martes, enero 06, 2009

Para mí, creo que no estoy en este mundo


I. Cada vez me voy haciendo más viejo, eso es indudable e imagino que afecta a todo, no solo a estos huesos tan cascados sino que también, y eso es peor, a la cabeza que se va oxidando más rápido de lo que quisiera. Por eso me sorprende cada vez más ese personaje que pulula a nuestro alrededor y que llamo el Adolescente Cabreado. Puede tener desde catorce a treinta y tantos años, la edad es lo de menos pero lo que es marca de fábrica es esa actitud de contínuo enfado con todo lo que le rodea, como si los que nos movemos a su alrededor tuviésmos que dar gracias a los cielos por entorpecer la órbita mayestática de tales personajes.
Cara de cabreo permanente, como si tuviesen estreñida el alma, las cejas caidas, los labios contraidos en un rictus de desdén o de malestar por todo lo que los rodea, no hablan sino escupen monosílabos cuando les parece mientras nos hacen ver que nuestra existencia les importa un bledo.
Desde la adolescente con la cara llena de volcanes del acné que continuamente corrige a su madre o que no responde a las preguntas cuando se les atiende en la consulta, pasando por el chico que con la gorra calada del revés se sienta en la mesa contigua del restaurante y que parece sentirse feliz amargándoles la comida a los demás o ese otro que avanza cansinamente tras sus padres por la calle arrastrando el alma a ese otro que les chilla en la tienda porque las deportivas no son lo suficientemente pijas para su entender o el que llama puta a su profesora, estos seres cabreados cada día proliferan más. Y si no hay tantos, el problema es mío pues cada vez me voy haciendo más viejo y los soporto menos.
Y toda la rebeldia se acaba en eso, en amargar la vida de aquellas personas que han tenido la desgracia de ser su familia o de pulular a su alrededor. Y cuando te enteras con alegria de que los estudiantes de tu ciudad se han puesto en pié de guerra para protestar contra una imposición social, resulta que esta es el cierre temprano de los bares en fin de semana. Definitivamente, estoy muy mayor... pero no lo digo con pena.

II. Sí, muy mayor, pero esto también me desborda. Es la noche de Reyes y tenemos con nosotros a un más que amigo y a su madre que están pasando unos días en nuestra casa. ¿ Y que mejor forma de agasajarlos que invitarlos a una cena en el " Benidorm Palace " con cena y espectáculo ?. Pues allí nos fuimos los cuatro. A la llegada ya nos mosqueó un poco lo que veíamos, una cola de gente ante la puerta cerrada del local, los mismos que se apelotonarían en el centro de salud para ponerse la vacuna de la gripe, pero vestidos con todo lujo. Abrigos de pieles, trajes largos, dorados y pedrerías, pelos cardados tiesos por la laca. La gente se impacienta por que las puertas siguen cerradas y es ya la hora de que empiece la fiesta. Al fin nos abren y la cola se desbarata, hay que entrar cuanto antes y ocupar la mesa.
Uno cree ser todo ojos, no para de mirar a todas las personas que lo rodean, más o menos de la misma generación pero sintiéndose como de otra galaxía. Somos de la misma generación, pero me doy cuanta que no tengo ningún punto en común con las personas que nos rodean.
La mesa es de seis comensales y nos toca compartirla con una pareja desconocida: un matrimonio de senta años largos, él con traje y una corbata que lo ahoga, ella con un traje rojo de pedrería, con una abertura a lo largo de la pierna que deja ver un muslazo inmenso que asoma blancuzco entre la tela como el cuerpo de un ahogado. Empieza con el rosario de quejas: la mesa no es buena, el vino, peor y no quiere que le hagan fotos los empleados de la sala. Intentamos hacernos los simpáticos pero como todo lo interpreta al revés, plegamos velas y nos metemos en lo nuestro, no sea que suelte un mandoble y me lo lleve yo que estoy el primero a su izquierda. Ella sigue ahora despellejando a los ocupantes de una mesa vecina de la cual parece conocer a todos sus componentes y de ninguno dice nada bueno sobre todo una rubia con muletas que parece traerla por la calle de la amargura.
En la mesa contigua una cincuentona con una gargantilla de pedreria que parece haberle congelado la sonrisa en el rostro, sonríe continuamente mientras habla con sus amigos y cuando cree no ser observada desmontada el gesto y parece como si se derrumbase su cara para inmediatamente tomar esa expresión alegría forzada, como la serpiente que quisiese inmovilizar a su presa.
Llega la cena y no puede uno esperar gran cosa, pero eso no parece importarle a mi vecina de la izquierda, que arrecia el rosario de quejas. Comienza el espectáculo. Luz, brillos, pechos al aire, bailarines que no paran de moverse, música enlatada y se nota que el ambiente se va caldeando.
Llega una pareja que se sienta en otra mesa frente a mi. Desde el primer momento no puedo quitarles los ojos de encima y ya me olvido de lo que sucede en la pista. Edad indefinida entre los 50 y 70 años. Los dos con el pelo teñido de negro ala de cuervo con todo el betún de Judea del mundo. El es alto y delgado y va vestido con un smoking negro, con una melena que recuerda a una escarola azabache y una coleta sujeta con un prendedor de brillantes; su cara, que es todo curvas y ángulos, tiene una nariz aguileña que pareciese unirse a la barbilla para ocultar la boca. El rostro de ella es inexpresivo como el de una esfinge, como si las operaciones de estética hubiesen borrado todas las emociones de su cara. El pelo es como un casquete negro coronado con un moño tieso como un pepino sujeto con varios prendedores de bisutería y dos gruesos rizos que caen a los lados de la cara y que no para de sacudir constantemente. Un vestido de fiesta con un gran escote que deja asomar dos pechos enormes que se acaricia contínuamente y una chaquetilla de piel de conejo contemplan su imagen. Toda la cena transcurre entre un vuelo de mohines y de arrumacos de adolescente.
Llega el descanso del espectáculo. Todas las parejas se precipitan a la pista para bailar con gorritos papel, antifaces y colares de papel al cuello. Vuelan las serpentinas, se golpea a los globos y hay una alegría generalizada en la sala.
La orquesta ataca un pasodoble " Paquito el chocolatero " y todos a una, como Fuenteovejuna, comienzan a bailar. Delante, atrás, se agachan....Una marea humana de trajes de fiesta oscila al ritmo de la música y, de pronto, entre todo el gentío destaca una niña que, sentada sobre los hombros de su padre, se mueve también al ritmo de la música. Su cabecita coronada de rizos es iluminada por las luces de la sala y se dijese que un angel está sobrevolando a todos los bailarines. Una niña inocente y hermosa que con mucha probabilidad en pocos años pasará a engrosar el censo de Adolescentes Cabreados.....

III. Un pequeño recuerdo de infancia. Al abrir la bolsa de cotillón apareció el contenido habitual con serpentinas, gorrito y un matasuegras. Como un fogonazo
recordé las nocheviejas de la infancia en las cuales, para que no nos acostásemos muy tarde, mi padre nos hacía comer las doce uvas a golpes de cucharón contra una sartén y después prendía fuego a unos cohetes que, al detonar, soltaban su capuchón dejando caer por el cuarto serpentinas, confetis y matasuegras

3 comentarios:

Anónimo dijo...

has descrito perfectamente al joven cabreado pero yo creo que hay algunos como me dijo no hace mucho un entrenador de un equipo del valladolid estan cabreados con el mundo no es un problema de hacernos viejos esque hay algunos que no se le soporta y eso que yo no me puedo quejar sera porque no soy tam viejo.

redondeado dijo...

Pse, lo malo es que los Adolescentes Cabreados, entre otras cosas se supone que tienen que aportarnos las pensiones de jubilación a mi generación... Mal vamos. Aparte de la mala leche que ya te pone simplemente observarles...

No es cuestión de sentirse mayor, sino lo que dices en la segunda historia... A mí también me desbordan montones de actitudes de la gente, con lo sencillo que sería vivir en armonía con un mínimo esfuerzo de todos. Pero bueno, siempre nos quedan desahogos como "cortar trajes" tan bien como has hecho en el relato ;)

cal_2 dijo...

redondeado, ponte a la cola que por orden cronológico, lo de las pensiones me ha de tocar a mi primero...asi que, señores, ponganse en fila y no empujen. Si lo de cortar trajhes se me da de cine jaja