domingo, noviembre 02, 2008

Por qué Alfonso no quiere ir conmigo al super....


En los últimos años de facultad en Valladolid y especialmente en los primeros que pasé en Burgos se me disparó una afición al mangui en las tiendas que provocó que Alfonso no quisiera ir conmigo de compras. Pero era tan sencillo, tan tentador que volvía a casa tan feliz si había conseguido traerme una papeleta de azafrán que hubiese podido esconder a la cajera. Eso sí, siempre en tiendas grandes, nunca se me ocurriría hacerlo en una de barrio. Principios, que no faltasen.....
Y ya he dicho que era muy sencillo pues todavía no había proliferado esa nube de camaras de video que nos vigilan en todos los rincones de los supermercados actualmente o esa serie de personas que se visten de seguratas y que por llevar unas esposas colgando del cinto se creen los reyes del mambo.
Todo era muy elemental. Por ejemplo, cogías un fuet y te lo deslizabas hacia arriba por la manga del abrigo, procurando ir todo el tiempo con la mano recogida para que no se te cayese al pasar la linea de cajas y dar el cante ante la cajera. O poner una latita de anchoas en el fondo del carrito y colocar encima una caja de envases de leche que no te obligaban a poner sobre la cinta en el momento de pagar.
Otro ejemplo. Los de aceites " La masía " regalaban un cacharro para hacer fondues a cambio de diez etiquetas de compra. Muy sencillo. Pasabas con el carrito por el estante de los aceites, ponías dos botellas en el carro, dabas una vuelta por los pasillos, le quitabas la etiqueta trasera a las botellas y volvía a dejarla de nuevo en su estante, como si no te interesasen. En cuatro o cinco visitas al super tuve las etiquetas suficientes para pedir la fondue sin comprar una botella. Creo que solo la usamos una vez y todavía debe de andar por algún estante de la cocina.
Otra variante. A raiz de librarme del servicio militar por gordo, me planteé adelgazar, cosa que logré en cuestión de pocos meses. Pero tenía en casa los vaqueros de la talla 54 en los que parecía flotar en esa época. Así que me los ponía e iba de compras a una tienda. Me metía en el probador con un montón de prendas y salía de allí con un pijama debajo de un pantalón de mi talla actual y todo oculto bajo los vaqueros de la talla 54. Eso sí, cuando salía parecía un autótama pues no me podía doblar de cintura para abajo, pero salía de la tienda con ropa nueva sin haber pagado un duro.
Ese pantalón también era muy útil para ampliar la biblioteca. Te ibas a la libreria de la Plaza Mayor, dabas vueltas por los mostradores mirando las novedades, paseo arriba, vuelta abajo, dos libros que se caían al suelo, uno que se iba al bolsillo y otro era devuelto a su sitio. Salías como un príncipe, sonriendo al pasar y a casa, a disfrutar de la lectura.

Pero esta fiebre se acabó pronto, no por que sentara la cabeza, sino por la machaconería de Alfonso de que me iban a pillar, o que iba a decir la gente de todo un profesional que andaba rateando....Y me volví honesto, pero siempre dentro de un orden....

4 comentarios:

redondeado dijo...

¡no me lo puedo de-creer! Y yo que nunca me he atrevido a sustraer nada, encima lo tuyo por diversión ;) Me parto xD

Quizá algún día cuente algo de lo mío... Soy totalmente opuesto en personalidad; por ejemplo me "desaparecía" el material escolar y me pillaban si intentaba recuperarlo. La picaresca no está hecha para mí. Así me va...

cal_2 dijo...

gracias por reaparecer...ya extrañaba tus comentarios.

Anónimo dijo...

hay pilarina pilarina pareces que que hubieras mamado de su propia leche,cuando tenga ganas te cuento alguna anegdota de la tienda de adolfo

Muchacho dijo...

Qué fuerte, qué fuerte, qué fuerte. No me imaginé que fueras semejante sinvergüenza. Yo también practiqué pequeños hurtos, pero no más allá de mis 11 ó 12 años.
Menos mal tienes a Alfonso al lado para guiarte por el camino recto