un flan el primer día que se fijó en Flora cuando esta vendía papeletas para la rifa de una botella de " La asturiana " y otra de " Terry " en el entreacto de la función.
Flora lo mismo era dama joven, que mujer de carácter o mancebo imberbe en el teatrillo que hacía las ferias de La Mancha y se hacía llamar en los carteles Flora Lemos, aunque su nombre era Basilisa y venía de tierras segovianas. " No me llames Basi, fué lo primero que suplicó a Robus cuando tuvieron un poco de confianza, que
me da mucho coraje ".
Robus no puede olvidar la primera vez que la vió. Le pareció una belleza salida de las películas de Jollivú con una carita de angel coronada de rizos rubios, un vestidito rosa de flores y un enorme delantal blanco de cuyo bolsillo iba sacando las tiras con los números de la rifa. Robus rebuscó en los bolsillos para comprar unos números, pero con el sorteo no tuvo fortuna. Asistió como embobado a la segunda parte de la función, una obra de Paso de mucha risa, aunque Flora decía preferir las de Casona que eran de mucho más lucimiento y profundidad. Al final de la función esperó un buen rato a que saliesen los artistas y entre ellos a la que eclipsaba a todos los demás. Se acercó muy nervioso, le dijó cuatro cumplidos y la acompañó hasta la fonda de la plaza. Se rezagaron los dos y al abrigo de los arcos de la plaza iniciaron los arrumacos. Tras un tira y afloja, subieron los dos a la alcoba de la moza y Robus ya nunca olvidaría la imagen de los dos reflejada en el espejo del lavabo que estaba en un rincón del cuarto.
Robus se dejó envolver como un cordero entre los bucles de Flora y por las noches, cuando se acababa la fiesta y el ferial estaba lleno de papeles sucios por los suelos y se iban apagando las luces de los puestos, se sentaban en un rincón oscuro a cruzar sus manos y comerse a besos. Y ya no se separaron a partir de ese momento. Allá donde iba el teatrillo, Robus plantaba su tinglado pero la vida de feriantes se hacía cuesta arriba para dos enamorados que solo buscaban estar solos asi que se liaron la manta a la cabeza y dejaron la vida errante para asentarse en una casita a las afueras de Hellín.
Flora ya no tuvo tiempo más que para cuidar los tres becerrillos que vinieron enseguida mientras Robus se multiplicaba en mil oficios con los que traer perras a casa. Pero los críos fueron creciendo y a la apreja les entró otra vez la comezón de moverse, la vida sedentaria no iba con ellos. Entrampándose con una mala víbora que tenían por vecina pudieron comprarse una furgoneta muy vieja para ir por los pueblos a vender melones y sandías. Todo era cuestión de madrugar más que nadie y comprar el género más barato e ir cada vez más lejos a venderlo, a pesar de que la furgoneta subía las cuestas como una vieja asmática y las bajaba como si se lo estuviese pensando. A Robus su vida de forzudo le vino de perlas, pues era un primor ver como levantaba los serones llenos de frutos y cargaba el vehículo. Con mil sudores pagaron los plazos y se aventuraron con un camioncito, pero este ya era nuevo con lo que los desplazamientos fueron cada vez mayores.
Flora adornó la cabina del camión como si fuese su cuarto de estar, con dos búcaros con claveles de plástico, unos cojines con fundas de ganchillo rojo tejidos por ella y unos carteles medio borrosos de su época de artista. Se sentía como una reina cuando se iban de viaje los dos y de vez en cuando le gustaba apretar los biceps de su marido, aunque cada vez iban siendo más blanditos.
Los conocí hace dos años cuando nos vinimos a vivir en la casa nueva. Dos días a la semana paraban el camión bajo la sombra de dos árboles raquíticos en un recodo de la carretera y allí esperaban pacientemente a que nos parásemos los clientes de vuelta a casa. Buscaban el melón o la sandía más dulce y te los alargaban con una sonrisa y una frase amable. A veces, cuando no tenía prisa, me sentaba con ellos a la vera del coche y allí iban desgranando su vida.
La semana pasada me paré como siempre para comprar fruta fresca, pero Flora tenía los ojos enrojecidos y me respondíó tristemente al saludo. Robus apareció por el costado del camión y me contó lo sucedido. Esa tarde habían aparecido un par de municipales por allí. Dejaron sus motos al otro lado de la carretera y me contó que cruzaron hasta el camión con aire chulesco, como si fuesen vaqueros de película, contoneándose, con la mano puesta en la culata del revolver. Les pidieron los papeles, Robus dijo que los había pedido en el ayuntamiento pero que todavía no los tenía. Pues fuera de allí gritaron los matones, que si no se largaban les destrozaban el género.
Robus me contó todo con rabia, con mucha rabia mientras cruzaba los brazos. " Si estos tuviesen la fuerza de antes, se iban a enterar esos hijos de puta ", me decía luchando por tragarse los sollozos. Dije unas cuantas frases de ánimo, recogí la fruta y me despedí hasta la semana siguiente.
Pero el martes siguiente cuando di la vuelta a la curva vi que los arboles no cobijaban a los meloneros bajo su sombra. Me detuve. La carne dorada de los melones se mezclaba con la sonrosada de las sandías que yacían estrellados contra los guijarros del camino.

No hay comentarios: